Previo paso a su estreno en Netflix, llega a los cines la nueva película de la neozelandesa Jane Campion (Wellington, 1954) en la que aborda, como ya hizo en su película más célebre, El piano (1993), una turbulenta historia de amor destruida por las convenciones sociales de una época. En aquel fantástico filme, con el que Campion ganó la primera Palma de Oro concedida a una mujer, narraba los estragos que causa la pasión entre una mujer (Holly Hunter) obligada a casarse con un hombre al que no conoce y un vecino al que enseña a tocar el piano. Allí la directora nos mostraba algo muy parecido a lo que quiere contar en esta extraordinaria El poder del perro como la doble condición del amor como la fuerza más luminosa frente a su poder devastador cuando ese amor supone una amenaza para la sociedad.
La Nueva Zelanda del siglo XIX, marcada por el puritanismo de la Inglaterra victoriana, es muy diferente a la Montana de esta película ambientada en 1925, tierra de cowboys y tipos duros. Allí sucede la historia de los hermanos Burbank, propietarios de un rancho. Por una parte, George (Jesse Plemons), un tipo más bien corto de luces aunque ambicioso, y Phil (Benedict Cumberbatch), protagonista del filme, un vaquero hosco y maleducado que trata a todo el mundo con cajas destempladas. El personaje del resentido con frecuencia es el villano de las películas, ahí está, sin ir mas lejos ese Safin (Rami Malek) de la última película de James Bond, un tipo que se vuelve malo de niño después de que descuarticen a su familia. En este caso, Campion recurre a otra versión de la historia como la que ofrece el mito de La bella y la bestia, o sea, el malo no es que sea malo, es que le falta amor.
En ese cuento, la cosa acaba bien y la bestia se convierte en príncipe. El problema es que la Montana de principios de siglo, no sé si sigue igual, es una sociedad profundamente homófoba. Lo vimos en una película tan popular y prestigiosa como Brokeback Mountain (Ang Lee, 2005) en la que la pareja formada por Heath Ledger y Jake Gyllenhaal debía vivir ocultando su amor a todo el mundo. El poder del perro es muy distinta, sobre todo porque trata mucho menos sobre un romance para proponer un estudio de personajes sobre las devastadoras consecuencias de la represión sexual. El 'nasty' Phil cambia cuando aparece Pete (Kodi Smit-McPhee) en su vida, el hijo casi adolescente de la nueva mujer de su hermano (Kirsten Dunst), infeliz en su nueva vida y bebedora. Pete es un chico delicado por el que siente una irresistible atracción aunque al principio trata de manipularlo.
Basada en una novela de Thomas Savage, es material idóneo para una directora como Campion, fina retratista de las sutilezas del corazón. Directora aficionada a los símbolos, en El piano la música de Michael Nyman se convierte en la antítesis de la violencia intrínseca a una sociedad tan puritana como la de la época. Aquí, son unas simples flores de papel, confeccionadas por Pete, las que se erigen como símbolo de la posibilidad de la belleza incluso en un mundo de brutalidad y “masculinidad tóxica” en ese Oeste salvaje tantas veces mitificado en las películas. Hay más metáforas, como esa cuerda que fabrican juntos Phil y Pete o esa sombra en las montañas con forma de perro ladrando que introduce un elemento de magia e imaginación en un lugar donde impera la cruda realidad. El poder del perro es el poder del amor, claro que ese poder puede hacer tanto bien como crear un dolor inconsolable.