“Soy evidentemente un actor que hace su gracia, chupando rueda del pueblo y para el pueblo”. Estas palabras de Tony Leblanc funcionan como un perfecto autorretrato de una de las grandes figuras del cine español de las décadas de los 50 y 60. Solo habría que matizar que ese “su gracia” se queda corto para abarcar la cantidad de sonrisas y carcajadas que dibujó en la boca de los españoles durante aquellos años de éxito de la comedia costumbrista, donde era el rey indiscutible.
Como bien es sabido, Leblanc nació no en España sino en el Museo del Prado -como escribía Ramón Gayá en 1953 desde su exilio mexicano: “Cuando desde lejos se piensa en el Prado, este no se presenta nunca como un museo, sino como una especie de Patria”-, en la sala de Tapices de Goya, hace este 7 de mayo exactamente 100 años. Perfecto cuadro para una escena cómica: su encinta madre fue a visitar allí a su marido, que trabajaba como vigilante, y Leblanc precipitó su nacimiento para contemplar gratis esas obras de temas campestres y de diversión popular pintadas por el maestro aragonés, que probablemente le marcaron ya el carácter para siempre. Que se sepa, es la única persona que ha nacido en el Museo del Prado.
Por este motivo, sus padres pensaron que probablemente sería pintor. O quizá torero, ya que a la hora de su nacimiento perdía la vida en la plaza de toros vieja de Madrid el matador valenciano Antonio Granero, suceso del que escribió Hemingway en Muerte en la tarde. El toro que acabó con la vida de Granero se llamaba Pocapena, lo que quizá no sea una casualidad cósmica.
Leblanc acabaría exponiendo en el Prado, pero solo su jeta de galán cómico chuleta y castizo, trabajando allí como ascensorista y botones en su juventud. Y se enfrentó a buenos morlacos, pero no en el albero de una plaza de toros sino sobre la lona de un ring. Llegó, de hecho, a ser campeón amateur de Castilla de los pesos ligeros. Y también vivió tardes gloriosas como portero del Chamberí, parando dos penaltis al Carabanchel para rubricar el ascenso del club a Tercera División.
Hombre del Renacimiento
No acaban aquí las gestas de este hombre del Renacimiento. En 1942 se convirtió en campeón mundial de claqué, afición que le abrió las puertas del mundo del espectáculo. Debutó sobre las tablas como figurinista en la compañía de Celia Gámez en 1944, y poco después aparecería con un pequeño papel en la película Los últimos de Filipinas (Antonio Román).
Pero no fue hasta pasado el ecuador de los años 50 cuando Leblanc conquistó a los espectadores españoles en películas como El tigre de Chamberí (Pedro Luis Ramírez, 1958), Las chicas de la Cruz Roja (Rafael J. Salvia, 1958) o Los tramposos (Pedro Lazaga, 1959). En estas dos últimas ya coincidía con Concha Velasco, su gran partenaire en multitud de películas, que dijo de él que "tenía tanta luz que no necesitaba chupar foco para quitárselo a los compañeros". En Los tramposos aparece la genial secuencia del timo de la estampita, por la que siempre será recordado.
Con una naturalidad desarmante, Leblanc solía interpretar el modelo clásico del pícaro español de la época, un sinvergüenza de buen corazón que acababa normalmente peor de como empezaba la película. Decía que para inspirarse se remontaba a la época de la Guerra Civil, donde no le quedó más remedió que recurrir a la picaresca para ir tirando. Tres de la Cruz Roja (Fernando Palacios, 1961), Historias de la televisión (José Luis Sánchez de Heredia, 1965), Los que tocan el piano (Rafael Gil, 1968), Una vez al año ser hippy no hace daño (Javier Aguirre, 1969), El hombre que se quiso matar (Rafael Gil, 1970) y El astronauta (Javier Aguirre, 1970) serían algunos de los greatest hits de Leblanc en el cine. Llegaría incluso a dirigir tres películas: Los pedigüeños y El pobre García en 1961 y Una isla con tomate en 1962, en donde actuaba, producía e, incluso, componía la música.
De hecho, Leblanc aseguraba que compuso unos 500 pasodobles y todo tipo de canciones, lo que nos lleva a otra de las múltiples caras de este hombre extremadamente polifacético: la revista, con espectáculos como Te espero en el Eslava (1957-1958) o Ven y ven...al Eslava (1958-1959), ambas junto a Nati Mistral, con la que aseguró haber mantenido una relación amorosa. Parece ser que de los 18 a los 30 años, el actor fue todo un mujeriego, aunque sentó la cabeza cuando se casó con su mujer Isabel, con la que tuvo ocho hijos.
Pionero de la televisión
En la televisión fue, además, un pionero con especiales de humor, actuaciones cómicas varias y algunos programas propios en TVE, como Las Gomas (1956), La Goleta (1957), Gran Parada (1963-1964), El que dice ser y llamarse (1965), En órbita (1967), Cita con Tony Leblanc (1969) y Canción 71 (1971). Muy recordado es su sketch con José María Inigo, en el que durante varios minutos pelaba y se comía una manzana.
En 1975, tras el estreno de Tres suecas para tres rodríguez (1979), Leblanc decidió abandonar el cine para centrarse en el teatro, pero un gravísimo accidente de tráfico lo apartó de la actuación en 1983. En 1994, muy castigado físicamente, recogía el Goya de Honor de la mano de Luis García Berlanga y Concha Velasco, pronunciando un emocionante discurso.
En esa misma gala, Santiago Segura, que había recibido el premio al mejor cortometraje por Perturbado, le propuso el papel que le devolvería la fama de manera tardía e inesperada, resucitando para la actuación como un Ave Fénix, y que le proporcionaría una alegría inmensa en forma de Goya al mejor actor secundario en 1998: el de Felipe Torrente, el padre hemiplejico del zarrapastroso protagonista en Torrente, el brazo tonto de la ley. Posteriormente participaría en cuatro secuelas de este filme y en la serie Cuéntame cómo pasó, dando vida a un entrañable quiosquero.
El 24 de noviembre de 2012, a los 90 años, falleció Leblanc. "Aquí yace un cómico. Fin de la primera parte", reza su epitafio. Para acabar, solo mencionar que sigue siendo el vigente campeón de España de claqué, porque el campeonato nunca volvió a celebrarse.