Frente a la tendencia de evocar el pretérito con gramáticas y gestos contemporáneos, quizá debamos plantearnos si el cine ha abandonado toda intención de comprender las mentalidades de tiempos pasados bajo los parámetros de esos tiempos. O por decirlo de otro modo, quizá en esta era de amnesia global solo cabe mirar atrás con la mentalidad y la lógica de hoy.
Desde luego esa es la energía que inocula Marie Kreutzer (Graz, 1977) a su retrato de la emperatriz Isabel de Austria, la popular y sediciosa Sissi. Suerte de estrella de rock en rebeldía con el mundo (su mundo) y el cuerpo (su cuerpo), se presenta como una madre irresponsable, inmadura, irreverente y anoréxica que hoy sería una influencer feminista capaz de desestabilizar patriarcados y monarquías, aparte de a su marido, el emperador Francisco José I de Austria.
Cuando Kreutzer culmina su crónica regia post-pop en un largo plano de Sissi, bajo el cuerpo frágil de Vicky Krieps, bailando sola al son de la francesa Camille, comprendemos que la poética del desparpajo que determina las formas de La emperatriz rebelde se ofrece también como su contenido. Las masturbaciones en la bañera o el figurado coitus interruptus con el profesor de equitación tienen más sustancia dramática que una trama de poderes palaciega.
Pasado el tiempo no recordaremos gran parte de su relato “infiel” a la Historia, pero sí un puñado de aquellos momentos en que el filme abandera la libertad como santo y seña de su “irreverencia” formal. Recordaremos también el trabajo de virtuosismo interpretativo de Krieps, acaso como recordamos el de Kirsten Dunst en Maria Antonieta (2006) de Sofía Coppola, seminal precedente del tratamiento anacrónico en un filme de época.
Distancia irónica
Kreutzer se coloca en el lado opuesto de la biografía decimonónica oficial de la emperatriz rebelde, aquella que buscaron previamente diversos biopics, entre ellos una encantadora comedia de Josef von Sternberg.
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La cineasta austríaca, cuyos dos largometrajes previos no nos habían preparado para esta película, filma con una distancia irónica y un sentido lúdico que se permite mantener en plano al bedel actual del palacio vienés donde transcurrieron los hechos, hoy lugar de peregrinaje turístico; o explorar la vertiente artística de Sissi en su amistad con el padre del cinematógrafo Louis Le Prince, o incluso, como si fuera Lady Diana de Austria.
Tiene su intención que el relato arranque en ese punto de la existencia de la emperatriz, año 1877, en el que a punto de cumplir 40 años, su comportamiento social se fue haciendo más y más volátil. El corsé del título original (Corsage) es tanto el que viste la emperatriz como desafío y determinación de perder peso de forma enfermiza, como el corsé académico que el lenguaje del filme se propone romper en cada secuencia.
Por encima de todo, y a pesar del distanciamiento irónico, el propósito de la apuesta de Kreutzer es contarnos la historia desde el interior emocional de su protagonista. Y lo logra.