El género de terror, como expresión tanto de lo fantasmal, de lo misterioso y de lo espantoso como de lo bello de la propia vida, es quizá el que está más cerca de la esencia del cine. Más de 130 años después de su aparición, las imágenes de los obreros a la salida del tren filmadas por los Lumière adquieren un aire espectral, de ensueño, que pone en evidencia desde su mismo origen su condición de mecanismo de captación de lo efímero y evanescente. El cine va mucho más allá del terror, pero el terror lleva hasta el límite la prodigiosa capacidad del cine de penetrar en nuestras pulsiones mas hondas.
Así lo certifica Black Phone, película inspirada en un relato de Joe Hill, hijo de -nada menos- que de Stephen King. La historia se sitúa en la capital de Colorado, una ciudad muy bella rodeada de montañas, lo que acetúa la atmósfera asfixiante de la película. En un suburbio de clase media-baja, con casas de construcción precaria, los hermanos Finney (Mason Thames) y Gwen (Madeleine McGraw) sobreviven en un entorno de violencia. Por una parte, un padre alcohólico que los tiene sometidos a un régimen de tortura física y psicológica. Por la otra, una escuela en la que los matones campan a sus anchas y donde la brutalidad es la norma. En el mundo del filme todo se resuelve a palos.
Además de sufrir los embates de un padre trastornado y de unos adolescentes envilecidos, la situación de los protagonistas se vuelve aún más peligrosa cuando comienzan a desaparecer algunos estudiantes, todos varones y de la misma edad que el Finney, unos quince años. El villano es Ethan Hawke, un prestidigitador que se mueve en una furgoneta con globos negros y que se parece un poco a un malvado creado por King padre, el payaso de la saga It.
Hawke, al que siempre recordaremos como el joven risueño y romántico de Antes del amanecer (Richard Linklater, 1995), da verdadero pavor en la piel de ese “hombre del saco” que, de manera curiosa y elocuente para su significado profundo, se repite en todas las culturas y tradiciones del mundo con diferentes nombres.
Una historia de violencia
Los niños, como seres más débiles de la sociedad, sufren todos los días una violencia brutal. Sorprenden datos como los que aporta UNICEF: 300 millones de menores de cuatro años, dos de cada tres, son sometidos a algún tipo de disciplina violenta. Además, cada siete minutos un adolescente es asesinado en algún lugar del mundo.
De esta manera, Black Phone no solo habla de los miedos de la infancia, de nuestros temores mas ocultos en esa etapa de crecimiento en la que lo desconocido es mucho, sino también de una realidad desgarradora que sucede todos los días. En la película, lo más conmovedor es la forma en que los dos hermanos logran establecer un vínculo que los proteje de la atmósfera de pavor que los rodea. La cinta trata sobre esa peculiar relación que establecemos con lo oscuro y terrorífico en la juventud, pero también de la forma en que los niños logran sobrevivir al horror y seguir siendo niños. El miedo no es paranoia, es real.
Detrás de la cámara, Scott Derrickson (Denver, 1966), quien ya debutó con gran fuerza en el género de terror con aquella magnífica y fascinante El exorcismo de Emily Rose (2005), que partiendo de una historia real abordaba las perturbaciones más siniestras de la mente. En la producción estaba Blumhouse, compañía que asaltó los cielos con Paranormal Activity (Oren Pelli, 2007), que costó 15 mil dólares y recaudó 200 millones en todo el mundo. Desde entonces, han dado a luz algunos filmes fascinantes como Déjame salir (Jordan Peele, 2017) o la lograda resurrección de Michael Myers en La noche de Halloween (David Gordon Green, 2018).
Derrickson y Blomhouse ya se habían aliado en 2012 con Siniestro, que también abordaba la violencia contra los niños en clave fantástica, con Hawke como escritor traicionado por su ambición. En Black Phone, el elemento sobrenatural lo aportan los sueños premonitorios de la niña protagonista y ese “teléfono negro” desde el que su hermano escuchará las voces de los muertos.
La película no solo da miedo y mantiene en tensión, ya que Derrickson utiliza bien los sustos para removernos de vez en cuando en la butaca sin hacer trampas, también retrata con vigor y fuerza la forma en que los niños se enfrentan a la violencia con una mezcla entre fragilidad y fortaleza. La propia capacidad del ser humano para cumplir con su instinto más primario, la supervivencia.