Las raíces irlandesas de Martin McDonagh (1970), a pesar de nacer y crecer en Londres, marcaron sus primeros trabajos como dramaturgo, con varias obras ambientadas en Galway (donde pasaba los veranos con sus padres) y en las islas de Aran, que dispararon su fama en las tablas británicas.
Lejos de acomodarse, pronto dio el salto al cine, en donde ha seguido cultivando su prestigio como escritor y demostrando una gran intuición para la puesta en escena y la dirección de actores. Tras el éxito de Tres anuncios en las afueras (2017), repite con Colin Farrell y Brendan Gleeson, los protagonistas de su ópera prima Escondidos en Brujas (2008), en Almas en pena de Inisherin, filme por el que ha ganado ya el premio al mejor guion en Venecia y en los Globos de Oro y por el que opta a nueve premios Óscar.
En la película, ambientada en una isla remota frente a la costa occidental de Irlanda en tiempos de la guerra civil, Colm (Gleeson), un músico que aspira a componer algo que transcienda, decide un buen día poner fin a la larga amistad que le une con el simplón Pádraic (Colin Farrell), sin saber la repercusión que esta decisión tendrá entre los vecinos.
Pregunta. The Banshees of Inisherin, como se titula la película en inglés, debía completar su trilogía dramatúrgica de Aran. ¿Cómo ha acabado siendo una película?
Respuesta. Aquella obra la tiré a la basura hace 20 años porque no era demasiado buena. Pero me gustaba el título y la idea de completar la trilogía. De manera que hace siete años intenté escribir una nueva historia, pero tampoco me convenció. Regresé a ella pasada una temporada, empecé a reescribirla y resultó que las primeras cinco páginas, que abordaban la ruptura, eran bastante buenas. A partir de ahí, deseché lo demás y me concentré en la tristeza de los personajes.
P. ¿Después del éxito de Tres anuncios en las afueras, por qué ha decidido rodar esta pequeña historia en Irlanda?
R. No soy un cineasta de persecuciones de coches, ya lo intenté una vez y no lo volvería a hacer. Simplemente, surgió así. No importa cómo de pequeño sea el lienzo a la hora de abordar ideas profundas.
P. ¿Qué surgió antes: el paisaje, la historia o los personajes?
R. Los personajes, aunque no entré en el filme hasta que logré capturar con autenticidad la ruptura. Por otro lado, el paisaje era indispensable para que la historia fuera cinematográfica. En el teatro no hubiera funcionado, sería algo muy claustrofóbico. La belleza del paisaje era una gran liberación para el horror que se desata.
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P. ¿Tenía alguna referencia en este sentido?
R. Me encanta Días del cielo (1978), de Terrence Malick. Su imaginería convierte lo que en apariencia es también una historia pequeña, de tres personajes, en una gran película. Por eso reservamos tiempo para capturar imágenes muy estéticas de ciertas vistas, decorados, animales…
P. ¿De dónde surge esta historia de ruptura?
R. Todos hemos sentido la tristeza de ser abandonados, o la tristeza que produce tener que romper con alguien, que tiene también su propio peso. Quería capturar las dos posiciones de la manera más veraz posible, a pesar de que hay mucho humor en la película.
P. ¿Por qué evitar el factor romántico al situar a dos amigos como protagonistas?
R. Porque al ser una relación platónica sacaba de la ecuación las razones obvias de una ruptura. Es fácil entender el desamor, pero todo resulta mucho más complejo cuando se trata de la amistad masculina.
P. ¿Comparte la idea de Colm de que todo creador debe ser egoísta y cruel para no perder el tiempo?
R. Es cierto que necesitas tiempo en soledad, pero sacar tiempo para uno mismo no tiene por qué ser algo egoísta. En cualquier caso, no creo en esa idea del artista torturado que tiene que ser una persona horrible y vivir con angustia para crear algo que merezca la pena. Y menos en el cine, que requiere de cierta bondad y amabilidad para tratar con los actores y el equipo.
P. ¿Es un guionista meticuloso, de investigación y esquemas, o más bien instintivo?
R. Nunca elaboro tramas, no sé lo que va a pasar. Para mí siempre es sorprendente lo que hacen o dicen los personajes. Aquí no sabía que Colm iba a entrar en el pub para amenazar con cortarse los dedos hasta que lo vi en la página. Con suerte, si es una sorpresa para mí también lo será para el público. Obviamente, es algo que cambia la dirección de la historia, pero es genial poder sorprenderte a ti mismo como escritor.
P. Es curioso que aparezcan de forma tan espontánea la violencia en sus películas...
R. Debe de haber algo enfermo en mi cabeza (ríe). Pero en este caso concreto tiene sentido. Por un lado, es algo muy dramático qué decir y qué hacer. Por otro lado, Colm es un artista con tendencia a la autodestrucción, un suicida en potencia que adopta esa posición tan radical contra su amigo para salvar su propia vida.
P. ¿Hay espacio para la improvisación en sus rodajes?
R. Honestamente, no dejo espacio para ello en los diálogos, siempre me mantengo fiel al guion. En las dos semanas previas de ensayo, hablo con los actores sobre las líneas de diálogo, pero no para cambiarlas, sino para descubrir por qué están ahí y ver si estamos de acuerdo. Gracias a Dios, ningún actor me ha venido nunca con sus propias líneas.
P. ¿Es esta historia una metáfora sobre la guerra irlandesa?
R. La guerra civil se produjo entre dos facciones que un año antes estaban en el mismo bando luchando contra los británicos. Pero dio igual, acabaron enfrentados y se destrozaron sin piedad unos a otros. Por tanto, esta película tiene sin duda algunos aspectos metafóricos.