Carmelo Gómez y Javier Gutierrez, durante la representación de Elling
Hay interpretaciones de Carmelo Gómez y de Javier Gutiérrez dignas de ser recordadas. Pero es probable que ninguna sea mejor que esta de los locos de Elling, de Ingvar Ambjorsen. Es la comedia de un obseso sexual que no ha catado mujer y un intelectual con complejo de Edipo. La amistad entre ambos será más fuerte que el amor, la poesía y el sexo. Y saltarán chispas de celos, de supuestas traiciones, del miedo a perderse mutuamente por afectos ajenos a esa asociación de dos que se necesitan.
Elling es un texto ingenioso e inteligente. Elling, dentro del humor y la locura, es un texto disparatado y hondo, con una dirección disparatada y honda, y una interpretación genial; una obra cómica con injertos de drama, una vena de absurdo y otra vena de psicología aplicada. Y la confrontación con unas formas de poder, esté encarnado en una enfermera de manicomio o en el asistente social de un piso del Gobierno para la reinserción de dos locos. Elling (Carmelo Gómez) es un inventor de historias de chicas y bandidos que Kiel (Javier Gutiérrez) toma por reales. La disparidad de caracteres y la complejidad de cada uno de ellos, posibilita lo que es el factor determinante de esta función: dos actores en estado de gracia, a los cuales se suman un pianista lírico (Mikhail Studionov) y dos secundarios de primer orden: Rebeca Montero -enfermera de hierro, embarazada borracha y camarera coja- y Chema Adeva, asistente social y poeta maldito.
La riqueza de gestos, las transiciones fulgurantes de la estupefacción al miedo, de la obsesión masturbatoria a la ternura, de la perplejidad a la iluminación y a la poesía, de la violencia a la lucidez, es un insuperable catálogo de emociones conmovedoramente dibujadas por Gómez y Gutiérrez; aquél en el papel de poeta clandestino atormentado por la angustia y la agorafobia y Gutiérrez más cerca del gracioso un poco subnormal y cazurro, pero perspicaz; dominados ambos por tics freudianos que los asoman a los abismos del alma humana. Al final será la poesía la que los salve, pues en algo había de terminar la fantasía y el dolor de Elling que fascina a Kiel que toma por verdades las aventuras inventadas de un narrador, un reaccionario y, a la vez, librepensador que desconfía de izquierdistas y liberales.
Elling comienza recitando Lo fatal, de Rubén Darío, "dichoso el árbol que es apenas sensitivo y más la piedra dura porque ella ya no siente; que no hay mayor dolor que el dolor de estar vivo ni mayor pesadumbre que la vida consciente…", y acaba en seguidor de un maldito glorioso: el gran Jorgensen. Elling resume su pensamiento: "no intentes comprender la vida y serás feliz". Las aspiraciones de Kiel son más modestas: las líneas eróticas de teléfono y que una mujer le quiera sin por ello perder a su amigo del alma.