Alberto Nahum acaba de publicar el libro Series contra cultura. Una guía humanista de la ficción televisiva (EUNSA), en el que disecciona 58 series de televisión desde una dimensión antropológica, cultural o política. Profesor Titular de Comunicación Audiovisual en la Universidad de Navarra, Nahum empezó a analizar ficciones televisivas a finales de la primera década del siglo XX casi como un pasatiempo en su blog Diamantes en serie, y sus agudos y certeros comentarios sobre Mad Men, The Leftovers, Justified, Chernobyl o Stranger Things pronto cautivaron a un buen número de lectores.
Decidió entonces centrar su trabajo académico en la televisión anglosajona y hoy es una de las voces más autorizadas en la materia en nuestro país. En el libro, Nahum se enfrenta a los emblemas de calidad, a relatos menos conocidos y a fenómenos planetarios desde los valores clásicos del humanismo.
Título: Series contra cultura. Una guía humanista de la ficción televisiva
Autor: Alberto Nahum
Editorial: EUNSA
Año de publicación: abril 2021
Disponible en EUNSA
Disponible en Unebook
Pregunta. ¿Cómo surgió la idea de hacer el blog ‘Diamantes en serie’ que se encuentra en el origen de este libro?
Respuesta. Allá por 2008 o 2009 los blogs estaban bastante consolidados y las series ya tenían fuerza, pero yo no encontraba mucha gente con la que hablar de ellas en mi entorno cercano. Como me gusta escribir y me gusta el análisis, abrí el blog para poder dialogar con alguien. Y luego ya vino la explosión de la ficción televisiva, cuando llegaron a su cénit Lost, Breaking Bad o Mad Men. Esa pujanza terminó de eclosionar y ahora si no ves series parece que eres un ‘pringao’.
P. ¿Cuáles han sido los parámetros principales a partir de los cuales ejerció esta prescripción televisiva?
R. Los del humanismo clásico, que tiene mucho de sentido común, de reivindicación de la sociedad y de los lazos sociales y de temas eternos como la familia, el compromiso, la responsabilidad… Son cuestiones que han formado parte del vocabulario moral, político y social desde que el hombre es hombre. El “contra cultura” del título viene de la idea de intentar dar un visión diferente de la habitual en el ámbito de la crítica y de la que muchas veces proponen las propias series, que normalmente es más progresista, más de izquierdas.
P. ¿Está escrito el libro contra las políticas identitarias?
R. Reivindico mucho el valor de la persona, del individuo. Eso también es el humanismo, reivindicar a cada uno según sus propias características. No niego que tengamos pulsiones tribales y características compartidas, pero creo que hay ciertos excesos posmodernos que se están volviendo mainstream tanto en la Academia anglosajona como en la española, en el análisis de las series e, incluso, en la producción cultural. Hay mil derivadas de este asunto, desde los criterios de elegibilidad en los Óscar basados en cuestiones identitarias hasta la obsesión de la crítica por medir las historias no tanto por lo que cuentan sino por lo que echan en falta en cuanto a identidades colectivas. Y creo que eso supone en muchas ocasiones disminuir el valor estético de las obras porque le estamos aplicando cuestiones extratextuales ante las que no pueden defenderse, en las que no hay diálogo posible. La cultura siempre nos ha permitido abrir ventanas a otras realidades y ahora parece que el público y la crítica lo que quiere son espejos. Me parece empobrecedor.
P. En este sentido, en el capítulo ‘Eh, atontado, déjame que te eduque’, deja en cueros el paternalismo de ciertas series como El cuento de la criada o Newsroom.
R. Me molesta ese constante mirar por encima del hombro al espectador que tienen ciertos creadores, como si fuéramos personas más o menos estúpidas o básicas a las que hay que educar a través de la ficción. Hay grandísimas obras que tienen una visión del hombre y del mundo que no coinciden con la mía, pero que me parecen valiosísimas. Pero cuando infantilizamos los contenidos y lo politizamos hasta el extremo, se convierten en una especie de catequesis. Me parece paternalista, e incluso clasista, porque viene a decir que la élite intelectual tiene una misión, que nadie le ha encomendado, de educar a la gente. Pero afortunadamente no somos lo que vemos, ni tampoco una tabula rasa que se puede modelar. A veces vemos series porque queremos pasar un buen rato y desconectar y no que nos den un sermón.
