Telmo Irureta (Zumaia, Guipúzcoa, 1989) ha ganado el Goya al mejor actor revelación por su papel en La consagración de la primavera, de Fernando Franco. Tenía como rivales a Jordi Pujol Dolcet y Albert Bosch, ambos nominados por Alcarràs, a Mikel Bustamante por Cinco lobitos y a Christian Checa, por la película En los márgenes.
El actor, con parálisis cerebral, ha recibido el premio de manos de su tía, la actriz Elena Irureta, y el actor Tamar Novas. "Muchas gracias, estoy muy contento y algo bloqueado", ha reconocido, antes de reivindicar desde su silla de ruedas "un cine más inclusivo y con cuerpos de todo tipo".
La consagración de la primavera es su primera película, donde interpreta a un joven con parálisis cerebral que entabla una relación especial con una chica. La película aborda el tema de la asistencia sexual a personas con parálisis cerebral sin mostrar condescendencia hacia los personajes ni sermonear al espectador.
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El actor ha dado las gracias también a su personaje, "porque es un guiño a los derechos de las personas como yo a la sexualidad, porque nosotros también existimos y también follamos", ha manifestado.
El actor ha dado las gracias a Fernando Franco: "Eres maravilloso. Muchísimas gracias por esta oportunidad. Me encanta haberte conocido y ser parte de tu peli". También ha tenido palabras de reconocimiento para sus compañeras de reparto, Valeria Sorolla, que interpreta el papel de una joven que se convierte en la asistenta sexual del protagonista, y para Emma Suárez, que interpreta a su madre en la película. "Sois muy buenas y lo hacéis muy bien. Trabajar con vosotras ha sido una experiencia maravillosa", ha afirmado.
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Irureta está en silla de ruedas desde que tenía dos años, cuando una encefalitis le provocó una parálisis cerebral. Es licenciado en Magisterio, estudia Psicología y ha protagonizado varios cortos y monólogos teatrales antes de debutar en el largometraje en esta película que le ha valido el premio Goya al mejor actor revelación.
La consagración de la primavera es una propuesta que huye de los clichés y cuyo abrupto final deja al espectador en el momento justo para que en su cabeza se formulen infinidad de preguntas. No está lejos este planteamiento del que ya levantó en torno al trastorno límite de personalidad en La herida (2013) y a la eutanasia en Morir (2017).