El 11 de marzo de 2011, un terremoto de nueve grados en la escala Richter provocó un tsunami en las costas de Japón que acabó destruyendo la central nuclear de Fukushima, un enclave en el centro de la isla. Aquel movimiento sísmico dejó casi 16 mil muertos y más de dos mil desaparecidos, siendo infinitamente más mortífero que el propio accidente en esa instalación industrial, donde oficialmente solo murió una persona. Hoy Fukushima sigue siendo un área radioactiva en la que trabajan decenas de operarios para limpiar sus aguas contaminadas mientras sus habitantes arrastran el estigma de ser unos apestados de los que la gente tiene miedo por si acumulan radiación “contagiosa”, como cuenta uno de los supervivientes en la película. Las víctimas de las grandes tragedias humanas con frecuencia acaban siendo estigmatizadas por su propio dolor en una sociedad que prefiere no mirar sus ángulos oscuros.

El cineasta Nobuhiro Suwa (Hiroshima, 1960), más conocido en España por sus películas rodadas en Francia como Yuki&Nina (2009) o El león duerme esta noche (2017), aborda la tragedia desde el duelo de una adolescente que perdió a sus padres y a su hermano en el tsunami. A modo de road movie por los rincones menos conocidos de Japón, la joven protagonista, Haru (Serena Motola) viaja desde Hiroshima, al sur del país, hasta su provincia natal, Iwate, al norte, con la intención de enfrentarse a su madurez asumiendo la magnitud de su orfandad. Por el camino, Haru se encontrará con otras personas también marcadas por la pérdida, como un hombre adulto y su anciana madre, que la confunde con su nieta también desaparecida, una familia de refugiados kurdos en busca de asilo o un misterioso hombre que acompaña a la protagonista en su periplo. A través de las tragedias de los demás, la joven aprenderá a compartir sus traumas y a mitigar su sufrimiento identificándose con el de los otros.

Fiel a su estilo parsimonioso y poético, El teléfono del viento toma prestado su título de una cabina de teléfonos situado en Otsuchi, un pequeño pueblo al norte de Japón, desde el que más de 30 mil personas han “llamado” a sus ancestros desaparecidos para sincerarse con ellos. Conocemos la fascinante y bellísima cosmogonía espiritual japonesa, donde los vivos y los muertos tienen una relación “estrecha” y los fantasmas forman casi parte de vida cotidiana gracias a los libros del Premio Nobel Kenzaburo Oe, escritor que ha plasmado ese rico y poético mundo sobrenatural que se inserta en lo real en libros como M/T y las maravillas del bosque (2009), o en su vertiente más terrorífica, al prolífico y exitoso cine de terror japonés con filmes como la saga Ringu o The Ring.

Por momentos, la película de Suwa corre el riesgo de convertirse en un rosario de desgracias y perder algo de fuerza por el camino en su insistencia. Sin embargo, pasado un momento de peligro, El teléfono del viento va alcanzado vuelo poético al abordar el duelo privado de la protagonista como una forma de rito colectivo, su pérdida se convierte en la tragedia de todo un país que vio desaparecer bajo las olas a miles de personas. Es en ese momento de catarsis, de identificación en el dolor de los demás, donde acaba encontrando sus mejores momentos. La cabina que sirve como medio de comunicación con los muertos posee indiscutible fuerza poética en una película conmovedora que ejerce como sentido y ceremonioso homenaje de la tragedia.

@juansarda