P. ¿Qué consecuencias cree que pueden tener estas posturas que cada vez ganan más fuerza en el entretenimiento?
R. Creo que van a secar las historias. Las series más catequéticas cada vez van a ser más maniqueas, y el maniqueísmo es contrario a la complejidad. Lo que hace que algo sea dramáticamente potente y artísticamente valioso es precisamente la contradicción, el que haya cosas que no podemos entender racionalmente. Podemos aprender de historias absolutamente repugnantes y podemos mirar al monstruo a los ojos sin que la serie haga un acto profesoral contigo como espectador. Proponme retos, y no me des sermones.
P. El amor parece en horas bajas en estos tiempos de relaciones líquidas. ¿Qué series lo han reivindicado con mayor fortuna en los últimos tiempos?
R. Yo no hablaría tanto del amor, que hay mil formas de entenderlo, como del compromiso amoroso, cuya consecuencia más lógica es la familia o los hijos. Una series como Catastrophe, que es una comedia muy bruta, muy obscena, repleta de pedos, pajas y otras intimidades del matrimonio, me parece que es fantástica porque habla de las dificultades del amor y de cómo solventarlas con un acto de voluntad. This is Us también hace un retrato fantástico de lo que es sacar adelante una familia.
P. ¿Las series sobre adolescentes y veinteañeros, que nos dicen de este asunto?
R. Son como un reverso más en la línea de relaciones líquidas del presente. Girls, por ejemplo, es una serie interesantísima sobre una generación que ha entendido que el amor y el compromiso están reñidos. Los personajes son seres muy individualistas que creen que en el momento en que se comprometan van a perder su libertad, cuando los valores humanistas clásicos apuntaban a que no hay mayor libertad que la que se entrega. Euphoria, por ejemplo, es una serie muy nihilista, dura, obsesionada con nuevas identidades, pero al mismo tiempo es capaz de transmitir esa angustia existencial que está en el zeitgeist del momento. En cualquier caso, aunque estas series no den una visión positiva del compromiso, al mostrar su anverso sacan a la luz temas muy interesantes sobre el amor, la juventud, la educación emocional...
P. ¿Todavía hay series que reivindican el arquetipo clásico del héroe?
R. Digamos que hay una norma cultural prevalente en la que es más habitual cierto cinismo, cierto existencialismo, cierto derrotismo ante la vida, que no tiene su reflejo real en lo que muchos espectadores reclaman: que a veces queremos historias que nos suban el ánimo. Por eso, las comedias siempre van a tener tirón y, por eso, una serie como Mare of Easttown ha tenido tanta fuerza y se ha convertido en el último gran fenómeno, porque no era simplemente el retrato de la miserabilidad de un pueblo sino que al final había redención. Stranger Things, The Mandalorian, Justified y Fargo reivindican la evasión inteligente e intentan levantar la moral al espectador, diciéndole que si luchas por algo quizá pagues un precio, pero merece la pena. Pero parece que estas historias tienen menos prestigio, quizá porque la culpa de la que hablaba Pascal Bruckner se ha adueñado de las sociedades occidentales. Eso quizá le ha dado un prestigio extra a las series que plantean personajes derrotados, nihilistas, existencialistas…
P. Habla en muchas ocasiones de cómo parece que confundimos realismo como una mezcla de explicitud más salvajismo. ¿A qué se debe esta confusión?
