El cine de Elena Trapé (Barcelona, 1976) está muy cerca del mundo de los afectos, de los temblores íntimos que nos remueven sin que acertemos a saber por qué y que tienen consecuencias sísmicas.
En su debut, Blog (2010) trataba sobre un grupo de chicas adolescentes que buscan la transgresión como forma de redimir lo que consideran la banalidad de sus vidas. En Las distancias (2018), la directora reflejaba el ocaso de un viejo grupo de amigos que se reúne en Berlín para darse cuenta de que la complicidad que las unió se ha extinguido.
El fin del amor es también uno de los asuntos de Els encantats. La película cuenta la debacle psíquica de Irene (Laia Costa) después de divorciarse y asumir que tendrá que compartir la custodia de su hija de cuatro años. Tras mudarse a un nuevo apartamento en el que se siente extraña, se refugia en un pueblo de montaña en la casa familiar en la que pasó los días festivos de su infancia.
La directora nos cuenta por qué la maternidad es el punto de arranque de un filme en el que vuelve a mostrar los sentimientos y las vulnerabilidades del ser humano.
Pregunta. ¿Quería hacer el retrato de una mujer en crisis?
Respuesta. Una crisis es un momento de cambio en el que tu estructura se rompe y caes en un abismo. Tienes la herida aún muy abierta y te toca tomar conciencia de que vas a estar mal porque todo cambio es doloroso. Dejas cosas atrás y no sabes qué vas a descubrir, sientes que tienes pocas cosas a las que agarrarte. Es muy duro asumir que hay sueños irrealizables. Va a tener que vivir la maternidad desde otro lugar. También buscamos todos los matices que tiene esta crisis más allá de la maternidad: qué significa un hogar, la pérdida de la juventud…
P. Para Irene ser madre no es suficiente para sentirse realizada...
R. Para Irene la maternidad es muy importante en la película, siente ese dolor porque es la primera vez que se separa de su hija. En los primeros años hay un apego muy físico. Se ha pasado mucho tiempo cuidando a su niña, en esa inercia que se activa cuando tienes un hijo. De golpe, cuando tiene tiempo para ella, no sabe qué hacer con él y tiene que averiguar quién es más allá de ese rol de madre. Además de la maternidad hay otras facetas en ser mujer.
P. Una famosa encuesta dice que mudarse es tan estresante como la pérdida de un ser querido. ¿Ese nuevo espacio que debe encontrar debe ser también físico?
R. Lo del cambio de casa me parece siempre brutal porque tienes que reubicarte. Una mudanza es bastante shock a muchos niveles. Si la protagonista se hubiese quedado en su piso seguramente todo habría sido distinto pero se instala en nuevo apartamento que no siente como su hogar. Además, te pones a abrir cajas y surge la nostalgia.
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P. ¿Quería darle la vuelta al tópico narrativo de la vuelta a la naturaleza como un espacio sanador?
R. Irene decide viajar a la casa familiar buscando la raíz. Lo que parecía ser buena idea no resulta serlo porque se encuentra en un pueblo donde hay mucho silencio, en el que puedes escuchar hasta el latido de tu corazón y donde el paisaje es abrumador. Vemos cómo la protagonista cada vez que trata de no enfrentarse a ese dolor encuentra algo que la interpela. Más que encontrar la paz en esa naturaleza bucólica se mete en la boca del lobo.
Una herida abierta
P. ¿Suponía un riesgo que la protagonista se comportara de manera antipática?
R. No es un personaje complaciente. Aún tiene la herida muy abierta y se comporta de manera muy impulsiva. Es una persona que está gestionando situaciones muy difíciles y le sale lo peor de dentro. Por eso era importante tener a una actriz como Laia Costa.
P. Un tema clave es la confrontación generacional. ¿Hay un duelo por la pérdida de la juventud?
R. Me gusta esa escena del lago en la que Irene está con una pareja joven que cree en el amor de forma inocente. Te puedes sentir muy cómodo con un grupo de chavales de 20 años pero siempre surgen momentos en los que te das cuenta de que ya no estás allí.
P. ¿Quería contar la película desde el punto de vista de Irene?
R. Ya he rodado con cámara en mano, cerca del personaje, y quería hacer algo diferente, armar muy bien ese punto de vista, un estado de ánimo en el que estás mal y el tiempo transcurre muy lento. Queríamos que el espectador lograse sentir las cosas desde ese lugar. Para ello, utilizamos planos secuencia muy largos y panorámicas en un montaje muy tranquilo.