Más bien tibio ha sido el recibimiento del último trabajo de Hirokazu Kore-eda, Monster, que suma un nuevo relato a su filmografía en torno a las existencias maltratadas de la infancia y los dramas familiares. En esta ocasión, la estructura a lo Rashomon del filme, contando la relación secreta de una amistad entre dos compañeros de clase de educación primaria a partir de diversos puntos de vista, introduce una sensación de misterio, como si arañara un thriller de un melodrama.
El misterio consiste en desvelar la verdadera naturaleza de esa relación. El autor de Un asunto de familia, laureada con la Palma de Oro en 2018, vuelve a mostrar su nervio para diseccionar realidades complejas a través de la emoción humana, y añadir capas de significado a medida que el relato va revelando todos sus rostros. Más allá de su eficaz puesta en escena, siempre al servicio de un relato impuesto desde fuera, acaso el problema de Monster es que pretende abarcar más de lo necesario.
Monster arranca con un incendio y termina con un tifón, a los que volverá una y otra vez el filme, de modo que el relato fragmentado, cruzando sus destinos de forma alambicada, implica a los jóvenes Minato y Eri, a la madre del primero y al profesor de ambos, aparte de a la directora del centro escolar, que va adquiriendo un papel relevante en la trama.
Kore-eda extrae gran parte de la energía del filme de las interpretaciones de los dos niños, especialmente en el tercer tramo. Ambos están realmente excelentes en la piel de dos personajes que trazan un extraño y conmovedor arco en su periplo, para hacernos ver que la naturaleza aparentemente suicida de Minato, quien quedó huérfano de padre, esconde en verdad unas motivaciones bien distintas a las que imaginan padres y profesores y a las que el propio filme apunta en sus primeros compases. En cierto momento, todos los personajes parecen actuar bajo una ambivalencia moral y extrañeza conductual que los estigmatiza como monstruos en el paisanaje social.
La estrategia de dividir la película en bloques funciona solo a medias, revela sus claroscuros. Escrito por Yuji Sakamoto, se trata de la primera vez desde 1995, con Maborosi, que Kore-eda dirige un guion que no es suyo. Cabe preguntarse hasta qué punto la trama se presenta de forma narrativamente honesta que pueda justificar una estructura de puzzle (incluso televisiva en su forma episódica) que al parecer no tiene más intención que la de jugar con las expectativas y mantener una tensión artificial.
En todo caso, la fragmentación de lo que realmente está ocurriendo y ha ocurrido introduce la noción de que los discursos sociales entrañan una complejidad que la alejan de las apariencias y la interpretación unívoca, como pueda ser la relación que se establece entre profesores, padres y alumnos y las políticas educativas en torno al bullying. Al alterar el foco de la acción según el personaje, Monster nos permite profundizar en las verdaderas razones que mueven a cada una de sus criaturas, presentadas inicialmente como monstruos, y hacernos ver de nuevo la consigna renoiriana de que cada personaje obedece a sus propias razones.
Crónica de aprendizajes de Catherine Corsini
También a competición se ha podido ver el nuevo trabajo de Catherine Corsini, Le retour. A partir de un guion programático y más bien previsible en todos sus pasos, narra la historia de Kheididja (Aïssatou Diallo Sagna) y sus dos hijas adolescentes, Jessica y Farah, que regresan de París a la isla de Córcega durante un verano quince años después de que abandonaran la isla en trágicas circunstancias, tras el repentino fallecimiento del padre de ellas.
El verano en la isla irá revelando secretos familiares en una crónica de aprendizajes y de iniciación sexual marcado por las ausencias y heridas del pasado, en el que salen a relucir cuestiones raciales y de clase con las que Jessica y Farah tratan de encontrar su lugar en el mundo.
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Corsini centra su foco en el descubrimiento del mundo a través de la mirada, los deseos y la confusión de Jessica y Farah, a quienes dan vida con admirable solvencia Susy Bemba y Esther Gohourou. Mientras Jessica, que se dispone a comenzar sus estudios superiores al final del verano, vive su primera experiencia amorosa con una joven blanca de familia rica (Virginie Ledoyen), cuyos padres han empleado a su madre para cuidar de sus hermanos pequeños, mientras Farah comienza una actividad de pequeña traficante de hachís en las playas de la isla para matar el aburrimiento.
La crónica veraniega se hibrida con toda una suerte de cuestiones sociales que ponen de relieve las diferencias de clase y de raza, apenas esbozadas, pero sobre todo los anhelos emocionales y la búsqueda de identidad de una familia que esconde importantes secretos, como la existencia de una abuela que las hijas creían que estaba muerta.
Con estos ingredientes, la realizadora francesa construye un drama que respira a buen ritmo, más bien luminoso y sin concesiones al sentimentalismo, con algunas notas de humor procedentes de la caracterización de Farah, sin duda el personaje más interesante. Una película equilibrada y ligera, en definitiva, algo superficial en su tratamiento, a la que no hay mucho que reprochar, ni tampoco demasiado que admirar en sus entrañas.