Decimos bien. La revolución empieza y termina, a menudo mal. Trotsky se equivocó: no la revolución, pues, sino la rebelión. Ese fue el signo de Pier Paolo Pasolini, toda su vida, casi desde su nacimiento en Bolonia, hace ahora cien años. Su padre (militar) y su ma-dre (maestra elemental) no seguían caminos muy parejos, y Pier Paolo escogió el de la madre.
En años inciertos, y ya con el fascismo en el poder, vivieron en muchos lugares, varios en el Véneto. Pasolini estudió en Bolonia, pero terminó en el pueblo de parte de la familia materna, Casarsa, donde se habla friulano. En 1941 había publicado un pequeño libro de poemas, Versi à Casarsa, que llamó la atención de quien sería un notabilísimo crítico, Gianfranco Contini. Pasolini daba clases –no permitidas– en el pueblo. Y se dice que su vida homosexual (un vector también de su obra) empezaría entonces con uno de sus alumnos, hacia 1944.
Apasionado por el sexo, por el civismo, por la literatura y por el pueblo como clase más limpia y permisiva que la burguesía (lloró la muerte del pueblo), Pasolini era y no comunista, se acercó al cristianismo, rechazándolo, buscó la verdad y la belleza como los antiguos griegos querían. Nada afeminado –para él homosexualidad era virilidad– Pasolini jugaba al fútbol desde muchacho. Unos versos de un poema posterior dejan muy claro el talante del escritor, que nunca temió ni arder ni combatir: “Sexo, muerte, pasión política,/ son los objetos simples a quienes doy/ mi corazón elegíaco... Mi vida/ no tiene otra cosa. Podré mañana,/ desnudo como un monje, partir/ del mundo, ceder a los in-fames/ la victoria... No habré perdido,/ no, ciertamente, mi alma”.
La homosexualidad le costó rechazos, juicios varios y la muerte violenta al fin –aunque era más complejo el crimen– pero le otorgó dicha y juventud. La pasión política lo desengañó (el comunismo) o lo asqueó la Democracia Cristiana corrupta. La muerte es riesgo de vida, y como los románticos querían, también de belleza. Escribió en italiano pero –desde el friulano materno– se interesó por lo que en Italia llaman “dialectos”, lenguas diversas y no siempre del mismo fuste. Quiso que la cultura italiana abandonara todo aldeanismo, viajó en busca de la alegría de lo primitivo, comprobando con horror que el capitalismo feroz acababa con el pueblo feliz y bisexual (el que cantaba su amigo el poeta Penna) y que sólo quedaba horror, vacío y basura. ¿Qué diría hoy? Por ello abjuró de la hermosa Trilogía de la Vida y terminó, amargado y amargo, en el horror de Salò.
Lo asesinaron la noche del 2 de noviembre de 1975. Llevó a un chapero, Pino Pelosi –de 17 años, sabía muy bien en sexo lo que hacía– a la playa de Ostia, y allí Pasolini fue brutalmente asesinado. Puro horror. Pelosi dijo que lo había querido sodomizar, pero la reacción era desmedida. El juicio posterior, aunque dictaminó la culpa de Pelosi –no había otro acusado– dejó muy claro que ese crimen no lo pudo cometer una sola persona. No se sabe quiénes fueron, pero muchos se volvieron hacia los tentáculos de la Democracia Cristiana, a la que los más lúcidos artículos de Pasolini, desenmascaraban. Sigue siendo estupendo (a todo este respecto) el libro de Marco Tullio Giordana, Pasolini, un delito italiano (1994). Sexo, pasión, rabia, pero un inmenso deseo de pureza. Pureza y castidad no son lo mismo.
