La vida es siempre conflicto, hasta cuando hacemos la compra en el supermercado o repostamos en una gasolinera. Desde el momento que ponemos un pie en la calle, estamos condenados a toparnos con desconocidos con los que podemos chocar por miles de motivos: por tener distintos conceptos de lo que significa la educación y el respeto, porque pagamos con ellos nuestras frustraciones (y ellos con nosotros) o por pura mala suerte o torpeza. El problema es que no sabemos quién se esconde detrás de la persona que nos ha agraviado o a la que hemos agraviado, y quizá topemos con alguien peligroso y nos estemos metiendo en un lío. Esta premisa, explotada en el cine en multitud de ocasiones, vuelve a aparecer con el estreno de Salvaje, película dirigida por Derrik Borte y protagonizada por Caren Pistorius y Russell Crowe.
Todo comienza cuando el personaje de Pistorious, una joven madre en trámites de separación y con problemas económicos, pita al coche que tiene delante por no moverse con el semáforo en verde. El hombre, interpretado por Russell Crowe, se lo toma mal y exige una disculpa, pero la protagonista se niega a complacerle. Craso error, ya que -como hemos visto en el prólogo, quizá lo mejor del filme por su crudeza- se trata de un pirado que acaba de asesinar a su exmujer y al amante de esta, un mamotreto misógino y violento con toneladas de ira acumulada proyectable contra el primero que se encuentre.
Es difícil no pensar en una obra visual tan intensa, original, imaginativa y, ¿por qué no?, metafísica como El diablo sobre ruedas (Steven Spielberg, 1971) mientras uno intenta creerse el forzadísimo guion de Carl Ellsworth (conocido por filmes igual de torpes, como Disturbia o Vuelo nocturno). Es obvio que la historia es una actualización al mundo post #MeToo del clásico que Spielberg rodó para la televisión, aunque el libreto también echa mano de otros filmes como Un día de furia (Joel Schumacher, 1993), Cellular (David R. Ellis, 2004) o, incluso, Death Proof (Quentin Tarantino, 2007). El resultado es, sin embargo, un mejunje bastante indigesto en el que todo desentona, desde la inverosímil personalidad del villano hasta las erráticas decisiones que toma la protagonista. La puesta en escena también se resiente por la falta de ideas, con persecuciones en coche de lo más rutinarias y situaciones de tensión absolutamente artificiales y mil veces vistas.
En definitiva, nos encontramos ante un thriller tan descerebrado como convencional y formulaico en el que solo podemos encontrar cierto interés por ver a Crowe tan lejos de sus roles habituales (su reciente divorcio ha debido de provocar un importante agujero en su cuenta bancaria). Sorprende además que ni siquiera se permita disfrutar con el personaje y opte por tomárselo tan en serio, evitando que el filme pueda entrar en el terreno de una alocada serie B que si hubiera podido ser gozosa como placer culpable. Pero Salvaje ni siquiera tiene la valentía de reírse (aunque sea un poco) de sí misma.