Una pregunta le asalta al espectador frente a la nueva versión de West Side Story: ¿era necesaria, Steven Spielberg? El clásico de Robert Wise de 1961, ganador de diez premios Óscar, es eterno: no ha perdido un ápice de su fuerza expresiva en 60 años y se mantiene como uno de los musicales más redondos de la historia del cine, gracias a los espectaculares y narrativos bailes de Jerome Robbins, a la sobrecogedora música de Leonard Bernstein, a las lúdicas y poéticas letras del recientemente fallecido Stephen Sondheim y al efectivo guion de Arthur Laurents.
Entre los cuatro, a partir de una idea del actor Montgomery Clifft (amante de Robbins), adaptaron al género musical la historia de Romeo y Julieta, sustituyendo Verona por Nueva York y a las familias de la élite del siglo XIV de la obra de Shakespeare por las pandillas callejeras que copaban los titulares de la prensa norteamericana en los años 50. Estos cambios modificaron el sentido de la obra original, que pasó a abordar el tema del sueño americano. Ya no trataba tanto del poder cegador del amor –que también– como de la lucha de personas que rompían la norma por ser individuos dignos, ciudadanos plenos, por conquistar su lugar en una sociedad pacata y xenófoba. “There’s a place for us / Somewhere a place for us”, cantaban Maria y Anton, los amantes condenados a la tragedia, en un momento del espectáculo.
La partitura de Bernstein ha sido grabada por Gustavo Dudamel junto a la Filarmónica de Nueva York
En un tiempo como el actual en el que los enfrentamientos raciales se han vuelto a exacerbar en EE.UU. tras la era Trump, el filme de Robert Wise, codirigido por Jerome Robbins cuatro años después del estreno en Broadway de la obra, seguía completamente vigente. Entonces, ¿qué sentido tenía el remake? Lo mejor es atender a las palabras del propio Spielberg (Cincinnati, 1946) al respecto. “Creo de verdad que merece la pena llevar esta historia a las generaciones actuales”, ha explicado el director. “Es más relevante ahora que en 1957, cuando se subió a un escenario por primera vez. Y lo es desde su vertiente más triste, por la división que existe en el país”.
Un clásico... ¿Incómodo?
Existe un aspecto del clásico que hoy resulta incómodo en Hollywood, tan plegado a los designios de la cultura de la cancelación: la mayoría de los personajes puertorriqueños estaban interpretados entonces por actores blancos maquillados. Natalie Wood, de origen ruso, daba vida a Maria, y George Chakiris, de origen griego, a Bernardo. “Es la primera producción de West Side Story que cuenta con un reparto completamente latino para representar a los Sharks. Era algo que necesitaba corregirse”, comenta el director, que además se ha negado a subtitular en inglés los diálogos en español del filme. “El español es el segundo idioma de EE.UU. así que pensé que habría sido irrespetuoso subtitularlo, porque tiene que convivir con el inglés y sin ningún apoyo”, subraya Spielberg.
Más allá de estos asuntos de naturaleza cosmética, la nueva versión es bastante fiel a la original. La historia, que todavía transcurre en los años 50, es a grandes rasgos la misma (aunque hay algunas modificaciones en el dibujo de los personajes, en los diálogos y en el orden de los números musicales, realizadas por el guionista Tony Kushner), la partitura de Bernstein (en esta ocasión, con arreglos de David Neuman y grabada por Gustavo Dudamel junto a la Filarmónica de Nueva York) y las letras de Sondheim se mantienen incólumes y las coreografías de Jerome Robbins han sido recreadas por Justin Peck manteniendo las mismas vibraciones. Eso sí, afirma Spielberg que se han basado más en el libreto del musical que en la película de 1961. No lo parece.
En cualquier caso, podríamos pensar que lo que de verdad ha motivado al director para lanzarse a rodar este musical es que puede hacer lo que quiera, y que le apetecía. A punto de cumplirlos 75 años, el Rey Midas de Hollywood mantiene su aura intacta y nadie olvida que inventó el blockbuster con Tiburón (1975) y lo consolidó con la saga de Indiana Jones, E.T., el extraterrestre (1982) o Parque Jurásico (1993). Por otro lado, conseguía prestigio como autor gracias a filmes como La lista de Schindler (1993), Munich (2005) o Lincoln (2012). Pero nunca antes había abordado el musical, como sí hicieron sus compañeros del Nuevo Hollywood Martin Scorsese (New York, New York, 1977), Francis Ford Coppola (Finian’s Rainbow, 1968) o Brian de Palma (El fantasma del paraíso, 1974). Como mucho, había rodado algunos números musicales en sus películas, como el concurso de bailes de 1941 (1979), el arranque de Indiana Jones y el templo maldito (1984) o el baile de gravedad de Ready Player One (2018).
