Ante la desaparición paulatina de esas grandes estrellas del cine de acción que triunfaron en los 80 y en los años 90, entre los que destacaban Arnold Schwarzenegger, Sylvester Stallone, Bruce Willis, Jean Claude Van-Damme o el sosainas Steven Seagal, cada vez más nos encontramos con películas de mamporros protagonizadas por los actores más insólitos. El caso más célebre es el de Liam Neeson, prestigioso actor dramático cuya incursión en el género con Venganza (Pierre Morel, 2008) ha dado a luz a una rentable franquicia y a su paulatino encasillamiento en el cine testosterónico. Ahora es Bob Odenkirk, el Saul de Breaking Bad, quien toma la alternativa y se pone al frente de Nadie, película con la que el ruso Ilya Naishuller desembarca en Hollywood tras la frenética y alocada Hardcore Henry, célebre por haber sido rodada en primera persona, como si de un videojuego del género shooter se tratara. Además, el filme cuenta con la vitola de estar escrito por Derek Kolstad, creador de la saga John Wick, referente claro de esta historia de venganza.
En Nadie nos encontramos con un cine de acción clásico, que por lo gráfico de su violencia parece más propio de épocas pasadas y no de esta década marcada por los superhéroes graciosetes y políticamente tan correctos. El protagonista es Hutch Mansell, un hombre corriente atrapado en una rutina deprimente, en un matrimonio más frío que un invierno en Siberia, en un trabajo aburrido y en una paternidad de lo más frustrante. Hasta que una noche unos ladrones entran en la casa familiar y, pese a la resistencia de Hutch a plantarles cara, acaba a la larga sacando a la luz una parte oculta de su pasado que provocará una explosión de violencia.
El regreso del justiciero
Si el argumento no es nada original (da vueltas sobre las historias de justicieros tan populares en los 70 gracias filmes como Harry el Sucio o El justiciero de la ciudad), Naishuller sí que se guarda algunos trucos de montaje y puesta en escena para mantener la atención del espectador y que el filme no decaiga demasiado en sus 90 minutos. En un primer momento, el director opta con gran acierto por un acelerado prólogo para mostrar la agobiante rutina del protagonista. Posteriormente, se dedica a ejercer de prestidigitador para jugar con las expectativas del espectador y retrasar el obvio golpe de efecto de la trama. Y, por último, se esmera en la coreografía de una acción que deja varias secuencias para el recuerdo (en especial, la paliza a los cinco sicarios rusos en el autobús, tan salvaje como hilarante). Mención especial para la bizarra selección musical, que van desde el What a Wonderful World de Louise Armstrong al You Never Walk Alone de Gerry y The Peacemakers, la canción popularizada por la afición del Liverpool.
La sonrisa del héroe
Una vez que todo esto está sobre la mesa, lo cierto es que la deriva de la película se vuelve de lo más rutinaria y predecible, con un clímax bastante sonrojante en el que nada funciona como debería (cuesta recordar una peor actuación que la que ofrece RZA en esa ensalada de tiros que es final). No obstante, el filme no parece que vaya a defraudar a los amantes del género: esa sonrisa del protagonista al retomar esa violenta parte de su personalidad que llevaba años reprimiendo se puede asemejar a la satisfacción que sentirá un nostálgico de los héroes de acción de antaño viendo como Odenkirk, que aguanta el tipo como protagonista mejor de lo que cabría esperar, reparte porrazos a diestro y siniestro mientras la sangre salpica hasta el patio de butacas.