Cristian Mungiu: “La empatía solo llega si hay ciertos niveles de confort”
El director rumano quiere escuchar al “xenófobo” para entender sus motivos en una Transilvania en crisis que recibe con hostilidad a los inmigrantes. Su último dispositivo se llama 'R.M.N.', un ejercicio sobre las paradojas que rodean la historia reciente de su país
27 diciembre, 2022 01:25Insiste mucho el rumano Cristian Mungiu (Iasi, 1968) en la idea del diálogo como forma de superar los problemas que surgen en una sociedad marcada por la ansiedad, el miedo y la incertidumbre. De hecho, en su nuevo filme, R.M.N., explora el ascenso de la ultraderecha en un rincón remoto de Transilvania, un microcosmos que nos alerta de la tensión política que se vive en medio mundo.
La película, inspirada en un hecho real, tiene como protagonista a Csilla (Judith State), ejecutiva de una pequeña fábrica de pan que tiene como amante a Matthias (Marin Grigore), padre divorciado con un hijo, que vive y trabaja en Alemania y solo regresa a casa de tanto en tanto. Situada en un pequeño pueblo, el drama se desencadena cuando la empresa contrata a unos inmigrantes asiáticos para cubrir unas vacantes. Los extranjeros son recibidos con hostilidad y, como dice Mungiu, los lugareños acaban comportándose como una jauría.
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La agresividad contra los inmigrantes no solo sucede por el atávico miedo al distinto, que es inherente al ser humano, también porque están dispuestos a aceptar el salario mínimo en un lugar en el que ya cunde la pobreza y el desempleo. Todo ello en Transilvania, lugar en el que desde hace siglos conviven rumanos con húngaros, no siempre de manera amistosa.
Sin juzgar ni imponer
Pregunta. ¿Quería huir de los tópicos moralistas en torno al ascenso de la ultraderecha?
Respuesta. Mucha gente me ha felicitado después de ver la película por tratar algunos asuntos que se han convertido en un tabú. Nadie quiere hablar de esto, pero no significa que no exista. No quiero hacer un tipo de cine que incluya una conclusión moral. Es responsabilidad del espectador. Como cineasta, estoy más interesado en entender por qué las personas toman determinadas decisiones en algunas circunstancias. No juzgo a nadie ni trato de imponer mi visión como ciudadano.
P. En la película empatizamos con esos “racistas” del pueblo. ¿Quería poner en valor la legitimidad de algunos de sus argumentos?
R. Como cineasta trato de ponerme en los zapatos de todos los personajes para hablar del estado del mundo. La única manera de progresar como sociedad es escuchar al otro. Si simplemente le decimos a la gente lo que debe creer continuará teniendo las mismas opiniones. Lo que ha hecho la corrección política es eso, se previene a la gente sobre lo que no debe decir pero sigue pensando lo mismo. Luego nos sorprendemos del éxito del Brexit o de los partidos de extrema derecha. El problema es que no nos hemos parado a pensar en sus motivaciones de una manera profunda, nos quedamos en la superficie.
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P. Ya exploró en Más allá de las colinas (2012) la forma en que un grupo humano, en este caso unas monjas, acaba comportándose de manera gregaria y violenta. ¿El monstruo interior nos acecha?
R. Quiero hablar de nuestra naturaleza dual por la que somos violentos e individualistas pero por otro lado también empáticos y generosos. Quiero hablar también del choque entre el individuo y el grupo para observar cómo podemos perder nuestra individualidad para integrarnos. Estamos en un momento donde hay mucha ansiedad y miedo.
P. ¿Muchos rumanos se han marchado a otros países de Europa a trabajar, como el propio Matthias. ¿Cómo se percibe en su país ese éxodo?
R. La película habla sobre cómo ante una misma situación aplicamos dos maneras de juzgar. Un país como el mío, que pierde a un 10% de su población, tiene motivos para estar preocupado. Además, los que se han marchado son los más educados, dinámicos y talentosos. A su vez, son importantes porque ayudan con las remesas. Hay la sensación de que algo ha fallado. Ha habido mucho progreso en los últimos treinta años, pero no el que esperábamos. Existe una cierta frustración porque sabemos que los emigrantes rumanos muchas veces no son bien tratados porque surgen una serie de estereotipos y simplificaciones asociados con los emigrantes. Al mismo tiempo, queremos que nos traten bien, pero nosotros a veces tratamos peor a personas más pobres que vienen del Este. Eso te dice algo sobre lo egoístas que somos los seres humanos. La gente quiere sacar solo los beneficios de las cosas.
P. En España hay problemas para cubrir plazas en hostelería y en Estados Unidos se ha producido la “gran dimisión”. ¿Es legítimo que algunas personas perciban que los inmigrantes revientan precios y empobrecen a los demás?
R. Trato de mostrar los problemas reales de la gente. Muchas veces estamos seducidos por el lado generoso, bello y humanista del ideal europeo, pero hay un gran distancia entre eso y lo que les pasa a muchas personas, especialmente a las comunidades muy pobres. Europa no es un monolito que va en una única dirección, hay grandes diferencias en educación, riqueza y nivel de vida. No puedes pedir a personas muy sencillas que están viviendo al día que piensen en valores muy complejos o que sean generosas. La empatía llega cuando hay ciertos niveles de confort. Cuando solo tienes que pensar en tu supervivencia las cosas cambian. No podemos aplicar los mismos valores a todo el mundo y al mismo ritmo.
Imparable ola rumana
La Palma de Oro a Cristian Mungiu en 2007 por 4 meses, 3 semanas, 2 días fue la punta del iceberg de una ola de grandes cineastas rumanos. Con una gran capacidad para mezclar política e intimidad, arrasaron con películas como La muerte del señor Lazarescu (Cristi Puiu, 2005), 12:08 Al este de Bucarest (Corneliu Porumboiu, 2006) o Martes después de Navidad (Radu Muntean, 2010). Hoy esos rebeldes del Este han consolidado una de las mejores cinematografías del mundo.