En el arte de ganarse la vida, por un lado está “la pelea por el garbanzo”, como decía Cela, y por otro está lo que a uno le entusiasma de verdad. El ilustrador y director español Alberto Mielgo, nominado al Óscar al mejor cortometraje de animación por The Windshield Wiper (El limpiaparabrisas), vive en esa disyuntiva. Ocupa un lugar reconocido en la potente industria de la animación estadounidense, pero no se muerde la lengua al confesar que está “cansado” de que la mayoría de las películas se hagan básicamente para vender merchandising y que tengan planteamientos morales demasiado definidos y correctos”, explica por teléfono desde Los Ángeles. Por otra parte, admite que el cine de animación es muy caro, por lo que entiende que se busque el máximo beneficio en películas que pueden llegar a costar 200 millones de euros y tener equipos de 300 personas.
"Estoy cansado de que la mayoría de las películas de animación se hagan para vender merchandising"
Mielgo ha trabajado en la producción de películas como La novia cadáver, de Tim Burton; las dos entregas de Harry Potter y las reliquias de la muerte, la serie Tron:Uprising de Disney y fue director de arte de varias actuaciones de Gorillaz, la célebre banda “virtual” liderada por Damon Albarn. También fue el encargado de darle forma al estilo y la técnica de Spider-Man: Un nuevo universo, pero este artista que se reconoce “excéntrico y apasionado” fue despedido por irreconciliables diferencias creativas con Sony.
En sus proyectos más personales, Mielgo reivindica un tipo de animación más arriesgada y enfocada al público adulto, algo que se salga del hegemónico carril marcado por Pixar y otras majors. Eso es lo que hizo en The Witness, episodio de la serie Love, Death & Robots que le valió tres premios Emmy, y es lo que propone de nuevo en su corto nominado al Óscar, una película de apenas 15 minutos que ha tardado siete años en realizar porque la ha autofinanciado junto a su amigo y productor Leo Sánchez y ambos tenían que paralizar el proyecto cuando surgía un trabajo “que pagase las facturas”.
La dilación en el tiempo se explica también por su alto grado de compromiso en sus proyectos de autor. En este corto, en el que han participado unas 40 personas, ha escrito el guión, ha pintado todos los fondos y ha diseñado los personajes, se ha hecho cargo de la dirección de arte, del sonido e incluso ha compuesto una de las piezas de la banda sonora.
La técnica y el aspecto visual se salen también de aquello a lo que nos tienen acostumbrados los grandes éxitos recientes de la animación. La animación 3D deja paso a un estilo más pictórico que recuerda al cómic, a la ilustración o a la animación clásica y algunos planos parecen imágenes reales retocadas con aspecto de acuarela. “A veces la gente piensa que grabo y luego pinto por encima, pero eso es supercomplicado, no sabría por dónde empezar. Esto en realidad es animación tradicional, como se hacía y se sigue haciendo en Disney: se crean unos fondos y luego se añaden los personajes en movimiento. Así se hizo en Bambi y así lo hago yo”.
El resultado es una película prácticamente muda en la que compone una hermosa, poliédrica y agridulce panorámica del amor en el planeta Tierra en 2022, en plena era del individualismo y de una tecnología que nos conecta y nos aísla al mismo tiempo.
Hay escenas de complicidad, de sexo, de ternura, de tristeza, de dolor, de incomunicación, pero la que quizá mejor defina quizá nuestra época es la de dos desconocidos que coinciden en un supermercado. No se han visto porque andan absortos en sus teléfonos móviles, donde casualmente coinciden en ese mismo momento en una aplicación de citas. Se dan like, hacen match, pero ninguno da el paso de enviar un mensaje al otro. Nunca llegan a mirarse en la vida real. Echan el cartón de leche a la cesta y sus caminos se separan para siempre.
“Antiguamente, por obligación o superstición, las parejas duraban hasta la muerte. Hoy el amor ya no funciona así, miramos más por nosotros mismos y por nuestras carreras profesionales”, afirma el director. “No sé si es una visión amarga la que ofrezco en el corto, es difícil saber si la gente era más feliz antes que ahora, pero está claro que las normas y costumbres de la sociedad han cambiado, y el amor siempre se adapta a los cambios”.