Hasta hace poco más de un siglo, los gatos eran percibidos como animales callejeros y bien eran tratados como “dioses místicos” o “seres demoníacos”. Hasta que apareció Louis Wain (1860-1939), un ilustrador británico que a finales del siglo XIX triunfó con sus ilustraciones de felinos.
Hoy los gatos proliferan como mascotas y sus vídeos triunfan en YouTube, pero por aquel entonces, el propio hecho de que Wain cuidara a uno en su casa era visto como una excentricidad. No muy conocido en nuestro país, el personaje que conocemos en Mr. Wain es un tipo aquejado de una enfermedad mental pero también dotado de una enorme sensibilidad y el don de la empatía. Porque Wain supo “ver” a los gatos y descubrir que son tan “tontorrones, vulnerables y divertidos” como los propios humanos.
Debut en la dirección del también actor Will Sharpe (Londres, 1986), la película huye de los clichés del biopic, género con tendencia a la fórmula, para sorprender con una verdadera “inmersión” en la psique de un hombre complejo que vivió una intensa, y prohibida, historia de amor con Emily (Claire Foy), la institutriz de sus hermanas.
“Cuando tuve mi primer contacto con el guión no sabía nada sobre Wain", explica Sharpe a El Cultural. Conocía sus ilustraciones pero nunca me había parado a pensar en quién las había hecho. La gente en Gran Bretaña especula con que fue él quien hizo que los gatos se vieran como animales domésticos, fue su obra la que provocó ese cambio. A mí, sin embargo, lo que me interesaba era Wain como ser humano más que como figura histórica”.
El machismo de la era victoriana
Mr. Wain nos traslada a la era victoriana, época de esplendor “imperial” en Gran Bretaña, que el filme aborda de manera crítica poniendo el acento en el clasismo y estrechez de miras: "El machismo de esos tiempos juega un papel importante", explica Sharpe. "He tratado de entender la tragicomedia de un hombre encerrado en un hogar lleno de mujeres. En esos tiempos se le adjudicaba por defecto el papel de “hombre de la casa” pero era la persona menos indicada para ello. Caroline es la verdadera jefa y no poder ejercer ese papel le frustra por las rígidas reglas de género”.
Ese machismo victoriano no solo impacta en la forma en que Wain se siente culpable por no ser el “gallo del corral” en una familia en la que ha crecido junto a su madre y cinco hermanas, también se solapa con un clasismo atroz. Tipo acomplejado por sus rarezas, el ilustrador cae rendido a los pies de Emily, la institutriz, y esa relación es mal acogida por la diferencia de clase.
“Fue un acto de coraje para ellos estar juntos porque era revolucionario liarse con una mujer de clase mucho más baja”, explica Sharpe. “Creo que ambos sienten que no encajan, no saben existir en la sociedad de su tiempo. Cuando se unen, ganan la confianza necesaria para ser vulnerables en el mundo sin que ello les produzca infelicidad o congoja”.
El mundo según Wain
Además de la brillante interpretación de Cumberbatch, las audaces decisiones estéticas de Sharpe elevan a Mr. Wain muy por encima del biopic convencional: “La idea es captar el mundo desde la perspectiva del artista. Tratábamos de entenderle para recrear su imaginario y contar esa vida desde sus ojos, desde la empatía”. Lo vemos, por ejemplo, en el aire a fábula de su romance con Emily, inspirado en los propios dibujos del ilustrador con atmósfera de “cuento de hadas”, como dice Sharpe.
A medida que la propia obra de Wain se vuelve cada vez más personal, la propia película adquiere un aspecto más original y surrealista: “La etapa de su obra más apreciada por el mundo artístico es esa última en la que pintaba gatos psicodélicos y caleidoscópicos. Es como un gato desenfocado, es cada vez más abstracto. Quería entender de dónde viene eso, creo que solo yendo hasta el fondo de su mente puedes entenderlo. La película refleja ese momento catártico en el que se confronta a su duelo después de mucho tiempo en el que parece que ha tratado de huir de ese sentimiento”.
Tras el fulgor del romance, la temprana muerte de Emily sume al protagonista en la desesperación, agudizando una enfermedad mental no diagnosticada: “Vivió en un tiempo en el que determinadas rarezas o la propia enfermedad mental no se aceptaban como quizá hacemos ahora. Eso no encajaba en la rigidez de la era victoriana. En la segunda parte de la película creo que Wain trata de aprender cómo seguir siendo esa persona vulnerable que es capaz de conectar con la gente de la misma forma en que lo hacía cuando estaba con ella sin tener ese apoyo. Su historia de amor es la de dos outsiders que se sienten completos cuando se encuentran”.
Los gatos y la electricidad
Como legado indiscutible de Wain, queda la forma en que supo revalorizar a los gatos. Explica Sharpe: “La suya fue una habilidad extraordinaria. Ese amor refleja su naturaleza poco común y empática que va más allá de los prejuicios. Por aquel entonces los felinos eran callejeros y mucha gente pensaba que eran maléficos. Yo tengo dos gatos a los que quiero mucho. Wain realmente pensaba que acabarían dominando el lenguaje humano y, aunque suene raro, ¡de alguna manera yo también lo creo! Con frecuencia me veo teniendo conversaciones con mis gatos. Ahora son muy populares y creo que los vemos de una manera muy parecida a como lo hacía él”.
Además de dedicarse a los gatos, Wain también desarrolló numerosas teorías sobre la electricidad, que veía como una suerte de “energía primigenia” que regula el mundo. “Creo que Wain carecía del vocabulario para enfrentarse a su propia enfermedad mental de la manera en que hoy podemos hacerlo. Trataba de entender por qué el mundo a veces le parecía tan increíble y tan hermoso mientras otras veces sentía que era confuso y triste. Necesitaba una teoría para comprenderlo y por eso acabó con esa idea de la electricidad", señala el director de la película. "Si se sentía enamorado o creativo pensaba que debía ser por la electricidad y luego cuando se deprimía lo achacaba a lo mismo. Así trataba de hacerse una idea de cómo funciona el mundo sin darse cuenta de que era su propia cabeza la que funcionaba de esta manera”.