Por fin se estrena Barbie, una de las películas más anunciadas y esperadas de la década. Casi se diría que la película lucha contra sí misma, contra unas expectativas desaforadas que la han convertido en un fenómeno cultural aun antes de estrenarse.
¿Por qué nos fascina Barbie? Supongo que daría para escribir un ensayo, pero de momento lo que se puede decir alto y claro es que la película no solo funciona, sino que brilla alto en una audaz mezcla entre espectáculo kitsch, reflexión metacinematográfica sobre la cultura pop en su versión moderna (que es muy distinta a la de los tiempos de Warhol) y finalmente, artefacto feminista que reflexiona, nada menos, sobre los mitos (todos macho) que forjan la leyenda de Estados Unidos. Por partes.
Barbie no es un personaje, es una idea. Por tanto, Margot Robbie, al principio de la película, no interpreta a nadie salvo lo que representa. Y lo que representa está claro: el triunfo del capitalismo, una forma de entender la liberación femenina como una reivindicación de su derecho a ser bellas y andar todo el día en bikini, una especie de fantasía posmoderna sobre el “fin de la civilización” de Fukuyama en el que nosotros, occidentales, hemos logrado crear una sociedad perfecta en la que estamos siempre contentos, felices y no nos falta de nada. El universo de Barbie no es realista ni lo pretende, es un mundo “de anuncio”, perfecto, de color de rosa en el que no existe la tristeza, ni la celulitis (la celulitis tiene un papel en la película), la vejez ni la propia muerte.
En tiempos de redes sociales, Barbie, de alguna manera, somos todos. Porque todos, absolutamente todos, pretendemos vivir en un jolgorio constante, en un estado de felicidad absoluta en Instagram, en Facebook y en los dichosos “eventos” a los que nos invitan. Divertirse hasta morir, titulaba su clásico y visionario ensayo el sociólogo estadounidense Neil Postman en 1986. Desde entonces no solo seguimos igual, sino que lo hemos llevado al paroxismo. En un momento de la película, Ken (Ryan Gosling), el sempiterno novio de Barbie, lo deja claro: “Pensar es un aburrimiento”. Cuando la protagonista cita la palabra “muerte”, el momento catártico del filme, todos se “embajonan”. La banda sonora perfecta del siglo XXI vendría a ser una versión a tope de hormonas de Que no pare la fiesta, el clásico de Pitbull.
Aldous Huxley y el patriarcado
Barbie comienza con una larga secuencia en la que vemos el mundo perfecto de la muñeca. Un mundo de color de rosa llamado Barbieland en el que la vida consiste en beber margaritas en la playa después de jugar a vóley y pasárselo pipa por las noches. Un mundo “desexualizado” porque los muñecos no tienen genitales, y por tanto de un puritanismo espantoso como el de las redes sociales, en el que las mujeres dominan el mundo y los hombres, los “kens”, ejercen de meras comparsas. Porque la Barbie moderna no es solo una tipa en bañador o cargada de joyas, también es doctora, juez del Tribunal Supremo, astrofísica o presidenta de la nación. Es un mundo fantástico, pero es mentira. Por cierto, todas se llaman Barbie y todos Ken, simbolizando un mundo actual de clones en el que solo existe una única posibilidad de ser feliz.
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El argumento de Barbie está escrito por la directora, Greta Gerwig, conocida por películas independientes como Lady Bird (2017) junto a su pareja, Noah Baumbach, otro “campeón” del cine independiente con títulos de culto como Historia de un matrimonio (2019). Se trata, está claro, de juntar una sensibilidad underground con un producto de masas como se ha hecho de forma frecuente con las películas de superhéroes. Y la mezcla funciona.
El argumento es todo un clásico: la heroína cae, en este caso no tiene más remedio que ir al “sucio” y confuso mundo real en el que las mujeres no son presidentas y las siguen tratando como objetos mientras pero las niñas de la generación Z consideran a las muñecas como Barbie “fascistas”. Por supuesto, la protagonista, en su descenso al barro, aprenderá , como Pinocho, base narrativa filme, a ser una “verdadera mujer”.
¿Pero qué es ser una verdadera mujer? En uno de los momentos más interesantes, un personaje cita todas las contradicciones a las que deben enfrentarse, ser guapas pero no soberbias, ser atrevidas pero no arrogantes, “empoderadas” pero tan reprimidas como siempre y un largo etcétera.
La cuestión del patriarcado, que se cita constantemente porque el personaje de Ken, enfebrecido cuando ve que en el “mundo real” los hombres mandan no como en su país de Barbies, cobra toda la importancia. En este sentido, Gerwig se pregunta, y lo hace de manera rigurosa y profunda en medio de tanto jolgorio, qué tipo de sociedad vamos a construir, si seremos capaces de superar el machismo imperante y construir un nuevo marco de convivencia en el que la propia idea de “poder” se ponga en cuestión. ¿Seremos capaces de no superar una opresión por otra? ¿De pasar de las buenas palabras a un verdadero mundo en el que seamos iguales?
Si Pinocho es una de las patas de Barbie, la otra es sin duda Aldous Huxley y su clásico Un mundo feliz. Lo que el escritor británico del siglo XX describe en sus páginas, Gerwig lo convierte en bellísimas imágenes llenas de color y fantasía que retrotraen a los inicios del cine con esos decorados en cartón piedra. La idea, en el fondo, es la misma. La imposición de la felicidad, la pretensión vacua y destructiva de que es posible estar permanentemente contentos, anida en sí misma las puertas del infierno. Todas las sectas espantosas de la historia de la humanidad han tenido nombres fantásticos, de la Colonia Dignidad chilena al Monte Carmelo de los davidianos y terminando por Barbieland.
Barbie
Dirección: Greta Gerwig
Guion: Greta Gerwig y Noah Baumbach
Intérpretes: Margot Robbie, Ryan Gosling, Greta Gerwig, Will Ferrell, Emma Mackey, Simu Liu, Michael Cera, Kate McKinnon, America Ferrera
Año: 2023
Estreno: 20 de julio