R. El realismo sucio tiene toda una tradición que le ha proporcionado cierto prestigio. Parece que cuando algo es más tristón nos lo creemos más y tiene su sentido: precisamente el drama nace de la pérdida, del anhelo imposible, de las dificultades. Lo agónico o violento tiene más pegada, pero no acabo de entender por qué vende más. Parece que Juego de tronos es mucho más realista y creíble si tiene sexo o violencia explícita, pero nadie reivindica que veamos a los personajes en el baño y eso sí que es de un realismo tremendo. Me da la impresión de que simplemente es un código visual. Igual que el canon de belleza de la mujer era diferente en el siglo XVIII, creo que el código de lo que es realista también ha ido cambiando y parece que es necesario que todo sea dramático, trágico y sucio. Yo acepto el código, pero pienso que no es del todo cierto. Darse un beso a la luz de la luna también es realista porque todo el mundo lo ha hecho alguna vez.
P. El tema de la fe, aunque en nuestra sociedad actual esté tan aparcado, ha dado lugar a grandes series recientes.
R. Lo habitual es que las series sean críticas con la fe por una cuestión cultural. Tradicionalmente, las fe ha tenido mucha fuerza en las sociedades y ahora estamos en un momento del péndulo en el que hay que meterle caña. Pero lo interesante desde el punto de vista dramático es que la fe al final mueve el mundo, todas las culturas creen en algo y el tema está muy arraigado en el cableado de lo que es la evolución humana. Solo muy recientemente algunas sociedades hemos dejado de creer, o hemos sustituido las religiones tradicionales por religiones laicas. Pero lo interesante de las series que se insertan en el tema de la fe, y ahí The Leftovers es absolutamente brillante, es que introducen esa sensación de que necesitamos algo más para entender el mundo, de que creer es una necesidad humana. Me da la impresión de que con todo lo que nos ha pasado en el último año se va a multiplicar la búsqueda de respuestas en el más allá, y tiene su sentido.
P. ¿Por qué le dedica un capítulo entero a David Simon?
R. Precisamente porque me parece que él no cae en muchas de las cosas que critico en el libro. David Simon es un tipo de izquierdas, tradicional, hasta cierto punto anti identitario, un socialdemócrata clásico. Puede que yo no coincida con él, pero sus series nunca son un mitin. Sus series tienen un profundo punto de vista y, además, intentan incidir en la realidad y cambiarla. Pero lo hace, ante todo, generando una historia que tenga fuerza. Lo interesante es que en sus duras críticas al capitalismo de América también hay personajes que triunfan. Es lo que ocurre, por ejemplo, con Bubbles en The Wire, que acaba levantándose y yendo a casa de su hermana. David Simon es el autor que mejor ha manejado la complejidad política y moral en la serie de televisión. Además, se enfrenta a cuestiones que tiene que ver con identidades colectivas sin condescendencia. La comunidad negra en The Wire no está llorando en las esquinas, está conformada por gente que lucha y a veces son buenos y en ocasiones son cabrones. Esa honestidad me parece lo más valioso de Simon. Es un gran humanista, porque el humanismo es transversal, no es de izquierdas ni de derechas.
P. Cree que analizar las series de los últimos años es la mejor manera de tomarle el pulso a una época.
R. Yo no sería tan absolutista. Las lecturas de las series tienen cierto valor, pero estoy en contra de los que piensan que si vemos algo nos vamos a convertir en ese algo. La época es mucho más rica porque hay gente que se queda fuera de esas representaciones. Con las series podemos ver cuál es el hummus cultural e intelectual, por dónde van determinadas tendencias, pero sería cauto respecto al poder transformador de la ficción. Tenemos familia, amigos con los que hablamos, libros que leemos… Hay gente en el ámbito de la crítica o de la Academia que les está dando un poder de conformar identidades, elementos culturales y tendencias que creo que no tienen.
P. ¿Se puede seguir prescribiendo series con la excesiva oferta que hay?
R. Hoy hay tantísimas series que hay gente que se queja de que no puede verlo todo, que es un lamento de rico. Se ha perdido el canon, eso es cierto, ahora es muy difícil que las personas de un determinado nivel cultural estén viendo las mismas series. La oferta es gigantesca, tanto geográfica como temáticamente, y esto lo que dificulta es la conversación. Ahora van a ser más de nicho.