Todos los países tienen su propia épica y la norteamericana, como es sabido, está muy asociada a la idea del colono, el pionero que se adentra en tierra salvaje para civilizarla. Todo el wéstern va de eso. En este caso, no son las tierras sin ley de Estados Unidos sino los bosques frondosos e insondables de la región francófona de Quebec. A principios del siglo pasado, vemos las cuitas de una familia de colonos por desbrozar, domesticar y colonizar las agrestes tierras que rodean al lago de Saint-Jacques, al norte, tierra inhóspita y durísima en la que el hombre lucha contra una naturaleza salvaje y un clima adverso.
El propio título parece indicar que la protagonista es Maria Chapdelaine (Sara Montpetit), una joven adolescente que crece en una familia de colonos que se matan a trabajar. Sin embargo, se trata de una película muy coral en la que el retrato de un mundo muy concreto como ése adquiere más protagonismo que la psicología de los personajes individuales.
Decididos a sobrevivir en condiciones extremas gracias a una ética del trabajo inquebrantable, los aguerridos pioneros luchan contra los elementos sin descanso. Muy atenta a las rutinas, los detalles y los ritos y costumbres, la película ofrece sus mejores imágenes en ese minucioso retrato de unos personajes y una época, enmarcado en los bellísimos paisajes canadienses.
El marido perfecto
Tala árbol que te tala (es la película de la historia en la que se talan más árboles), el director Sebastien Pilote acierta a la hora de reconstruir un mundo y una atmósfera marcada por ese espíritu del aventurero un tanto iluminado y suicida. Un mundo de puritanismo religioso en el que las mujeres como Maria están destinadas a ejercer el papel de esposas.
La otra dimensión del filme es el conflicto amoroso de la protagonista, enamorada de un hombre desaparecido (que podría reaparecer) y obligada por las circunstancias a escoger entre otros dos candidatos, un tipo que ha prosperado en la vida urbana y más excitante de Boston y otro adolescente hijo de colonos como ella con el que proseguir con la vida de su infancia.
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Con una duración de casi tres horas, hay en Maria Chapdelaine una voluntad encomiable de realizar la "gran película canadiense". Como en los wésterns, también hay indios, aunque en este caso las relaciones son pacíficas, y el filme oscila entre una cierta morosidad poética y una clara querencia por dejarse empapar de esa épica del colono. A la actriz protagonista le falta algo de garra, se pasa como mínimo media película con cara de mustia, pero más allá de sus bellas imágenes encontramos un retrato vivo y primoroso de una forma de vida y una etapa histórica apasionante.