Israel Galván, durante un ensayo de Lo Real. Foto: Jesús Morón.
Gerard Mortier ha encargado al bailaor sevillano un espectáculo sobre el Holocausto gitano en los campos de exterminio nazi que se estrena el 12 de diciembre en el Teatro Real en colaboración con varios coliseos europeos. En 'Lo Real/Le Réel/The Real', Israel Galván busca por los rincones de la Historia estímulos que no hayan sido utilizados antes en la danza para "tocar hueso, sí", pero sin recurrir a viejos tópicos. "La única manera que tengo de manifestar esa rebeldía, ese dolor, es chillándolo con el baile".
En los días previos al estreno de su última obra, Israel Galván (Sevilla, 1973) se debate entre el más absoluto asombro y el compromiso, tanto profesional como moral, ante un reto de gran envergadura que se agiganta en proporciones aún mayores de las que puede concebir su propia disposición creativa. La visión de un monstruo que ha crecido desproporcionadamente, más allá de la medida humana, lo mantiene en una situación de estupor frente a la violenta escenografía del mal. Atónito y tratando de digerir el drama que se le ha venido encima, su inquietud indagatoria le ha llevado a destapar la caja de los truenos. Mientras más ha profundizado en el significado último de Lo Real, mientras más se ha metido de lleno en ese laberinto de desolación y muerte, más ha sentido el aliento de la locura, la ceguera de las sombras en las que se ha sumergido. Para el bailaor sevillano, en este espectáculo no existe argumento: "Más que guión, es música y baile en su desnudez más esencial", cuenta a El Cultural. "Lo que ocurre es que el concepto me hace bailar de otra forma, con otra sensibilidad a la que nunca antes había llegado. Porque no se trata de bailar por bailar, sino que el bailar es una manera de existir". ¿Nos plantea Israel Galván una transformación en sus criterios dancísticos, un giro radical en sus recursos expresivos? Pedro G. Romero, director artístico de Lo Real, sugiere que "Israel prolonga el trabajo que hizo con el Apocalipsis de San Juan en El final de este estado de cosas. El acercamiento a algo que llamamos Lo Real se produce a través de ese gran relato que es la persecución de los gitanos por parte de los nazis, y no sólo eso, sino también la fascinación de esos mismos nazis por el mundo del folclore, del flamenco, incluso de los elementos gitanos, como algo atávico, aunque después los gasearan". Esa mezcla contradictoria es la que alimenta el espectáculo, sin necesidad de un libreto folletinesco de sucedidos, sino que con todos esos materiales el bailaor construye una nueva manera de estar en el escenario, por encima de lugares comunes sobre lo estéticamente correcto, como vanguardia o clasicismo, transgresión u observancia canónica. "Lo que importa es acceder a lo medular, a las regiones abisales, en definitiva, a tocar hueso", continúa Romero. Y eso es lo que ha hecho siempre Galván: lanzarse al vacío sin protección, ir a lo insondable y desde allí, desde las simas de lo desconocido, donde nadie ha descendido -o ascendido-, proponer una estructura gestual distinta, que no es otra que la que emana de su recóndito hábitat al que ha llegado a través de un severo ejercicio de introspección en compañía, como un todo compacto, de su cuerpo fragmentado en el espacio sin fin de la consumación.
Claro que resolver coreográfica y escénicamente el Holocausto de los gitanos en los campos de ex- terminio es todo un desafío para el bailaor de 39 años: "En el fondo es un acto reflexivo de cómo bailar una cosa tan poco bailable, aunque es la única solución para sobrevivir", confiesa. "Me encuentro en un marco espantoso, pero con más ganas de subir al escenario que nunca, sabiendo que el horror es evidente, ya que el peso de la Historia, aun siendo insoportable, lo dice todo y no se puede aumentar. Ahí están los archivos y la documentación y, por lo tanto, no hay que imitar o fotocopiar lo real. Yo lo veo como una reconstrucción a través de mi baile". Para este proyecto ha reunido un elenco de primer nivel, con figuras sobresalientes de la danza flamenca, como Isabel Bayón y Belén Maya; del cante, como Tomás de Perrate y David Lagos, más la excepcional guitarra de Chicuelo, los jaleos y bailes festeros de Uchi y Caracafé, y el imprescindible Bobote, punto de apoyo rítmico y peón de confianza en la mayoría de las propuestas de Israel: "En cada espectáculo intento ir a regiones desconocidas y para ello tomo caminos diferentes a los anteriores. En éste nos apoyamos en la frase De los muertos crecen flores. Siempre he bailado solo o con objetos, pero en una obra de esta naturaleza se requería la presencia de otras personas y mostrar una proximidad que fuera más humana, aunque seguirá siendo un flamenco sobrio. No se puede hacer un musical al uso teniendo como fondo los campos de exterminio".
