La profecía que lanzó hace unos años Spielberg sobre el cine de superhéroes empieza a vislumbrarse como una posibilidad plausible. "Estábamos ahí cuando el wéstern murió y habrá un tiempo donde las películas de superhéroes seguirán el camino del wéstern", decía el cineasta en 2015, siendo por ello vapuleado en redes sociales por los adoradores de los universos cinematográficos de Marvel y DC, como ya le ocurriera antes a Martin Scorsese. Hay que recordar que por entonces los superhéroes dominaban con brío la taquilla, y todavía faltaban unos años para que se estrenaran Vengadores: Infinity War (2018) y Vengadores: Endgame (2019), las dos joyas de la corona.
Sin embargo, sin el carisma del Iron Man de Robert Downey Jr, el Capitán América de Chris Evans y la Viuda Negra de Scarlett Johansson, con la producción elevada al cuadrado con unas series que no parecen haber entusiasmado a nadie, con cada nueva entrega supeditada a un molde inamovible y superhéroes cada vez más desconocidos, y con el fracaso de Ant-Man y la Avispa: Quantumania (2023), parece que realmente el cine de superhéroes comienza a mostrar claros signos de agotamiento.
[Carla Simón, Premio Nacional de Cinematografía]
Aún así, todavía queda para rato: Marvel tiene más de 15 proyectos en producción, y DC se dispone a reiniciar La liga de la Justicia que malogró ZacK Snyder colocando al mando a James Gunn, director de los Guardianes de la Galaxia de Marvel (cuya reciente tercera parte es, sin duda, un brote verde: ha triunfado en taquilla y convencido a la crítica).
De entre todos los superhéroes, Spider-Man es, sin duda, el más castigado por la industria del cine: Sam Raimi rodó tres películas sobre el personaje entre 2002 y 2007, con Tobey McGuire y Kirsten Dunst como protagonistas, Marc Weeb se quedó en una bilogía, con dos filmes en 2012 y 2014 con Andrew Garfield y Emma Stone, y Marvel le dio la alternativa a Jon Watts, que ya tiene también tres títulos en su haber liderados por Tom Holland y Zendaya. Y, sin embargo, no sabíamos que necesitábamos más: en concreto, este Spider-man: cruzando el multiverso que llega a las salas este viernes.
La segunda entrega de Spider-man: un nuevo universo (Bob Persichetti, Peter Ramsey, Rodney Rothman, 2018), que se hizo con el Óscar a la mejor película de animación, es una absoluto deleite para los sentidos, un prodigio artístico que hace palidecer los universos de cartón piedra digital que unifican las películas de Marvel. No hablamos solo de las fantásticas set-pieces de acción, frenéticas y aún así fáciles de seguir, sino también momentos íntimos, como ese en el que el protagonista Miles Morales y Spider-Gwen miran la ciudad de Nueva York sentados boca abajo en un saliente de un rascacielos.
Si de todo el corpus relacionado con el hombre araña siempre ha destacado esa Spider-Man 2 (2004) de Sam Raimi en la que la épica quedaba sepultada por las complicaciones de Peter Parker para conciliar la vida estudiantil, laboral y amorosa de un muchacho con el “un gran poder conlleva una gran responsabilidad” de un superhéroe, aquí ocurre más de lo mismo.ç
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Por otro lado, es toda la parafernalia del multiverso lo que acaba agotando, a pesar de que todos los guiños cómicos y los cambios de estilo visual son brillantes, pero lo cierto es que en su tramo central se dilatan algunas explicaciones ya demasiado escuchadas. Tampoco ayuda la duración del conjunto, que se alarga hasta los 140 minutos, ni ese final abierto que nos convoca para la tercera parte de la saga.
Pero nada de ello limita el alcance de la diversión que ofrece este filme, detrás del cual se encuentran Phil Lord y Christopher Miller, responsables de otros prodigios animados como Lluvia de albóndigas (2009) o La Lego película (2014). Un nuevo camino para el cine de superhéroes.