El cineasta y erudito del cine Peter Bogdanovich, autor de una desigual y extensa filmografía que incluye clásicos como La última película (1971) y Luna de papel (1973), ha fallecido este jueves poco antes de las 01.00 de la madrugada (hora local estadounidense) en su casa de Los Ángeles a los 82 años por causas naturales, según ha confirmado su propia hija, Antonia Bogdanovich, en un comunicado. "Nos gustaría pedirle respeto por nuestra privacidad mientras lamentamos la muerte de nuestro ser querido, este hombre maravilloso", lamenta la familia en la nota.
Perteneciente a la generación del Nuevo Hollywood junto a directores como William Friedkin, Brian De Palma, Michael Cimino, Martin Scorsese o Francis Ford Coppola, Bogdanovich fue el reflejo norteamericano de la Nouvelle Vague francesa al considerar tan importante la escritura sobre cine como la realización de películas. De hecho, alcanzó notoriedad como crítico en publicaciones como Esquire, Village Voice o The New York Times antes de lanzarse a la dirección, como hicieron también Truffaut o Godard en Francia desde la célebre Cahiers du Cinema.
Nació en Kingston, Nueva York, en 1939, en el seno de una familia de inmigrantes yugoslavos que huyó de una Europa que empezaba a sucumbir al delirio nazi. Su padre era un pintor y pianista serbio de creencias cristiano ortodoxas y su madre procedía de una rica familia judía austriaca. En los años cincuenta se lanzó sin mucho éxito a la carrera de interpretación, estudiando con la legendaria Stella Adler, pero no pasó de algunas apariciones esporádicas en la televisión y en obras de teatro veraniegas. En esos años empezó a cultivar la cinefilia de una manera obsesiva. "En mis mejores años de espectador, llegué a ver 500 películas al año, y tomaba notas de cada una de ellas”, explicaba en una entrevista en El Cultural en 2015 por el estreno de Lío en Broadway, un homenaje a la screwball comedy y al cine de Ernst Lubistch que a la postre sería su último filme de ficción.
Tras hacerse un nombre como crítico y programador en instituciones como el MoMA de Nueva York, el director se trasladó a Los Ángeles donde, bajo la tutela de Roger Corman, estrenó su filme de debut, Targets (1968), en el que ya abordaba de manera melancólica el final del sistema de estudios que tanto adoró y al que rindió homenaje una y otra vez. "Cuando ves la riqueza del cine del pasado, el extraordinario trabajo de gente como Hawks, Hitchcock, Welles, Keaton, Lubitsch… todo eso no va a volver”, decía en la misma entrevista en El Cultural. “Es irrepetible por muchos motivos. El sistema de los estudios lo permitió porque era un sistema eficaz, que tenía a todo el mundo en contrato y permitía hacer muchas películas y que los directores realmente profundizaran en su oficio. Nadie hace hoy más de cien películas como hizo John Ford. Y con los mejores artistas de cada departamento, con los actores, los fotógrafos, los escenógrafos, los músicos… La conjunción de talentos era abismal. Eso nunca volverá, por eso las mejores películas ya se han hecho. Los que llegamos después estamos condenados a la decadencia".
Éxitos incontestables
El éxito llamó a su puerta en 1971, cuando contaba con 32 años, con The Last Picture Show (La última película), filme que obtuvo una gran repercusión y que consiguió ocho nominaciones a los Óscar, incluída la de mejor director. La película, ambientada en los años 50 en una pequeña ciudad de Texas, abordaba la historia de iniciación a la vida de Sonny, Duane y Jacy, tres adolescentes aburridos en un pueblo en el que solo se puede escapar de la monotonía en el viejo cine, en el salón de billar o en la cafetería. Una película encantadora y atemporal sobre la traición y la pérdida. Durante el rodaje, Bogdanovich se enamoró de la joven Cybill Sheperd, lo que provocó su divorció de la madre de sus dos hijos.
