Se llaman Cristina, Alicia, Yolanda, Tina, Saya y Lena. Son todas de Barcelona y han crecido en mundos muy distintos. Mientras Yolanda se vio arrastrada a la prostitución y un mundo peligroso en el que las mujeres transexuales eran violadas y apaleadas por la propia policía, Alicia creció con una familia que comprendió pronto la situación y le brindó su apoyo. Con estudios universitarios, aspira a plantearse su futuro como el de una persona normal aunque también arrastra las heridas del bullying. Sin dramatismos, el documental Sedimentos reúne a estas seis mujeres transexuales en un pequeño pueblo de León, origen de una de ellas y posible destino, donde la cobertura llega a duras penas para que se hagan más fuertes compartiendo sus experiencias.
Durante cinco años, Adrián Silvestre ha acompañado a este grupo de mujeres muy distintas en muchas cosas pero que comparten la dificultad de ser transexuales en un mundo donde siguen siendo víctimas de todo tipo de vejaciones y humillaciones. Una de ellas, Cristina, no ha sido capaz de dar el paso y hacer el “tránsito” hasta pasados los 50 años. Será el personaje más complejo de la película, la más polémica y al final casi la más tierna. En este grupo de mujeres hay mucho amor pero también vuelan las pullas. Algunas historias acaban calando como la que cuenta Yolanda, la exprostituta, cuando se hacía llamar Coco por los cabezazos con que se protegía, al referirse a esas transexuales venezolanas con una cuchilla en la boca que cortaban la lengua a las “nuevas” que eran más guapas y ganaban más dinero.
No solo Alicia, Lena también ha crecido protegida por el afecto de sus padres. Desde muy pequeña, lo tuvo claro y no quiso esperar los siete años que tarda la Seguridad Social en hacer las operaciones de reasignación de sexo. Viéndolas, es muy difícil distinguirlas de cualquier mujer, con sus confesiones íntimas, su ingenio y la calidez realzada por la sabiduría de personas que conocen el lado oscuro de la vida y lo que significa ser rechazado por ser quien se es. La película utiliza la metáfora de los “sedimentos” terrestres para referirse a las distintas capas de nuestra personalidad y de nuestro tiempo, a la forma en que el presente se compone de pasado y la materia está formada por lo que una vez fue. El gran acierto del filme es interpelar a nuestra empatía y no a nuestra indignación, mostrando un futuro posible pero un pasado muy oscuro y un presente aún incierto.