La puesta de largo de Cristóbal Balenciaga (19 de enero, Disney +) se presenta como uno de los grandes estrenos españoles del año. La serie creada por Lourdes Iglesias y el trío de directores que forman Aitor Arregi, Jon Garaño y Jose Mari Goenaga (La trinchera infinita, Handia) se concentra en los 30 años que el diseñador vasco residió en París y repasa desde su consolidación en el mundo de la moda o sus relaciones con los popes de la haute couture (Chanel, Dior, Givenchy) hasta las tensiones empresariales, familiares y sentimentales que le rodearon, sin obviar ni su homosexualidad ni sus (discutibles) posicionamientos políticos.
Alberto San Juan (Madrid, 1968) se pone en la piel de Balenciaga, un icono atravesado por fuertes contradicciones, con una fuerte obsesión por el control unida a un obstinado deseo por preservar su privacidad que se contraponen a su afán de reconocimiento y a un éxito profesional que lo llevaron a ser uno de los hombres más populares de su tiempo.
Pregunta. ¿Cómo afronta un actor la construcción de un personaje como el de Balenciaga, del que apenas hay información?
Respuesta. Pues, inevitablemente, echándole imaginación. Todo relato cinematográfico, por mucho que esté inspirado en la realidad, no deja de ser una ficción que, como toda ficción, pretende tener verdad, pretende tener vida. Pero, efectivamente, de Balenciaga apenas existen dos docenas de fotos, no hay ningún registro de voz, se conserva una filmación de un minuto donde se le ve trabajando en su taller con mucha gente alrededor y se dice que hay dos entrevistas, aunque yo creo que no es cierto. Lo que sí hay son dos perfiles periodísticos que incluyen un par de declaraciones suyas, pero no existe ninguna entrevista en profundidad. Lo único que tenemos de él son esas dos docenas de fotos y los testimonios de la gente que lo conoció.
»A partir de esa mínima cantidad de datos con los que se contaban, se trataba de hacer una reconstrucción. Por ejemplo, los testimonios consultados coinciden en algunas cuestiones, como su relación obsesiva con el trabajo, su enorme inseguridad o su desinterés —incluso rechazo— por la visibilidad personal y la exposición pública. Parece ser que él afirmaba que la vida social era una pérdida de tiempo, refiriéndose a las fiestas y todas estas cosas. Parece que era un buen amigo en la intimidad, cuando se encontraba en reuniones con pocas personas en casa, bebiendo y charlando.
"Dior, Coco Chanel, Givenchy, todos decían que él era el único que sabía solucionar técnicamente todas las locuras que se le ocurrían"
P. ¿Qué tipo de herramientas interpretativas o de formación le sirvieron para mimetizarse con el diseñador?
R. Estuve dando clases con un modisto que no me enseñó a coser, pero sí a relacionarme con la ropa con naturalidad y no como si se tratase de un objeto extraño. También aprendí a coger la aguja y las tijeras, pero en cualquier caso no a coser porque coser como Balenciaga era imposible. Hablamos de alguien que, además de ser un genio del diseño y de la creación, era capaz de materializar sus propias ideas. Dior, Coco Chanel, Givenchy, todos decían que él era el único que sabía solucionar técnicamente todas las locuras que se le ocurrían.
»También tuve que dar clases de francés porque no sé francés y había que hablar mucho, y otro tanto pasaba con el euskera, aunque ahí había menos escenas y simplemente tuve que aprenderme esos diálogos. Es decir, que en principio yo era una elección dudosa, porque ni sabía francés, ni sabía nada de moda, ni de costura, ni de nada por el estilo. Pero bueno, más allá de todo eso, Balenciaga es un ser humano y el cóctel de elementos básicos que lo conforman todos lo llevamos dentro. Como también me dedico al mundo de la expresión artística en el campo de la interpretación y el teatro sé lo que es sufrir en un proceso creativo y sé también lo que es sufrir por ser visto de una manera en la que uno no quiere ser visto, ese pudor, esa inseguridad. No sé qué es ser católico y homosexual en la España de hace tanto tiempo, pero sé lo que es el deseo y sé lo que es la represión. Así que, estudiando el personaje, traté de ponerme en la piel de un señor normal de Guetaria, que pertenecía a la clase trabajadora, que era muy distante pero muy educado, sumamente amable y que cuidaba mucho las formas.
