El líder espiritual psicópata es un clásico de la ficción estadounidense. Ahí está ese falso predicador que interpreta Robert Mitchum en La noche del cazador (Charles Laughton, 1955), o El fuego y la palabra (Richard Brooks 1960), claro precedente de esta Los ojos de Tammy Faye, en la que Burt Lancaster interpretaba a un tipo sin escrúpulos que se aprovecha de la religiosidad sincera de una beata (Jean Simmons).
Inspirada en una historia real, Los ojos de Tammy Faye cuenta la ascensión y caída de los tele-evangelistas Jim Bakker (Andrew Garfield) y Tammy Faye (Jessica Chastain), una de esas historias espectaculares que parece que solo pueden suceder en Estados Unidos con su mezcla entre dinero a espuertas, religiosidad extremista y habilidad para el espectáculo. Los Bakker significaron la definitiva imbricación entre lo religioso y el show business, un fenómeno muy común no solo en Estados Unidos, en todo el continente americano.
El “pardillo” Jim y la puritana Tammy se conocen siendo casi unos niños en una universidad religiosa y se proponen triunfar con su “modernización” de la misa dominical en la que, en el más puro estilo americano, incluyen marionetas, canciones y coreografías además de los consabidos sermones, que ejecuta Bakker mostrándose como un tipo de una moral inflexible. La beatería rimbombante como máscara de la maldad ya la intuyó Moliêre en su inmortal Tartufo, en la que denunciaba el cinismo de cualquiera que se declare a sí mismo ejemplo de virtud.
Corrupción y valores
Gracias a su don de gentes y su habilidad para el espectáculo, poco a poco los Bakker se convierten en estrellas televisivas hasta que fundan su propio canal por cable, PTL, que resulta ser una máquina de hacer dinero con talk shows “cristianos”. La paradoja del asunto es que mientras los Bakker venden al mundo valores tradicionales, el matrimonio está roto por dentro. La película está construida con simpatía por el personaje de Faye, a la que se presenta como víctima de las maquinaciones de su marido, un tipo siniestro, bisexual, infiel y codicioso cuya creencia en la cruzada moralista que protagoniza no va más allá del deseo de enriquecerse.
Dirigida por Michael Showalter, comediante, actor, guionista y director con una amplia trayectoria en la televisión estadounidense, la película tiene un tono cercano a la farsa en su primera parte, cuando el matrimonio se hace millonario y todo comienza a descontrolarse. Manejando los hilos en la sombra, Jerry Falwell (Vincent D’Onofrio), el célebre telepredicador y líder de la derecha estadounidense más reaccionaria. Cuando las corruptelas y escándalos sexuales de Bakker comienzan a salir a la luz, los abandona a su suerte, en parte molesto por el apoyo de Faye a los homosexuales en tiempos del SIDA.
La película no cuestiona la sinceridad religiosa de esa América blanca e integrista, ejemplificada en la inocencia de la propia protagonista, esa Faye que como mínimo cierra los ojos ante los delirios de grandeza y derroche de su marido, pero cree en los valores que representa. En su reflejo de las élites de ese mundo ultraconservador, la película sí pone en solfa la conversión de esa devoción en un inmenso negocio que forma parte de una lucha política cuyo objetivo no es tanto controlar “el alma” del país como dice Falwell como vaciar sus bolsillos.