Un sueño humedo
Amante del cine clásico, para el director de Ohio debía ser un sueño (húmedo) encarar un musical y se ha sacado la espinita ofreciendo un espectáculo total en el que despliega todo su instinto para el sentido del ritmo visual, para la fluidez del movimiento y para exprimir la emoción de las escenas. Todo ello, con la colaboración de un departamento de arte sublime y con una fotografía de su colaborador habitual Janusz Kaminsky que de tan realista parece pertenecer al mundo onírico. La reconstrucción del Nueva York de los 50 es impecable, gracias también a las técnicas digitales.
Puede apelar a la actualidad de la historia, pero es en la reinvención de cada número musical, en el desafío que supone respetar y al mismo tiempo mancillar el trabajo de Wise y Robbins, donde Spielberg encuentra la razón de ser de esta película. La escena del baile, en el que las bandas rivales se enfrentan a ritmo de mambo, es de una fisicidad arrebatadora; One Hand, One Heart alcanza una romántica espiritualidad gracias a la luz de las vidrieras, la nueva Gee, Officer Krupke sigue funcionando como el gran momento de alivio cómico y la acrobática Cool es tensa y violenta en su nueva concepción. Sin embargo, es con la vibrante America cuando llega la apoteosis. Spielberg abandona el tejado en donde se desarrollaba este número en el filme original para salir a las calles de Nueva York y ofrecer una bacanal de color y ritmo en la que Anita y Bernardo se lanzan ingeniosas pullas sobre la asimilación de los latinos en Estados Unidos.
En 'America', Spielberg se lanza a las calles de Nueva York para ofrecer una bacanal de color y ritmo
La historia, como decíamos antes, apenas ha variado respecto al libreto original. Los Shark, banda callejera de ascendencia puertorriqueña, y los Jets, rivales de raíces europeas, se enfrentan por el control del barrio que comparten, San Juan Hill. En medio de esta guerra, Maria, hermana de Bernardo, jefe de los Shark, y Anton, antiguo miembro de los Jets, se enamoran, poniendo en jaque las reglas no escritas de convivencia: cada cual con los suyos. Lo que sí ha variado es el escenario: aunque ambas transcurren en el Upper West Side neoyorquino, en la película de Spielberg el paisaje se asemeja por momentos a una zona de guerra, ya que están demoliendo manzanas enteras en Manhattan para construir el Lincoln Center, como realmente ocurrió en aquellos años. Esto provocó el desplazamiento de las familias más desfavorecidas, por lo que los rivales no parecen darse cuenta de que ambos están siendo aplastados por un enemigo común: la gentrificación, lo que le da un sentido aún más trágico a la historia.
Por su parte, Ensel Elgort y Rachel Zegler aportan un nuevo carisma a los protagonistas. Elgort resulta solvente cantando y bailando, aunque quizá es demasiado delicado para un Tony que acaba de salir de la cárcel. Rachel Zegler, por su parte, insufla nuevas energías a Maria, creando un personaje con una luminosa inteligencia y una mayor fiereza que el que entregaba Natalie Wood. Destacan, finalmente, la explosividad de Ariana DeBose como Anita y la bravura de Mike Faist como Riff.
El ‘boom’ del musical
Lejos del clasicismo y la exuberancia del filme de Spielberg, en agosto apareció en nuestras pantallas Annette, la nueva “marcianada” de Leos Carax. Con Adam Driver y Marion Cotillard como protagonistas, el director francés ofrecía un fascinante acercamiento al género de la mano de la banda Sparks. Una película surrealista, bella a la par que sucia, radical, que hace gala de una genial inventiva visual para adentrarse en las derivas de la cultura de masas. Otros dos musicales estrenados este año tienen un nombre en común: el guionista y dramaturgo Steven Levenson, uno de los grandes nombres de Broadway. Querido Evan Hansen, de Stephen Chbosky, es la adaptación de su primera obra, ganadora de un premio Tony. Más interesante es Tick, Tick…Boom, adaptación de un musical autobiográfico de Jonathan Larson (Rent) que ha firmado el propio Levenson y que cuenta con Andrew Garfield. De esta última película el director es Lin-Manuel Miranda, autor del popular espectáculo Hamilton. Su primera obra como autor, En un barrio de Nueva York, también ha llegado a las salas este 2021 dirigida por Jon M. Chu.