A partir de aquí, el director encadenó varios éxitos incontestables como ¿Qué me pasa, doctor? (1972), una alocada comedia con Barbra Streisand y Ryan O’Neal al estilo de su adorado Howard Hawks, o la magnífica Luna de papel (1973), otra carta de amor al cine clásico, una road-movie ambientada en los años de la Gran Depresión y la Ley Seca en la que un estafador de poca monta (Ryan O’Neill) se hace cargo de la hija de una antigua amante y acaba por enseñarle su cuestionable oficio. Tatum O’Neill, con tan solo 10 años, consiguió el Óscar a la mejor actriz secundaria por este papel.
Este fue el punto culminante de la carrera de Bogdanovich, que a partir de entonces sería excesivamente irregular y estaría repleta de excentricidades. Por ejemplo, en Por fin, el gran amor (1975), insistió en rodar los números musicales en directo con resultados mediocres. En Saint Jack (1979) se plegó a contar con la producción del Playboy de Hugh Hefner para evitar que unas fotografías de Cybill Sheperd desnuda salieran a la luz cuando su relación estaba rota desde hacía poco tiempo.
Retomaría el pulso Bogdanovich con Todos rieron (1981), una comedia de enredos de bajo presupuesto que narra como dos detectives se enamoran de las mujeres que vigilan, Audrey Hepburn y Dorothy Stratten. Con esta última vivió la tragedia de su vida, ya que ambos se enamoraron durante el rodaje, pero Stratten estaba casada con el buscavidas Paul Snider. Cuando la actriz le dijo que lo abandonaba, Snider la mató y se suicidó posteriormente. Bogdanovich cayó en una profunda depresión durante tres años. El suceso además afectó directamente a la película, que no encontró distribuidor y el director se arruinó intentando llevarla a los cines. Años después, Bogdanovich acabaría casándose con la hermana pequeña de Stratten, Louse Hoogstraten, lo que haría correr en Hollywood toda clase de maledicencias, hundiendo definitivamente su reputación en aquellos años, ya bastante magullada. A ello contribuyó también el filme de Bob Fosse Star 1980 (1983), que reconstruía el terrible asesinato de Stratten.
Aunque rodó un buen número de películas más en las siguientes décadas, tan solo destacan la fantástica comedia ¡Qué ruina de función! (1992) y los documentales que dedicó a Tom Petty (Runnin’ Down a Dream, 2007) y a Buster Keaton (El Gran Buster, 2018, su última película). También dirigió un capítulo de la serie Los Soprano. Aunque afirmaba que el cine era "terapéutico" para sí mismo, hacía tiempo que había perdido la fe en Hollywood. "Hay unos cuantos directores con talento, es obvio, pero creo que Hollywood no está pasando por un periodo especialmente bueno", afirmaba en 2015. "Se hacen muchas adaptaciones de cómic, hay muchos superhéroes y mucha mierda. Ya sólo se hacen películas para niños, pero no para adultos. Creo que lo que ha pasado es que durante la Edad de Oro, a pesar de las restricciones del Código Hays, teníamos a adultos haciendo películas para adultos que también podían ver los niños. Hoy sin embargo tenemos a adultos haciendo películas para niños que se supone que los adultos deben tolerar. Es otro mundo. Piense en buenas películas de los años 30 como Un ladrón en la alcoba, Las tres noches de Eva o La pícara puritana. ¿Qué ha pasado con películas como ¡Qué verde era mi valle! o De aquí a la eternidad? Ese cine es irrepetible".
Por otro lado, Bogdanovich exploró su ofició indagando en las obsesiones y métodos de trabajo de míticos cineastas en magníficos libros. Sus entrevistas a lo largo de los años a John Ford y Orson Welles, con el que se volcó para divulgar en condiciones su obra, son tan esenciales para la historiografía cinematográfica como el seminal volumen de conversaciones Hitchcock / Truffaut (1967). Sus libros sobre el propio John Ford o Fritz Lang, así como El director es la estrella I y II y Las estrellas de Hollywood son insustituibles por la sabiduría, perspicacia y amenidad que reúnen sus opiniones.