No es gratuito colgarle a David Cronenberg (Toronto, 1943), una y otra vez, el sambenito de “profético”. Tanto respecto a las formas que ha ido adaptando el cine desde que debutara hace más de medio siglo, como por las formas en las que el cuerpo humano ha evolucionado en simbiosis con la tecnología.
Esa cualidad visionaria de su cine para señalar y llevar al paroxismo las aberraciones de la carne que ha predicho y atestiguado a lo largo de su carrera quizá nos ayude a entender que el título de su última película, Crímenes del futuro, coincida con el de uno de sus primeros trabajos, de 1970, incluso cuando no se trata de un remake, sino más bien de un redux: otra película muy distinta.
El filme con el que el canadiense regresa ahora a la gran pantalla después de ocho años de silencio (y expectativas) no es solamente un feliz regreso al body horror que prácticamente él mismo creó y sofisticó (al menos en su expresión postmoderna, en hitos como Videodrome, La mosca o Crash), sino una suerte de suma y compendio, de “pasar a limpio” sus hallazgos y conquistas en el género, para concentrarlos en un trabajo con las mismas esencias serie B que siempre han vertebrado su filmografía.
Todo ello con un reparto (Viggo Mortensen, Léa Seydoux y Kristen Stewart en explosiva combinación), un diseño de producción (Carol Spier) y una fotografía (Douglas Koch) de primer nivel, así como un guion (el primer “original” de Cronenberg desde ExistenZ) que hace honores al talento, el sello y la reputación de su autor.
Microplásticos
Sin diálogos, solo con voice over sobre la acción de los personajes, que permanecían mudos, el relato del primer Crímenes del futuro (1970) se narraba desde las reflexiones del profesor Tripod (Ronald Mlodzik), director de una clínica dermatológica. Éste buscará al mad doctor Antoine Rouge, desaparecido tras la propagación de una plaga causada por un producto cosmético capaz de aniquilar a toda la población femenina sexualmente madura. Fin de la reproducción. En ese limbo de la humanidad, en el que una madre asesina a su hijo porque ha desarrollado la capacidad de alimentarse de plásticos, también es arrojado el espectador en su última distopía.
Coincidiendo con el estreno en Cannes de su nuevo filme, Cronenberg ha hecho circular un video en el que cuenta a la cámara, entre fascinado y jactancioso, que recientemente se han descubierto microplásticos en la sangre de ciertas personas a lo largo del planeta. Diera la impresión de que todo lo que ocurre en el mundo sombrío y tenebroso que escenifica Cronenberg en la nueva Crímenes del futuro, parece responder a su necesidad de revisitar ciertas hipótesis a la luz de nuevas evidencias.
Uno de los personajes de su primer Crímenes del futuro parodiaba la reproducción haciendo crecer nuevos órganos que son extirpados de su cuerpo. Siguiendo esa metodología, lo que 52 años después nos invita a asumir es que “la cirugía es el nuevo sexo”, pues la nueva carne de la humanidad obtiene placer sexual en los modos en que es intervenida y transformada mediante extracciones y también injertos que hacen crecer nuevos órganos. En su cualidad para dotar de fascinación y rechazo simultáneos esas intervenciones quirúrgico-sexuales es donde el cine de Cronenberg resulta insuperable y fascinante, negociándose entre el magnetismo y la repulsión de las imágenes.
Ficción, arte, ciencia, sexo y tecnología entrelazados en una historia futurista, que no tiene que irse muy lejos del presente para generar el estado de mutación física y angustia existencial de nuestros tiempos. El protagonismo recae sobre una pareja de artistas, Saul (Viggo Mortensen) y Caprice (Léa Seydoux), que hacen performance sobre sus cuerpos mediante intervenciones quirúrgicas de alto riesgo, y cuya aparente belleza congrega la pasión y el asombro de sus seguidores. De este modo, Cronenberg hace recaer en el campo de la expresión artística, en combinación con la ciencia biológica, la evolución del ser humano.
Mutaciones
El padre del filicidio trafica con el cuerpo de su hijo muerto, de modo que es un cadáver de infante el vehículo de la breve trama. La pareja de artistas se propone hacer una autopsia a modo de body art con la intención de revelar al mundo que el Homo sapiens muta de aparato digestivo para poder alimentarse de los recursos a su alrededor. En paralelo, fuerzas oscuras y gubernamentales tratan de frenar estas transformaciones.
La mitología de naturaleza baudrillardiana que crea Cronenberg, bajo el envase de lo que podría ser un cuento breve de Philip K. Dick o Ray Bradbury, va formándose como un inquietante organismo vivo que eleva la propuesta a una dimensión formal única. Acaso lo más seductor es el mundo que construye en la pantalla, esencialmente nocturno y de interiores, en el que la velocidad con la que la especie humana está desarrollando nuevos órganos obliga a los gobiernos a crear registros.
A la luz de esta nueva entrega, el cine de Cronenberg opera por encima del horror y de la comedia, de lo repulsivo y lo erótico, para adquirir una categoría propia de la que es única en su especie, a pesar de imitadores. La erótica del cuerpo aberrado sigue siendo el espectáculo central del cine del canadiense, si bien hay en Crímenes del futuro una base biológico-filosófica que actúa por encima de las imágenes de impacto que generalmente se asocian a su cine.
Una suerte de lúgubre romanticismo va tomando forma en un entorno onírico y crepuscular, pero haciendo que lo escabroso conviva con un cierto concepto de ligereza, incluso de comedia. El teórico de la “nueva carne”, en el umbral de sus 80 años sobre la Tierra, modula cuidadosamente el tono para orquestar una mezcla de elementos de exploitation en un organismo memorable.