Un espectro recorre Europa, decían Marx y Engels al principio de su revolucionario Manifiesto Comunista. El espectro del comunismo, con su promesa de una sociedad radicalmente igualitaria, transformó el mundo y su legado, con su indiscutible aportación al humanismo pero también con sus excesos, continúa hoy vivo. Hace no mucho, en la notable El joven Karl Marx, Raoul Peck nos contaba el inicio de la apasionante aventura intelectual que emprendió junto al burgués Friedrich Engels. Fue tiempo de grandes injusticias, trabajo infantil, jornadas interminables en fábricas pestilentes y salarios de miseria, pero también de grandes ideales en los que las personas pensaban que era posible construir una sociedad perfecta.
Llega a las pantallas Miss Marx, dirigida por la italiana Susanna Nicchiarelli (Roma, 1975), de quien recientemente disfrutamos otro biopic como Nico, 1988 (2018), sobre la cantante de la Velvet Underground. Aquí el protagonismo recae sobre la hija menor del revolucionario alemán, Eleanor (Romola Garai), la más brillante y luchadora de las tres que tuvo. Dispuesta a continuar con el legado de su padre, la activista recorre Gran Bretaña y Estados Unidos dando discursos a favor de los derechos de los obreros pero también de la causa feminista. Al mismo tiempo, padece por qué su marido, un tal Edward Aveling (Patrick Kennedy), se dedica a llevar una vida de lujos muy alejada de sus ideales obreristas y se financia a base de pedir préstamos que nunca devuelve. Entre el fervor transformador y su desdichado matrimonio, Marx es fuerte de cara al mundo pero débil con un hombre narcisista que la manipula.
Hay una forma profundamente equivocada de entender esta película y es revictimizar a la pobre Leonor, enamorada de un monstruo, tratándola no como la víctima de una relación tóxica sino como alguien que habita en una “contradicción” entre su vida pública y privada. Esa visión cínica según la cual la pobre Leonor era una especie de “hipócrita” es un enfoque no solo machista, también una equivocación moral grave. Fue precisamente una mezcla entre un sentido de la justicia aplicado a quien no la merecía, el enamoramiento y su inseguridades lo que condujo a Marx a una relación abusiva. Acusarla de “insincera” respecto a sus motivaciones políticas significa suponer que las mujeres que sufren malos tratos son de alguna manera culpables, ya no digamos “hipócritas”, por sufrirlos. Esta es la historia de una mujer enamorada del hombre equivocado, incapaz de comprender una maldad aterradora y ansiosa por ganar un cariño inexistente. Su referente más claro es Luz de gas (George Cukor, 1944), obra maestra sobre la manipulación.
Susanna Nichiarelli dirige una película con una historia interesante, pero confusa y caótica. La cineasta refleja bien el mundo interior de los Marx y su relación afectiva y casi familiar con Engels, pero también de deuda y dependencia creada ya que el rico industrial los mantuvo durante años. Garai le da brillo a su personaje y la reconstrucción de la época es esmerada y verosímil. Para darle un aire de modernidad, de vez en cuando suena música punk, un recurso que no molesta pero que tampoco resulta demasiado original y rompedor. Lo menos logrado es precisamente la relación entre Marx y su oscuro marido, algo que sí explicó de manera magnífica Cukor en la película mencionada con Ingrid Bergman y Charles Boyer.