'Terenci Moix: La fabulación infinita': las luces y sombras de un escritor icónico
Un documental y una serie repasan la trayectoria de Terenci Moix, novelista, articulista y personaje social de la Barcelona de la Gauche Divine
15 septiembre, 2023 10:37Cuando tenía quince años hice una colección de VHS con la firma de Terenci Moix. Todas las semanas, salía en el quiosco un nuevo clásico de Hollywood (La gata sobre el tejado de Zinc, Rebelde sin causa, Un tranvía llamado deseo, todas muy “dramáticas” y fantásticas) acompañado de unos cuadernillos escritos por Moix lujosamente ilustrados.
La colección se llamaba Mis inmortales del cine y los protagonistas no eran los directores como en la francesa Cahiers du Cinema, sino las estrellas. ¡Y qué estrellas! Elizabeth Taylor disfrazada de Cleopatra, Burt Reynolds descamisado, muchas veces, Marlene Dietrich con un suntuoso vestido, mirando a cámara como si viera algo que los demás no vemos y le provoca una ligera jactancia.
Los rebeldes franceses hicieron el cine más serio, más importante, pero escritores como Terenci Moix o el propio Capote, su héroe confeso, también lo hicieron más hermoso, más mágico, en un tiempo en el que las películas de Hollywood, con su brillo infinito, contrastaban de una manera brutal con una España pobre y traumatizada por la guerra civil. El mismo lo contó en su primer libro de memorias: El cine de los sábados.
[Daniel Calparsoro: "'Todos los nombres de Dios' es la película en la que más tensión he generado"]
Terenci Moix fue probablemente mejor personaje que escritor. Ingenioso siempre, brillante a ratos, profundo sobre todo cuando hablaba de sus desgarros íntimos, carismático sin duda, también un poco vende humos. Un documental, Terenci Moix: La fabulación infinita, dirigido de manera sobresaliente por Marta Lallana, rescata su memoria.
Un rescate necesario del propio Terenci pero también de su mundo, la España franquista rebelde, y lo que representaba en él. Hijo de una familia sencilla que no pobre, niño ya con ganas de llamar la atención, ansioso de reconocimiento -dicho sea sin ningún reproche, nadie se hace famoso sin querer serlo-. Y él, desde luego, quería ser famoso. Y lo fue.
El gran manipulador
La fabulación infinita es, de hecho, un buen título. En la estela “warholiana” de esos 60 en los que el neoyorquino profetizó que todos seríamos famosos quince minutos algún día, él quiso serlo toda la vida. Ahí está, por una parte, la grandeza de Terenci, que también la tiene, ese empeño constante por convertir la propia vida en una obra de arte, una idea aún marcada en Europa por el malditismo de Baudelaire, ese Terenci que se aferra al tabaco aunque le esté quitando la vida.
Ese tipo que, como cuando Trump llamaba al New York Post para inventarse que se había liado con Madonna, para salir al día siguiente en la portada aunque fuera con una mentira, monta un gran espectáculo cuando le deja el actor Enric Majó, su gran amor de toda la vida, y lo primero que hace desde el hospital es hacer que se entere la agencia EFE.
Hay luces y hay sombras. Está el escritor “heterodoxo” como se le describía en la época por hacer ostentación de su homosexualidad, sin pregonarla pero sin ocultarla. Pero está también el intelectual que mientras el régimen de Franco seguía matando y encarcelando a opositores se pasaba las noches en la discoteca Boccaccio, centro mítico de la Gauche Divine, haciendo el papel de diletante, un personaje que le gustaba mucho.
Se entregó, con fervor, a hacerse amigo de mujeres viejas y ricas, deslumbrado por el brillo de su opulencia, y tuvo mucha prisa por congraciarse con una burguesía de Barcelona que se lo tomaba un poco a cachondeo. Todo esto puede parecer un tanto agrio. Hay una parte oscura y una parte, hermosa, luminosa, en Terenci Moix.
Fue el hombre que se atrevió a hacer el papel de artista en una sociedad como la española en la que eso nunca ha sido fácil y le salió bien; fue también el tipo que como cuenta Enric Majó, y corroboran sus cercanos, se dedicó a hacerle la vida imposible cuando lo abandonó en una venganza de tintes terroríficos, y un manipulador.
Era un sinvergüenza, simpático, pero un tanto sinvergüenza. Sus libros, de los correctos como El día que murió Marilyn a los malos como su Premio Planeta, No digas que fue un sueño, más que obras literarias son el reflejo de una época. El mismo lo dice en un momento dado, su idealización del amor le impide amar de verdad. En todo, ese fue su principal error.