Nicolas Cage lleva siendo carne de sketch y parodia más de una década, si es que no lo ha sido siempre (tanta intensidad es lo que tiene). Desde el año 2011, a causa de sus problemas con el fisco, ha estrenado cerca de 50 películas, la gran mayoría producciones de acción cutres como Furia ciega (Patrick Lussier, 2011), Tokarev (Paco Cabezas, 2014), El agente (Rob W. King, 2017) o 211 (York Shacklenton, 2018), aunque hay de todo: también ciencia ficción cutre, thrillers cutres e, incluso, dramas cutres. También es cierto que algunas de estas películas son bastante disfrutables, en particular la salvaje Mandy (Panos Cosmatos, 2018) y la excéntrica Colour Out of Space (Richard Stanley, 2019), pero el descenso a los infiernos del que fuera uno de los actores más cotizados de Hollywood en los 90 -ganó el Óscar por Leaving Las Vegas (Mike Figgis, 1995)- parece francamente irreversible. Así que, ¿por qué no sumarse él mismo al pitorreo que existe en torno a su figura?
Este parece el punto de partida de El insoportable peso de un talento descomunal, en la que Nick Cage interpreta al propio Nick Cage. El personaje es tan patético y desequilibrado como nos gustaría imaginar al actor en la vida real, lo que ofrece momentos totalmente hilarantes. Ocurre esto, por ejemplo, en las conversaciones que mantiene con un Nicky Cage jovenzuelo e imaginario que, con el histrionismo marca de la casa, le anima a que siga luchando por volver a ser la estrella que un día fue. Sin embargo, este Cage de ficción, ya talludito, se arrastra para conseguir un papel en otra vergonzante producción de serie b, al tiempo que su ego herido no le permite relacionarse de manera aceptable con su exmujer y su hija.
Lo cierto que este punto de partida, que hemos visto ya otras veces -también interpretaron versiones cómicas de ellos mismos Jean-Claude Van Damme en JCVD (Mabrouk El Mechri) o John Malkovich en Cómo ser John Malkovich (Spike Jonze, 1999)-, funciona a la perfección en el filme, con el actor entregado a este juego meta ideado por los guionista Tom Gormican y Kevin Etten -de hecho, no le presentaron el libreto a Cage hasta que estuvo acabado-. Sin embargo, el filme también se despliega como un cariñoso homenaje al cine de acción con el que Cage reventó la taquilla hace un par de décadas: La roca (Michael Bay, 1996), Cara a cara (John Woo, 1997), Con Air (Simon West, 1997), 60 segundos (Dominic Sena, 2000), La búsqueda (John Turteltaub, 2004)... Y ahí es donde las cosas comienzan a torcerse.
De manera que lo que empieza como una prometedora comedia dramática da un giro de 180º cuando el protagonista acepta una proposición indecente: un millón de dólares por asistir a la fiesta de un fan multimillonario, nada menos que mallorquín (al que da vida el mandaloriano Pedro Pascal demostrando también buenas dotes para el humor y una gran química con Cage). Una vez en la isla balear, el actor se ve inmerso en la trama del secuestro de la hija del Presidente de Cataluña (sic), ya que la CIA cree que el magnate es en realidad un mafioso que busca cambiar los resultados de las inminentes elecciones. Reclutado por el servicio de inteligencia, el trasunto del actor deberá investigar la desaparición de la adolescente mientras no puede evitar estrechar lazos con su anfitrión, que quiere que protagonice un guion que ha escrito.
Dirigida por Tom Gormican, el filme resulta a la postre estar algo por debajo de su estimulante propuesta, ya que los prometedores momentos paródicos del inicio se van difuminando a medida que el filme se convierte en un actioner ligero y, de nuevo, algo cutre, marca de la casa, con ese mensaje tan conservador que despliega sobre la familia. Pero hay que reconocer, como mínimo, la valentía de Cage para desnudar su ego delante de los espectadores. Veremos si Pig (Michael Sarnoski, 2021), que se estrena en España el próximo mes precedida de grandes halagos para el trabajo de Cage, devuelve a la senda de la respetabilidad profesional a un actor que cuenta en su currículum con trabajos para Francis Ford Coppola, Martin Scorsese, Brian de Palma, Paul Schrader, David Lynch o los hermanos Coen, algo de lo que El insoportable peso de un talento descomunal parece olvidarse.