Si algo ha sabido hacer siempre Hollywood es contar espléndidamente cuentos de hadas modernos, con moraleja al gusto de los tiempos que tocan. Y en Hollywood tocan tiempos inclusivos, progresistas e incluso populistas. Necesitados de nuevas leyendas épicas, de episodios históricos relevantes para la sociedad actual y, sobre todo, de héroes milénicos que ayuden a recuperar la fe en las nuevas generaciones. En el futuro de las democracias occidentales y su madre fundadora: los Estados Unidos. Eso es exactamente Golpe a Wall Street.
Basada en el libro The Antisocial Network, de Ben Mezrich, dirigida por Craig Gillespie, experto tanto en ficcionalizar hechos reales (Yo, Tonya) como en fantasías a la medida del siglo XXI (Cruella), la historia de Keith Gill y sus “bobos de Wall Street”, pequeños inversores, jóvenes apostadores en bolsa a través de las redes sociales que vencieron a los monstruos corporativos que dominan el mercado, es un perfecto cóctel de humor, suspense, drama humano y sátira amable.
Gillespie renueva la tradición de Capra y sus caballeros sin espada, emotivo discurso final incluido, ahora simpáticos millennials capaces de desafiar las leyes no escritas (y algunas escritas) de la bolsa para devolver Wall Street a quien debería pertenecer: people have the power.
Para ello escoge un muestrario coral de héroes cotidianos nada casual: enfermeras latinas solteras y madres en la vida, parejas multirraciales de jóvenes lesbianas, humildes empleados… Fuera queda toda sombra o ambigüedad. O que el sistema haya salido fortalecido. O que el héroe del pueblo se retire después de hacerse millonario. Esto es un cuento de hadas hollywoodiense. Al final, todos fueron felices y comieron… perdón... y compraron más acciones.