Simon McBurney. Foto: Eva Vermandel
El maestro y Margarita no es un espectáculo para deleitarse, sino que exige del espectador un esfuerzo intelectual. Y no sólo por la naturaleza de la novela, sino porque como McBurney ha explicado, él concibe el teatro como un extraño acontecimiento en las conciencias del espectador y de los actores.El teatro no es un mero texto, ni siquiera su puesta en escena, sino que exige de la imaginación del público, para que acepte las convenciones que se le presentan desde el escenario. Sabemos que lo que ahí ocurre no es real, pero nos lo creemos".
Esa complicidad que espera del público fue lo que dio nombre, aunque en francés, a esta compañía británica fundada en 1983 por McBurney, Annabel Arden y Marcello Magni, y que hoy integra un numeroso elenco. "Entonces estaba de moda que las compañías inglesas tuvieran nombres franceses y a la inversa. En inglés, "complicity" tiene también la connotación de participar en una accción ilegal, pero la palabra francesa no tiene ese sentido. La bautizamos así porque nuestra pretensión es hacer realidad esa cercanía con el público".
Este valor que concede a la audiencia le lleva a McBurney a decir que entiende sus espectáculos como "work in progress": "Es un planteamiento político, yo no creo en un espectáculo cerrado y empaquetado que se sirve, sino en una obra de teatro que continúa creciendo, en una audiencia que nos indica si es necesario cambiar cosas, creo en el flujo de la vida". Pero matiza: "ésta es una obra terminada. Me encanta cocinar pero nunca serviría algo indigerible"
Y siguiendo con su ideario político escénico, añade: "En mi opinión, el teatro se opone por definición al status quo político. El teatro debe ser una ventana que se abre al presente. El consumo de masas, el capitalismo, niega el presente, todo debe consumirse de inmediato. El teatro es contrario a esa idea. Consiste en reunir a una serie de individuos en una sala para propiciar que nuestras vidas se conecten. El origen de la palabra teatro en griego tiene ese significado: lugar al que se va a comprender y a adquirir sentido".
McBurney ha ensayado la obra con su numerosa compañía durante catorce semanas, pero el costoso proceso de adaptación del texto les llevó dos meses. Por otro lado, la escenografía, complejísima y hermosa, está inspirada en la pintura constructivista soviética, especialmente en la de Rodchenko.
Estamos ante una novela tejida con muchos estilos y temas, en el que también se retrata el Moscú de los años treinta. Bulgakov, que había sido un escritor protegido del estalinismo hasta que cayó en desgracia, intenta desmontar la idea de que "Jesús no existe" partiendo de la historia de Pilatos. Al mismo tiempo cuenta los altercados que una pandilla comandada por un tal Woland (el diablo) está provocando en la capital soviética y que desafían el establishment literario capitaneado por Berlioz en el sindicato Massolit.
"La obra tiene muchas capas y hay que ir desentrañando los estratos del relato. Cada capa tiene su propio argumento y deben contarse hasta lograr la conjunción. Hay historias que recuerdan a Dostoievsky, otras a Gogol, otras tienen un tono bíblico o completamente banal", desvela McBurney.
Es, sin embargo, el tema de la libertad de expresión la que preside toda la obra. "En mi opinión, estamos ante una historia sobre el hecho de contar historias. Bulgakov disecciona, como Gogol, la historia de Rusia, y yo creo que es un tema muy urgente en nuestros días: los moscovitas creen en la historia que le cuenta su gobierno. De la misma forma, nosotros, en esta sociedad de consumo, creemos que la realidad es la que nos cuentan los medios, presidida por una economía que también es un cuento".