"Nunca me había enfrentado a algo de tales dimensiones y que entrañara tal grado de responsabilidad"
P. Para un actor con una carrera dilatada, ¿qué ha supuesto encarnar a un mito como Balenciaga?
R. Nunca me había enfrentado a algo de tales dimensiones y que entrañara tal grado de responsabilidad. Mi sensación, inevitablemente, es de una cierta frustración porque, si te soy sincero, diría “demasiado para mí”. Ser la presencia continua durante seis horas de ficción es muy heavy. Por una parte, me siento muy afortunado por haber sido elegido para el papel, pero uno casi siempre quisiera haber llegado un poco más lejos, no sé si siempre, pero en esta ocasión, desde luego. Fue, de verdad, una tarea titánica, al menos para mis capacidades, a lo mejor para otro no. Era un ritmo de rodaje muy bestia, entre maquillaje y filmación sumaban unas 12 horas de trabajo diarias de media, de lunes a viernes durante cinco meses… No había tiempo, había días en los que la única opción era sobrevivir, sacar adelante las escenas. En ese sentido tomé una decisión que creo que estuvo bien, que fue la de ser muy disciplinado y hacer todo lo que me pedían los directores atendiendo a mis capacidades. Decidí que las pautas que me dieran tenía que seguirlas. Es decir, no recuerdo haber tenido ninguna discusión con ellos, diciéndoles esto no debería ser así, aquello no lo veo claro… Con el tiempo que teníamos no iba a ponerme a llevarles la contraria: lo que digan, yo a obedecer como un soldado.
P. ¿Cómo fue el trabajo de maquillaje para caracterizar a un personaje que envejece 30 años —de los 42 a los 76— durante la serie?
R. Para hacer un maquillaje hiperrealista hubiera hecho falta utilizar máscaras, que ahora se hacen perfectas, pero hubiésemos necesitado cuatro horas diarias solo para ponerlas más otra hora más para quitarlas, lo que hubiera dejado muy poco tiempo de rodaje. Eso solo lo pueden hacer superproducciones como aquella película sobre Churchill (La hora más oscura).
»Yo me comía mucho el coco, y sufría mucho durante el rodaje, porque pensaba que no parecía lo suficientemente joven ni lo suficientemente mayor para representar el papel en sus distintas edades. La propia maquilladora, la maravillosa Karmele Soler, dijo que para convertirme en un tío de 76 años hacían falta unos postizos que la dinámica de rodaje no permitía, así que lo que no íbamos a hacer era quedarnos a medias. Y luego ves que ese trabajo tan sutil funciona, porque como espectador lo aceptas, también porque ves que todo es orgánico, que hay verdad en las escenas. También es cierto que, en las poquísimas fotos que se conservan de Balenciaga de mayor, no es un hombre que envejeciera excesivamente, mantuvo cierto porte, no se le cayó el pelo, tampoco se le puso blanco del todo —a los 76 lo tenía más negro que yo ahora— y no tenía muchas arrugas.
»De esta serie, aparte del enorme trabajo de los directores, el trabajo de vestuario, maquillaje y peluquería merece mención especial porque es muy fino, muy bueno y fue una burrada de trabajo, porque no solo era la cantidad de personajes, sino la cantidad de figuración. Y es que no había un solo figurante al que no le dedicaran prácticamente la misma atención que a los protagonistas.
P. ¿Cómo valora alguien que ha montado proyectos como Autorretrato de un joven capitalista español o Mundo obrero la postura de Balenciaga con respecto a la ocupación nazi que se muestra en el segundo episodio?
R. Para mí lo interesante está en el diálogo que se establece entre él y su socio, Blas Vizcarrondo (Josean Bengoetxea), en el que Balenciaga le dice aquello de “yo tengo derecho a ser apolítico, a mantenerme al margen de lo que ocurre en la sociedad donde vivo”. Su socio le responde que “no es que tengas derecho o no, es que no es posible”. Y no es posible porque la política, entendida no como ese microcosmos que forman los partidos políticos, sino como la organización de recursos y derechos que ordenan la sociedad en la que convivimos, lo tiñe todo. Todo es política, “hasta un sombrero”, le dice Vizcarrondo. De hecho, llega a decirle a Balenciaga: “Yo no sé si tú eres un fascista o un demócrata, no lo sé”. Y él no responde, se mantiene firme en esa neutralidad que pasa por la no participación y por dedicarse únicamente a hacer su trabajo sin pensar en las consecuencias o en qué podría hacer para cambiar la situación.
