El primer gran éxito de David Serrano (Madrid, 1975) fue como guionista en un musical atípico como El otro lado de la cama (2002), donde Emilio Martínez Lázaro dirigía las peripecias sentimentales de unos jóvenes madrileños de principios de siglo.
Un año después, Días de fútbol (2003), dirigida en este caso por el propio Serrano, consolidó su reputación para captar con gracia y humor las pulsiones de la sociedad española. Desde entonces, se ha distinguido como el director de musicales escénicos más solicitado de nuestro país (ha dirigido en la Gran Vía obras tan emblemáticas como Billy Elliot o Matilda (cantera para su nuevo filme) o Grease, que se suman a títulos cinematográficos como el musical Una hora más en Canarias (2010) o la comedia Tenemos que hablar (2016).
En Voy a pasármelo bien, que se estrena este viernes, nos propone eso que los anglosajones llaman un coming of age, o sea, una película en la que asistimos a ese momento en el que un niño deja de serlo para convertirse en adolescente.
El protagonista es David (Izan Fernández), un chaval de Valladolid de unos trece años que ya no tiene tantas ganas de jugar a videojuegos y se enamora por primera vez de Layla (Renata Hermida Richards), una niña de su clase origen sudamericano. Con las hormonas en plena ebullición, David encontrará en su pasión por los Hombres G una sublimación de su propio proceso de maduración.
Contada como un largo flashback, en el presente conocemos al David adulto (Raúl Arévalo), un librero que vive con nerviosismo el regreso de Layla (Karla Souza) a la ciudad. Las cosas han cambiado mucho y ahora su antiguo amor es una aclamada directora de cine, de visita para una retrospectiva sobre su obra en la SEMINCI.
Rodada como una comedia musical con numerosos bailes y coreografías, Voy a pasármelo bien destaca sobre todo por la ternura y delicadeza con la que retrata una época tan catártica y hermosa como el tránsito de la niñez a los albores del mundo adulto.
Pregunta. ¿Cómo surge este proyecto?
Respuesta. Lo primero que me dice Enrique López Lavigne es que tiene los derechos de las canciones de Hombres G. Pensé, bueno, ya he hecho el musical de Sabina, el de Mecano, hice uno de copla… Me propuso hacer un biopic de los primeros años, cuando pasan de ser unos chavales de instituto a convertirse en el grupo más famoso de España. Cuando aparecen, Mecano no está en su mejor momento, luego reviven con su cuarto disco, Entre el cielo y el suelo (1986). Así que cuando salen ellos en el 85 fueron el grupo del momento. Poco después, La cagaste Burt Lancaster (1986) fue un enorme éxito. Me parecía interesante pero me parecía que se han hecho muchos biopics. Así que cambié de idea.
P. ¿Cómo llega a una película con tintes tan autobiográficos?
R. Me acordé de unas cintas que me compré cuando tenía unos 11 años, Devuélveme a mi chica y La cagaste… Me quedé flipado, se convirtieron en mi grupo favorito. A los dos días me fui a comprar los discos en Albacete. Entonces se me ocurrió hablar de mi vida, es una película totalmente autobiográfica. Es mi primer amor, que incluso se llamaba Layla, con la que conseguí hablar después de 34 años. El chico de la pierna de hierro se llamaba Luis, jugaba al fútbol y corría. Nunca supimos por qué tenía esa pierna. También estaba Fernando “el cabra”, que a los 15 años casi no sabía ni leer. Conté mi vida. Me parecía que era una buena idea para un musical porque no se hacen musicales con niños, cuando yo estuve dos años con Billy Elliot, con lo cual tenía mucha experiencia.
P. ¿Quería reflejar ese momento en el que dejamos de ser niños para comenzar a convertirnos en adultos?
R. El tiempo cuando eres niño es muy distinto a cuando eres adulto. Un año, incluso una semana, es una barbaridad. Quería mostrar esa diferencia, y también la que hay entre los sueños que tienes de niño y la realidad adulta con esas secuencias en el presente. Hay un momento muy tierno también, con 11 o 12 años, en el que comienzas a notar cambios en ti pero todavía no has dado el paso a la adolescencia. Ese momento en el que sueñas darle un beso a una chica y no acostarte con ella. Eso me parecía muy tierno y muy romántico para una película.
P. ¿Por qué escoge Valladolid para ambientar Voy a pasármelo bien?
R. Yo viví en Albacete hasta los 13 años antes de irme a Madrid, que fue un momento un poco traumático para mí. Los años anteriores los recuerdo como los más felices de mi vida. En las ciudades de provincia eras absolutamente libre, no teníamos colegio de doce a tres y media de la tarde. Yo vivía en una plaza gigante peatonal y estaba todo el día jugando en la calle. Hacíamos unas gamberradas tremendas. En Madrid noté un cambio muy grande, ya era un sitio agresivo, como todas las grandes ciudades en los 80. Por eso quise que transcurriera en una ciudad como Valladolid.
