Podría decirse que El Salto es una película de terror humano, o mejor dicho, de terror profundamente inhumano. Donde ser un ciudadano del tercer mundo que intenta abrirse camino en otro país te puede convertir automáticamente en un bulto sospechoso dentro del estricto organigrama burocrático actual y desembocar en una terrible y trágica odisea personal, tal y como narra la vida del protagonista.
Benito Zambrano lleva más de dos décadas haciendo películas de contenido social y aun así reconoce que no fue nada fácil conseguir levantar la financiación de su sexto filme debido a la temática tan dura e incómoda que propone.
"Desde el principio quisimos contar la historia que hay detrás de estos inmigrantes a los que te puedes encontrar por la calle en cualquier momento y conseguir que el público empatice con el terrible proceso que les ha traído hasta aquí", relató Zambrano en el coloquio con la prensa que sirvió para presentar, fuera de concurso, la película en el Festival de Málaga.
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Han sido casi tres años de trabajo en los que el director y su equipo han estado empapándose todo lo posible para asumir el reto de conseguir que el espectador sienta esta historia como algo verdadero y real. "Fuimos a Melilla y Algeciras, nos documentamos todo lo que pudimos para intentar entender y reflejar todos los detalles de esta complejidad tan dolorosa", comentó el director de Intemperie (2019).
La película narra la historia de Ibrahim, un inmigrante que llegó a España hace unos años desde Guinea. Ahora sus raíces están en Madrid, donde trabaja duro en la construcción y vive con su pareja Mariama, recién embarazada.
Pese a ser un buen trabajador y no dar problema alguno, un día es detenido por la policía. Al carecer de permiso de residencia y de certificado matrimonial será deportado inmediatamente a su país de origen. A partir de ese momento comenzará la desgraciada odisea de intentar regresar a España a cualquier precio para poder reunirse de nuevo con su familia.
El actor francés Moussa Sylla interpreta con ternura y determinación a su protagonista principal. Tras un proceso de selección de casting en Francia y posterior aprendizaje de la lengua castellana que requería el personaje, Moussa se muestra entusiasmado con su participación en esta película: "Ha sido una experiencia muy bonita y estoy muy agradecido a Benito por contar conmigo. Creo que la humanización de estos personajes es algo muy importante, hay que abrir el corazón y los ojos para poder entenderlos bien. Ojalá estuviésemos en un mundo con menos barreras donde poder convivir pacíficamente todos los seres humanos’.
Cierto es también que para ser un film de denuncia social, a lo largo de sus 90 minutos sufre algunos altibajos por culpa de un guion demasiado esquemático y predecible (especialmente en su primera mitad) acompañado de una realización en ocasiones algo vaga que resta bastante impacto a una historia que debería poseer más nervio y tensión dramática.
Afortunadamente, la película consigue levantar el vuelo en su tramo final donde el salto de la valla se convierte en una experiencia física extenuante, y a ratos terrorífica, que sufren estos personajes despojados de toda dignidad humana.
En las fronteras se suele mover mucho dinero y hay muchos lobbies interesados en la fabricación de vallas o la seguridad
Un filme que se apoya sobre la inmensa capacidad de sobreponerse a las injusticias y la solidaridad en las situaciones más desfavorecidas y en el que Zambrano evita caer en clichés de mafias organizadas a cambio de retratar con veracidad el oportunismo salvaje que sucede en las líneas fronterizas del tercer mundo.
"En las fronteras se hace negocio, se suele mover mucho dinero y hay muchos lobbies interesados en la fabricación de vallas o la seguridad", apuntó al respecto. Y añadió: "Las personas implicadas que van por libre tienen ese modo de vida y también quieren hacer su negocio. El problema principal viene de desde mucho más arriba. Solo son la parte más baja del escalafón".
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La recreación de los espacios también ha sido muy importante en el proceso: centros de acogida, campamentos improvisados e itinerantes y, por supuesto, la cruel protagonista metálica rodeada de concertinas situada en la frontera que sirve de meta final a sus desesperados protagonistas. "Replicamos una parte de la valla de Melilla con toda la exactitud para que tuviese el máximo realismo posible, de hecho está fabricada por la misma empresa que hacen las vallas que están instaladas alli", dijo.
Además el cineasta sevillano, lejos de conceder un final feliz a un tema tan complejo, sí que vislumbra un cierto halo de esperanza, aunque no duda en resaltar su terrible dicotomía: "Saltar la valla, que ya es una aventura terrible, no garantiza en absoluto que sus problemas vayan a terminar; después les esperará el trabajo precario y más cosas que todos sabemos. La tranquilidad absoluta les llevará conseguirla, desgraciadamente, varios años más".
Un desequilibrado orden mundial que, sin duda, acaba penalizando a los ciudadanos que provienen de países con menos recursos económicos, tal y como zanja Benito Zambrano al final del coloquio: "El mundo actual funciona así, los privilegiados nos desplazamos por capricho y placer, los pobres lo hacen por necesidad".