La lucha del ser humano contra la naturaleza, como nos recuerda este documental, Dear Werner, es uno de los grandes temas de la obra de Werner Herzog. Ahí están títulos tan famosos como Fitzcarraldo (1982), en la que vemos a un desquiciado Klaus Kinski tratando de domesticar el Amazonas o la terrible Grizzly Man (2005), sobre un hombre que cuidó de los osos durante décadas hasta que fue devorado por ellos. Aficionado, como vemos, a las gestas, Herzog recorrió a pie en el invierno de 1974 los 775 kilómetros que separan Múnich de París para ver a su amiga Lotte H. Eisner, historiadora y crítica de cine que salvó de manera heroica las películas de la Cinémateque Française durante la ocupación nazi en París.
Se supone que como forma de dar importancia al personaje, o como una suerte de sacrificio ritual para calmar a los dioses y que concedan al ídolo la bondad de la sanación, Herzog recorrió durante 22 días media Europa para terminar su peregrinaje en el apartamento de Eisner, que aún vivió diez años más. Por el camino, escribió un diario que publicó varios años después con algunos pasajes “demasiado personales” censurados pero con la esencia de una búsqueda tanto artística como espiritual. En la película, Maqueda lo expresa de una manera muy bella al decir que “Herzog realizó el que quizá es el acto de amor más increíble de la historia del cine al rodar una película que no vemos pero que leemos”.
En la película, Pablo Maqueda, inmerso en una crisis personal después del fracaso de sus proyectos cinematográficos, decide emprender el mismo camino a pie desde la ciudad alemana hasta la capital francesa como ejercicio de sanación. Hay sin duda un aspecto religioso en esta historia, ya que tanto para el cineasta alemán como para Maqueda el cine es una especie de trascendencia de la que son adoradores. Si Herzog iba a visitar a Eisner, una mujer judía que huyó del Holocausto, como quien va a ver a una santa, Maqueda tiene como parada final esa Cinemateque Française que fue el templo del cine en el que prosperó la generación de la “nouvelle vague”.
Apesadumbrado por la dificultad de llevar adelante sus películas, Maqueda construye un bello y conmovedor filme de tintes poéticos en el que la bruma constante del paisaje se convierte en una metáfora no solo de su propia alma confundida, también de toda una época, más en estos tiempos, de incertidumbre. Por el camino, visita la cueva de Chauvet, una especie de Altamira francesa con pinturas rupestres en la que Herzog rodó la maravillosa La cueva de los sueños olvidados (2010). Ahí surge quizá la metáfora más hermosa de esta película llena de incertezas y fantasmagorías, cuando Maqueda rememora todas esas películas que ha soñado y que ojalá algún día se convierten en realidad. ¿Existe un lugar en la historia para las novelas, las canciones o las películas que solo han existido en la mente de sus creadores? Es una pregunta racionalmente absurda pero poéticamente pertinente.