El elenco en una escena de la obra

Alfredo Sanzol es otro de los nombres del recambio generacional que experimenta la escena madrileña. Tras Delicadas, estrena el día 23 en La Abadía de Madrid En la luna, un espectáculo que nace de su experiencia como padre, ambientado en la Transición española. Vuelve con parte de sus actores, con Juan Codina y Lucía Quintana.

"La risa puede ser una expresión de inocencia y también de maldad. De qué se ríe una sociedad habla más de ella que todos los estudios sociales juntos". Así comienza Alfredo Sanzol esta entrevista, hablando del humor. Él pertenece a la hornada de autores y directores que en Madrid están propiciando el relevo generacional en los teatros oficiales y alternativos. Y no es casualidad que haya elegido el camino del humor, género tan maltratado por los puristas y, sin embargo, tan querido por el público. Sanzol, como otros autores de su generación (pienso en Luis García Araus, en Antonio Álamo...), ha encontrado en Mihura, en Jardiel, en Buñuel, en Azcona..., un faro inspirador.



"Yo hago una mezcla de géneros, los necesito todos para contar la vida. A mí me gusta más hacer humor que comedia. Como dice Pirandello en El humorismo, en la comedia no te identificas con el personaje del que te ríes, y en el humor sí. En la comedia te pones por encima, en el humor a la misma altura. Y es verdad que la comedia va ganando poco a poco respeto. Es curioso que en España, donde en la punta de la pirámide cultural está un libro humorístico, El Quijote, se mire tan de reojo al humor. Todo arte, toda ciencia, todo pensamiento necesitan el humor, si no hay humor aparece la afectación, la pedantería, que es territorio de la mentira."



Los espectáculos de Sanzol comienzan a crear expectación, se ha corrido la voz que suelen acabar en divertidas veladas. Pero hay que advertir que él no hace comedias amables, sino que busca meter el dedo en la llaga. Sus relatos se detienen en anécdotas con personajes de carne y hueso, cuyas historias tan absurdas como verosímiles, tan líricas como contradictorias, acaban conquistando la simpatía y el corazón del público. "Del humor me interesa descubrir la risa en el propio dolor. No me interesa reirme del dolor ajeno. No tiene sentido. Lo interesante es descubrir que el propio dolor habita en un cosmos en el que las galaxias chocan entre sí. No creo que dejemos de ser importantes por ser tan microscópicos. Pero tomar conciencia de la insignificancia despierta la risa. Inexplicablemente. Beckett inventó una clase de humor, también Buñuel, y Azcona, y Pinter. El siglo XX ha sido muy trágico y muy humorístico."



Sanzol ha escrito y dirigido en los últimos tres años cuatro obras. Buen ritmo. Todas comparten la misma estructura: sucesión de sketches sin aparente continuidad dramática. Todavía no ha agotado la fórmula, pues en su nueva obra, En la luna, insiste en ella: "Cuando escribo lo hago por partes. Primero una escena, luego otra, pero al hacer la puesta en escena voy descubriendo esos nexos invisibles que desconocía cuando la estaba escribiendo y que son los que realmente dan sentido a todo. Aunque cuando descubro de qué va la obra es cuando veo la reacción del público. El público acaba dándole el significado".



¿Y la inspiración? ¿De dónde surgen estos relatos, en su mayor parte ambientados en escenarios rurales? Podría creerse que su autor se ha propuesto recorrer el pasado a través de sus recuerdos. La década de los 60 le entusiasma, por su estilo retro y su música, y allí situó Sí pero no lo soy, su aldabonazo en el teatro madrileño. Luego vino Días estupendos, obra que estrenó la temporada anterior en el Centro Dramático Nacional, ambientada en los 70. Y para Delicadas, que escribió para el grupo catalán T de Teatre y presentó el pasado año en Barcelona, se trasladó a la posguerra que vivieron sus tías y tíos, haciendo memoria de sus veranos de infancia en el pueblo que pasaba con ellos, Quintanavides, localidad que corre el riesgo de acabar en urbe literaria como Macondo o Comala.



Para En la luna Sanzol ha indagado en sus primeros años de vida, lo que le ha llevado nuevamente a los 70, a la Transición española. No por ello le ha salido una obra más política que las precedentes: "En mi teatro no separo vida privada de pública. Mi experiencia es que la vida pública condiciona mi vida privada, y al revés. Si el teatro habla de la vida, tiene que hablar de política".



Su reciente paternidad le ha inducido a intentar recordar el niño que fue, operación memorística de difícil ejecución porque los recuerdos, como decía Peter Brook, se presentan deslavazados y subliman el momento pasado. Por eso, él cree que son un material perfecto para la escena: "El teatro tiene una potencia a la hora de crear metáforas en directo que lo hace lo más parecido a un sueño. Cualquier objeto en el teatro toma una dimensión increíble, y tiene el mismo tamaño y la misma forma que en la vida real, pero a veces tienes la sensación de que es la primera vez que lo has visto". El director ha contado para esta producción con dos colaboradores suyos (los actores Lucía Quintana y Juan Codina), además de Palmira Ferrer, Nuria Mencía, Luis Moreno y Jesús Noguero.