No hay que dejarse engañar por el título. No es este libro un manual de instrucciones para hacer películas. El cineasta Alexander Mackendrick (1912-1993) acepta desde las primeras páginas (las primeras lecciones) que hay cosas que no se pueden enseñar, pero sí existen técnicas para trascender el mero armazón narrativo de un filme, es decir, “hacer cine”. Métodos que él mismo perfeccionó a lo largo de su exitosa carrera en los estudios londinenses de la Ealing (Mandy, 1952; El quinteto de la muerte, 1955) y más tarde en Estados Unidos.
En verdad, Mackendrick nunca tuvo en mente publicar estas páginas, como explica Paul Cronin en la introducción, quien ha estructurado y puesto en forma estas elaboradas notas a partir de los numerosos materiales didácticos (apuntes, escritos y ejercicios) que el director de Chantaje en Broadway (1957) utilizó para sus clases en el prestigioso California Institute of the Arts (CalArts), al que se incorporó en 1969 tras abandonar Hollywood, y donde descubrió que era “más feliz” enseñando que dirigiendo.
El talento docente desborda sus páginas, que nos atrapan como si fuera una novela de aprendizaje sobre un oficio, el de contar historias con imágenes, porque “una buena película debería ser comprensible en un 90%” sin necesidad de escuchar o comprender los diálogos”. Abramos por donde abramos el libro, obtendremos enseñanzas que nos seducen con su inteligencia para no estancarse en los lugares comunes (temas, estructuras, personajes, diálogos…) y situarnos en contextos y objetivos precisos, aplicables a todas las historias y géneros posibles.
Hacer cine no participa de la tediosa frialdad de los manuales (como si fueran recetas o fórmulas infalibles), sino de la experiencia (y hasta la emoción) de unas memorias profesionales cargadas de conocimiento, sabiduría y claridad expositiva. Para consolidar empíricamente sus intuiciones y métodos, Mackendrick recurre a su vez a múltiples ejemplos de análisis a partir de clásicos como El tercer hombre, Ciudadano Kane o Con la muerte en los talones, entre otros, y extrae un trayecto histórico, de Aristóteles a William Archer, de sus propias enseñanzas.
Las páginas de este libro nos atrapan como si fuera una novela de aprendizaje sobre un oficio, el de contar historias con imágenes
Lo que hace aún más valiosas si cabe estas clases –divididas en dos grandes bloques: “Construcción dramática” (guion) y “Gramática cinematográfica” (dirección)– es el contexto en el que las impartió. A finales de los sesenta, la narrativa del cine clásico había entrado en crisis, y Mackendrick se dirige a unos estudiantes escépticos con la utilidad de las viejas dramaturgias.
El capítulo "Tendencias del cine de la modernidad" plantea en este sentido preguntas extrapolables al cine de hoy, para concluir que cualquiera que quiera subvertir las reglas tradicionales del relato primero debe asegurarse de que las domina, porque “después de todo, un experto en demolición está obligado a conocer los fundamentos de la arquitectura”. Estos fundamentos, aplicados al cine, los encontrarán en estas páginas.