La poesía se mueve
Pasolini comenzó escribiendo poesía (en italiano y friulano) durante los años de la guerra. Diría que la lectura de Rimbaud le dio una lección de antifascismo natural. Pero sería viviendo ya en Roma –donde llegó con su madre y sin empleo, en 1947– cuando comienza su mayor búsqueda poética, que nunca fue unívoca, es decir, nunca trabajó en un campo solo. Si Pasolini habló de bilingüismo, también habló, y es más profundo, de biestilismo: no debe haber un único estilo para la poesía, ni el neovanguardismo, ni el ya algo decaído hermetismo ni la poesía comprometida o cívica, que nosotros diríamos social. Una poesía sencillamente renovadora debía y podía unir todos esos frentes o maneras. Ese es su intento, uno de sus propósitos, en su primer libro importante de poemas, Le ceneri di Gramsci (Las cenizas de Gramsci) publicado en 1957, y que obtuvo ese año el reconocido premio Viareggio. Libro en varias partes y de poemas, por lo general, largos, estamos ante una poderosa mezcla de narratividad y lirismo.
Un año después, en la misma línea, acaso menos contundente, aparece ese dulce y extraño título, L'usignolo de la Chiesa Cattolica (El ruiseñor de la Iglesia Católica). Pasolini nunca dejará la poesía –diría que es su verdadera médula– pero desde su mayor dedicación al cine, sobre todo a partir de los finales 60 (con la prosa ocurrirá igual) se hace menos habitual. Siempre es una poesía directa, poderosa, nada complaciente, pero llena de un poder cautivador, que gustó menos a los poetas meramente líricos. Acaso (con las Cenizas) los dos más completos libros de versos pasolinianos, sean Poesia in forma di rosa de 1964 y Trasumanar e organizzzar (Trashumanar y organizar) de 1974. Basta, a veces, mirar un índice para ver que la poesía de Pasolini trata de todo: “El enigma de Pío XII”, “Pequeños poemas políticos y personales”, “La restauración de izquierdas”, “La calle de las putas”. Es un mínimo ejemplo. En 1993 y en dos tomos, apareció su poesía completa con un título (¡cómo no!) provocador, Bestemmia (Blasfemia).
Éxtasis de la periferia
El primer gran éxito de Pasolini (incluida polémica y juicio) vino con la prosa. Exactamente con su primera novela –de 1955– Ragazzi di vita. Su traducción mejor debe de ser –así se tradujo en Argentina– Chicos de la calle, pero el título italiano se ha hecho una expresión extendida para hablar de los muchachos de las barriadas, pobres y a veces atractivos, arriesgados, que se buscan la vida como pueden y aún se bañan en el Tíber, o en la noche recorren fumando las orillas del río. Todo ese mundo, más extremado, reaparece en otra de las novelas emblemáticas de nuestro autor, Una vita violenta de 1959.
Otra gran novela de Pier Paolo será Teorema, publicada en 1968. La novela es, llanamente, la visita de un ángel perturbador a una familia de clase media. Como ese mismo año, Pasolini llevó al cine su novela, es probable que esta quedara algo opacada. No es más que el verso de Rilke (por raro que pueda parecer) “Todo ángel es terrible”. PPP no volvió a publicar novelas, aunque al morir trabajaba en una, Petróleo que (a falta de un misterioso capítulo perdido) salió póstuma en 1994. Como póstumas salieron sus juveniles novelitas homoeróticas, con el título español Amado mío. Prosa de arte y de pueblo, denuncia social y fascinación por los muchachos de la periferia, son el centro de un orbe narrativo que se hace inconfundible.
En medio de esta enorme actividad (entre la que está el propio cine del autor) hay que contar el teatro, con al menos dos obras muy notables, Orgía de 1969 y Calderón de 1973, acaso la parte menos conocida de la obra pasoliniana; y su labor de ensayista y de antólogo. Las antologías, con notables prólogos, tratan de la poesía dialectal italiana (Poesia dialettale del Novecento, 1952) en tanto que el ensayo se mezcla con el periodismo, en el que Pasolini fue brillantísimo, desde el manifiesto o la crítica literaria, hasta el combate político de filos mucho más que agudos: Pasión e ideología (1960), Empirismo herético (1972)y ese último y punzante libro que es Escritos corsarios, ya 1975. Una muerte prematura y terrible y una vida vivida entre el deseo carnal, el goce literario o de imágenes y un mundo ideológico y experimental que nunca, jamás, se sobrepuso al hombre. Grande fue, y mucho.