Farhadi, el último neorrealista en Cannes
El director iraní ha escrito en 'Héroe' quizá su mejor obra hasta la fecha, que funciona a nivel narrativo como un mecanismo de relojería, donde nada parece faltar y todo está en su sitio
14 julio, 2021 11:55¿Qué es ser un buen hombre? ¿En qué se traduce? Acaso esa es la cuestión fundamental que yace en la trama de Héroe, el nuevo cuento moral del iraní Asghar Farhadi, que fuera oscarizado por la memorable Nader y Simin, una separación hace diez años. De nuevo nos invita a ejercer de jueces de sus personajes, introduciendo matices y complejidad a la peripecia de Rahim (Amir Jadidi), un preso por impago de una deuda que, en sus días de permiso, decide devolver a su propietaria un bolso lleno de monedas de oro que encuentra su amante en la calle, acaso con la esperanza de recuperar el honor y ser liberado de prisión. Gracias a su gesto es agasajado por medios de comunicación, redes sociales, autoridades carcelarias y una asociación de beneficencia que organiza una colecta para el “héroe” que ha tenido un comportamiento tan desinteresado y que tendrá un rol importante en la historia. Pero claro, como no podía ser menos, los flecos y sombras de su versión de los hechos irán saliendo a la luz para desmentirle y complicar todo el asunto. ¿Héroe o villano? La integridad moral no es un camino en línea recta en las películas del iraní, tan conscientes de perpetuar cierto legado neorrealista.
Es precisamente esa voluntad por retorcer la trama, y de ir añadiendo giros de guion que va acorralando a su personaje contra las cuerdas de la fatalidad, lo que puede distanciar al espectador de la película. Hay una pulsión cruel detrás de ello. Es interesante comprobar cómo los estigmas del Honor, entendido en mayúsculas por la cultura social iraní, adquiere otra trascendencia en el mundo de las redes sociales. En la nueva película de Farhadi conquista de hecho una dimensión narrativa crucial que, aunque fuera de plano, lleva las riendas del relato. Farhadi ha escrito quizá su mejor obra hasta la fecha con Héroe, que funciona a nivel narrativo como un mecanismo de relojería, donde nada parece faltar y todo está en su sitio, si bien algunas soluciones y personajes (como el hijo tartamudo) transitan por los límites del chantaje emocional con el espectador. La complejidad y las capas que se van sumando al núcleo de este cuento, entendido casi como una fábula sobre la redención, pero que al mismo tiempo arroja diversas cuestiones en torno a la sociedad patriarcal y la justicia social en Irán, manteniendo en todo momento una tensión que procede de la sensibilidad y talento especiales del autor para definir personajes y filmar situaciones de notable realismo. Héroe es una película que quizá habría celebrado el mismísimo Vittorio de Sica. Nosotros también.
Kirill Serébrennikov, el exceso como salvoconducto
A Petrov lo bajan de un autobús, le dan un rifle y dispara a una fila de ejecutivos. Arranca este intrincado y ambicioso filme como una alucinada distopía en una ciudad donde reina el caos y una epidemia de fiebre, y en la que cualquier ciudadano puede convertirse en verdugo reclutado por paramilitares subversivos. En la tradición de la épica rusa, el exceso actúa como salvoconducto en el filme, pero también la intrincada puesta en escena, el espectáculo del plano secuencia y los personajes que se disuelven en el tumulto y la excentricidad de un retrato coral, y su revisión histórica post-soviética, centrado en una familia. Lo cierto es que La fiebre de Petrov, de Kirill Serébrennikov, son varias películas en una, y probablemente de ahí procede su fascinación. Sus protagonistas -Petrov, su mujer y su hijo- transitan de un escenario a otro, de un tono a otro, de un formato a otro sin solución de continuidad, y aquello que empezaba como un relato apocalíptico de ciencia-ficción (bajo el influjo alienígena) pronto se transforma en un memorable action-piece, en una reunión de poetas, más tarde en un musical, una comedia grotesca o en una crónica nostálgica de la infancia durante la Guerra Fría filmada desde el punto de vista estrictamente subjetivo. Para este cronista resulta imposible establecer un resumen de la película, que inspirada en una novela de Alexey Salnikov avanza a sacudidas, entre la violencia más demente y la tierna melancolía, quebrantando constantemente las reglas del espacio y el tiempo. Pareciera que toda la acción acontece a lo largo de un día, con fugas a un pasado que se confunde con un presente, y en la que lo ordinario no deja de revelar constantemente los mimbres de lo extraordinario.