"Como actor, no me hace falta estar de acuerdo con Balenciaga en absoluto, me hace falta entenderlo"
»Por un parte, entiendo perfectamente su postura. Creo que, en una situación de violencia, el ser humano básicamente tiende a sobrevivir, así que, en una situación de guerra, de ocupación, la gente procura salir adelante, hacer su vida, trabajar, mantener sus relaciones, sus amistades y a su familia. Son muy pocos aquellos que deciden que van a dedicar su vida a intentar cambiar las cosas para que sean más justas, mejores. Es decir, yo puedo entender lo que hizo Balenciaga, pero no estoy de acuerdo con él. Otra cosa es que, a mí, como actor, no me hace falta estar de acuerdo con él en absoluto, me hace falta entenderlo.
P. Independientemente de la postura que adopta el personaje durante la ocupación alemana, el citado episodio termina con una frase de Balenciaga en la que dice: “los uniformes (militares) se convirtieron en abrigos para los niños y de las banderas con la cruz gamada se hicieron delantales”. Pese a la destrucción de lo simbólico, lo material pervive.
R. Y eso va seguido de una imagen de las redes que tejen las pescadoras, que creo que como metáfora es muy elocuente, sobre todo en un país como España, donde supuestamente hay más de 100.000 desaparecidos de la dictadura todavía en fosas comunes. No puede haber un ejemplo más evidente que el de estar pasando, literalmente, por encima de nuestros muertos, de nuestros asesinados, en este caso por identificarse con el sistema democrático vigente en ese momento contra el que se levantó el ejército.
»Cuando la periodista le pregunta qué pretende transmitirle con esa reflexión, Balenciaga responde “no lo sé”. En definitiva, algo tan atroz como una dictadura o como una guerra lo tiñe todo muy profundamente y el ejercicio colectivo de concienciación que hay que hacer para superarlo no es nada fácil. De todos modos, creo que ese episodio plantea algo muy interesante que es si se puede vivir al margen o no de lo que está pasando en la sociedad de la que uno forma parte. Y pienso que la serie viene más bien a poner en duda que uno pueda mantenerse al margen, aunque quiera.
P. La serie contiene una imagen muy poderosa, sobre todo por su capacidad sintética, en la que se observa a Balenciaga mirando por un ventanal. Frente a él vemos un abismo de nubes y la composición nos lo muestra como alguien solitario que está siempre en el filo.
R. Todo lo que rodeó el rodaje de ese plano fue muy curioso. Está filmado en el hotel situado en la parte más alta del Monte Igueldo. Subimos de mañana, en un día claro, para tener unas vistas perfectas de toda la bahía de San Sebastián. De pronto se formó una niebla que cubrió la ciudad por completo. El único día de todo el verano en el que sucedió algo así fue el que nos tocaba rodar allí. Y claro, en un principio aquello fue un disgusto muy gordo tanto para el director de fotografía (Javier Agirre Erauso) como para los directores. Yo tengo que decir que a mí el plano me encanta y creo que es mejor que si hubiésemos tenido San Sebastián al fondo, porque vemos al hombre enfrentado a la incertidumbre. Y es algo que entiendo bien porque creo que algo de eso hay en mí, el hecho de tener un ego considerable y el afán por comunicar algo y al mismo tiempo querer apartarse de los focos, esa contradicción entre elegir una profesión que le convierte en uno de los hombres más famosos del planeta en ese momento y a la vez no querer que se sepa nada de él. De hecho, se le ve tímido a la hora de mostrarse en público y recibe los elogios a veces incluso con vergüenza. De hecho, llega a decir que él no es un artista, que es un artesano, que ser un artista en su pueblo sería considerado una vergüenza.
P. Si Balenciaga puede considerarse un icono, otro tanto puede decirse de la figura de Don Juan sobre la que reflexiona en su último montaje teatral, Macho grita, estrenado casi en paralelo a la serie de televisión (en el Teatro Pavón a partir del 16 de enero). ¿En qué consiste esa nueva aproximación al mito?
R. Macho grita es una comedia musical que habla de 1492 y cómo se constituye una idea de lo español que excluye dos terceras partes de lo hispánico: la judía y la musulmana. Habla de una España Macho que, en realidad, es una España trans. El mito de Don Juan sirve como excusa para iniciar el relato.