Lo Real/ Le Réel/ The Real es un término que puede quedar en el aire, confuso, y que invita a establecer diversas interpretaciones. Posiblemente la intención sea la de abrir para el espectador opciones distintas o que, en último caso, ese título ofrezca una mayor riqueza en cuanto a su traducción, sin tener que limitarse a una sola. Israel asume que "Lo Real es la muerte por excelencia. Un pasaje de la vida. Cuando hice el Apocalipsis bailaba los miedos que están en mí. En esta coyuntura bailo en otra dimensión porque me enfrento a la muerte real". Pero lo hace con sumo cuidado, encajando con precisión y meticulosidad todas las piezas. No puede mostrarse como una figura gélida, pero tampoco estallar hecho añicos; no puede ser explícito, pero tampoco no mostrar nada. "Es un trabajo muy sutil, minucioso de gestos y de energía: en cada momento sabemos qué se tiene que hacer y cómo. Pero hay que estar atentos a algo que considero primordial: la música y el baile no pueden ser exclusivamente una muestra de la perfección técnica, ya que desembocas en el automatismo sin alma, en lo puramente mecánico. No, Lo Real es una ceremonia en la que se te olvida quién eres; huyes de las formas y de estar pendiente de que te salga un paso con brillantez para ser tú mismo en la propia desnudez espiritual".
La bailaora gitana Eugenia de los Reyes es la madre de Israel Galván y muchos de los compañeros que han compartido escenario con él, como los cantaores Fernando Terremoto, Inés Bacán o Juan José Amador, y ahora, Tomás de Perrate, Belén Maya o Bobote, también pertenecen a esa etnia, por lo que Israel se considera especialmente involucrado con este encargo del Teatro Real. "Es algo que mi mente y mi cuerpo han asimilado desde pequeño y, en este caso, la única manera que tengo de manifestar esa rebeldía, ese dolor, es chillándolo con el baile. Todo el grupo está muy sensibilizado con lo que contamos. No se trata sólo de cantar o bailar bien, sino que hay un respeto, una seriedad, y entramos en una dinámica de concienciación para transmitir ese grito de supervivencia. Siempre he reunido en el escenario gitanos y no gitanos, pero en este caso el elemento gitano es fundamental". Leo a Israel en voz alta un fragmento de los diarios de Rudolf Hess, comandante del campo de Auschwitz. Su rostro se torna cada vez más sombrío. Tarda en reaccionar. "Son cosas que te dejan el corazón paralizado. Ésa es la razón por la que necesito buscar en los rincones de la Historia estímulos que no se hayan utilizado en el mundo de la danza. Todos estos documentos, como el que me has leído, creo que no se deben esconder; hay que decir lo que ha pasado para que no vuelva a ocurrir".
Bailes más allá del dolor
En el Holocausto Gitano o la Samudaripén Romaní, en la lengua original, murieron, según la burocracia del Tercer Reich, 500.000 personas a causa de los programas de eutanasia, experimentos médicos, enfermedades, cámaras de gas o trabajos forzados. Sin embargo, la Asociación Nacional Presencia Gitana aumenta esta cifra a causa de los fusilamientos masivos en Polonia, donde se aniquilaba principalmente a mujeres y niños para evitar el desarrollo de la población romaní. Éstos, de 1935 a 1945, fueron obligados a ser frecuentes moradores de los campos de exterminio, repartidos por Alemania, Austria, Checoslovaquia y Polonia, con nombres tan terriblemente conocidos como Dachau, Buchenwald, Mathausen o Treblinka.En la autobiografía de Rudolf Hess, comandante del Campo de Concentracion de Auschwitz, podemos leer estos párrafos: "Mucho antes de la guerra se procedía a reunir a los gitanos como parte de la campaña contra los elementos asociales. Aunque en Auschwitz fueron para mí motivo de grandes apuros, los gitanos eran mis prisioneros predilectos. Les encantaba jugar, incluso durante el trabajo, que nunca se tomaban en serio. Jamás vi una expresión de ira o de odio en el rostro de un gitano. Si íbamos a su campo, a menudo solían tocar sus instrumentos musicales o dejar que sus chiquillos bailasen. En julio de 1942, el Reichsführer de las S. S., Heinrich Himmler, visitó el campo de los gitanos. Vio a los que estaban enfermos y a los niños, consumidos sus cuerpecillos. Una lenta putrefacción del cuerpo en vida. Lo vio todo y me ordenó que los destruyese".