P. Esas frases que se hicieron populares, “te sales minerales”, “Ciao pescao” o “me las piro vampiro” nos llevan a un mundo muy concreto. ¿El lenguaje marca una época?
R. Hice una investigación de frases. No quise darle excesiva presencia para que no tuviera ese tono nostálgico de la EGB, pero sí que hubiera pildoritas. Hay muchas cosas que se han perdido además de esas frases, como contar chistes. La gente se los aprendía de los casetes… Es como lo que dice Serrat de que antes la gente cantaba en los patios. Hay cosas que se dejan de hacer.
P. ¿Los Hombres G son nuestros Beatles?
R. La revolución de los Hombres G fue que se entendieran las letras. Me parecían unos golfos, unos canallas, ¡decían palabrotas! Veníamos de grupos en inglés y Mecano eran más crípticos y sofisticados, se les entendía menos. Y fíjate lo bien que han superado el tiempo, aun siguen teniendo más de siete millones de reproducciones en Spotify. Mecano tiene la mitad. Los Hombres G acaban de hacer una gira por Estados Unidos y han arrasado. Los chavales de la película, que no conocían al grupo, se han hecho fans. Tienen algo fresco. Son esos diez años del 82 al 92 en los que España cambia radicalmente. Recuerdo esas caravanas en las carreteras de los 80 porque no había ni autopistas.
P. Aparece también ese estigma de que era un grupo de pijos…
R. Luego comenzaron a decir eso de que los Hombres G son pijos y un grupo para niñas. Entonces muchos chicos comenzaron a decir que no les gustaba y lo que molaba era el heavy. ¡Yo recuerdo comprarme una camiseta de Iron Maiden y mira que me parecían pesados! Luego salieron grupos como Nacha Pop o Duncan Dhu que no tenían ese estigma ridículo que se impuso a los Hombres G.
P. ¿Son muy distintos los chavales de hoy a los de entonces?
R. Hace poco me ofrecieron una película sobre chavales actuales y dije que no porque no sé cómo son, sinceramente. Y eso que estoy rodeado de chavales porque hace poco hice Matilda en musical para el teatro y antes Billy Elliot, y con muchos he repetido luego en Grease. Pero no termino de entenderles muy bien. Por mucho que me cuentan, hay tal cambio… Los de 12 o 13 son más parecidos pero a partir de la adolescencia es muy distinto. Afrontan la sexualidad con una libertad increíble. A lo mejor cuando mi hijo crezca y tenga más contacto me veo capaz.
P. ¿Era la España de los 80 mucho más conservadora?
R. Yo fui el único niño de mi clase en una clase de 42 que no hice la comunión, en un colegio que no era religioso. Recuerdo una época que sufrí bullying. Y después, Layla y yo éramos los únicos que dábamos clase de ética porque todos los demás daban religión.
P. Vemos también una España más machista con esos niños con teorías bastante disparatadas sobre cómo ligar con ellas. ¿Había masculinidad tóxica?
R. La niña desde luego le saca muchos kilómetros de viaje al protagonista. La masculinidad tóxica es la que vivíamos todos en esa época. La manera en que nos portábamos con las chicas era un horror. Está apuntado en la película porque quería que fuera luminosa y no meterme demasiado en eso. Había una masculinidad tóxica y también una educación sentimental muy pobre con unos roles masculinos y femeninos marcados de una manera muy bruta, y había una homofobia muy bestia. A los 11 o 12 años los niños no saben que son gays, no lo han asumido. Eso está de una manera sutil.
P. ¿Cómo trabaja con los actores?
R. Con Billy Elliot estuve un año y medio trabajando con niños, ensayando todos los días cuatro horas. Allí aprendí a trabajar con ellos. Con Matilda fue muy parecido. En el cine los plazos son diferentes y no tienes tanto tiempo para ensayos pero sí le dije a López Lavigne que quería establecer con los chavales el mismo método de trabajo que en el musical. No tuve año y medio pero sí cuatro meses. Hicimos un taller de formación en el que les dimos clases de baile, canto e interpretación. A esas edades es difícil que sepan hacer las tres cosas. Había que formarlos pero la ventaja es que tan jóvenes aprenden muy rápido.
P. ¿Qué pasó con la Layla verdadera de su infancia?
R. Los recuerdos son curiosos. Localicé a Layla al cabo de más de treinta años. Me acordaba de sus dos apellidos pero no encontraba nada en Internet. Finalmente encontré a su hermana en Linkedin y pude entablar contacto. Es curioso porque, por ejemplo, recordábamos que nuestro primer beso fue en sitios distintos. No se acordaba de nuestra despedida pero en cambio tenía muy vivo el recuerdo de un día que me porté fatal con ella y en mi mente se había borrado. Lo que desde luego no había olvidado es ese primer amor.