Marruecos es un país tan machista que sucede algo insólito, las mujeres no pueden ir al entierro de sus padres, hijos o maridos porque se considera que por su propia condición femenina no tienen el temple para aguantarlos sin montar un escándalo. La película Adam, debut en la dirección de Maryam Touzani (Tánger, 1980) nos cuenta no solo la historia de una viuda que no pudo despedir a su marido, también la de una joven que se queda embarazada y huye a Casablanca desde el pueblo para tener a su hijo y darlo en adopción. La mayor, Abla (Lubna Azabal) acoge a la joven Samia (Nisrin Erradi) y la ayuda a ocultar su embarazo en una panadería donde perviven antiquísimas tradiciones. Ambas, víctimas de una sociedad machista, encontrarán en lo que ahora se llama “sororidad” un apoyo para seguir luchando.
Con ancestros españoles, Touzani es una figura fundamental de la cultura del país árabe como reportera cultural, realizadora de documentales, actriz y ahora cineasta. Junto a su marido, el también realizador Nabil Ayouch, forma una dinámica pareja artística y si Touzani era la protagonista de la última película de Ayouch, Razzia (2017), ahora este ejerce como productor de Adam. La directora nos explica su peculiar camino a la dirección cinematográfica, cómo referentes pictóricos como Caravaggio y Vermeer le ayudaron a crear el mundo íntimo de esas dos mujeres o la forma en que las sociedades árabes pueden superar el machismo sin perder su identidad.
Pregunta. ¿Cómo fue esa experiencia de niñez en la que basa su película?
Respuesta. Mis padres acogieron a una joven que estaba encinta, fue algo que se quedó grabado en mi memoria pero no fui consciente de la verdadera violencia de esa situación hasta que yo misma iba a dar a luz. Entonces comprendí la brutalidad que supone decirle a una chica que no puede criar a su hijo. Aquella joven pasó unos días con nosotros, recuerdo muy bien el dilema de mis padres entre aceptar a una desconocida en nuestro hogar o dejar que se marchara sola. Después mi abuela, que tenía muy buena relación con las monjas, consiguió que la aceptaran en un convento. El hecho de que al final tuviera que dar a su hijo en adopción me impactó muchísimo.
P. En Adam vemos que las vidas de las protagonistas tienen dos dimensiones. En casa, cuando están solas, se expresan con total libertad y pueden sacar lo mejor de sí mismas. Sin embargo, en la calle, con la gente, están anuladas. ¿Surge esa dualidad en una sociedad tan machista?
R. Quiero comprender cómo esas presiones sociales afectan al interior de las personas. Me han hablado mucho de la influencia de La casa de Bernarda Alba, de Federico Garcia Lorca, y es cierto que existe ese mundo en el que cuando se baja la persiana por fin pueden ser ellas mismas. Muchas cosas se hacen a puerta cerrada. Con esta película quería hacer un homenaje a la fuerza de muchas mujeres marroquíes porque no solemos verlas y yo quería darles una voz. Es un homenaje a las mujeres fuertes de Marruecos, las que luchan y resisten en silencio. El problema es que es una lucha individual porque lo tenemos muy difícil para unirnos y luchar por nuestros derechos. Tenemos que conciliar quiénes somos públicamente y quiénes somos en nuestro interior.
P. Ese mundo exterior amenazante lo vemos a través de un ventanuco, ¿es más terrible lo que no vemos pero sí percibimos?
R. La luz y el color acompañan la evolución de los personajes. Son dos mujeres a las que se les ha negado la vida y la muerte, que es lo más cruel que le puedes hacer a un ser humano. Abla debería haber llorado a su marido pero no se le permitió porque las mujeres marroquíes no pueden ir a los funerales ni a los entierros. A Samia se le niega la vida porque tiene que dar a su hijo en adopción. A medida que avanza su relación entre ellas se transforma el espacio. Quiero indagar bajo la piel de esas dos mujeres mediante las imágenes prestando atención a los detalles más insignificantes. Las pinturas de Caravaggio, Vermeer y Georges de la Tour han sido mi inspiración.
P. Esa prohibición de que las mujeres vayan a los ritos fúnebres de sus seres queridos es de una brutalidad difícil de describir. ¿Quería denunciarlo con su película?
R. Se nos impide visitar las tumbas de nuestros seres queridos hasta el tercer día después de la muerte y eso causa un sufrimiento tremendo. Conozco a muy pocas mujeres que digan “me da igual, hago lo que quiero”, porque la presión es enorme. Para Abla, eso solo ha añadido más dolor a su dolor. La religión no tiene nada que ver con esta prohibición, la tradición nos golpea duramente.
P. En Razzia, la película que protagonizó y dirigió su marido, Nabil Ayouch, veíamos la situación de la mujer en la clase alta, donde el machismo es menos zafio pero igualmente brutal. ¿Es muy distinta la experiencia de las mujeres según su entorno?
R. En Razzia queríamos reflejar a una clase social que se congratula de ser liberal pero en realidad mantiene los mismos viejos prejuicios de siempre. En Adam quería hablar de la situación de la mujer en un medio más modesto. Es importante saber que esa parte de la sociedad no es necesariamente más conservadora que la clase alta. Si Samia viniera de una familia rica la única diferencia es que habría podido viajar al extranjero para abortar pero la presión social es la misma. En Marruecos el aborto es ilegal y las chicas sin medios muchas veces acaban practicándolos en condiciones atroces.
P. ¿Cómo llega a la dirección de películas desde el periodismo cultural de sus inicios?
R. Realicé un reportaje sobre la prostitución en Marruecos y después colaboré con mi marido en el guión de una película sobre el mismo asunto, Much Loved (2015). De manera natural comencé a rodar cortos con algunos actores que conocía de Casablanca [la ciudad en la que vive] y me vi inmersa en ese mundo de la ficción. No había previsto que fuera a trabajar de actriz pero cuando escribía Razzia con Nabil esa posibilidad fue surgiendo de una manera muy espontánea como una prolongación de la escritura. Era un personaje con el que me sentía profundamente identificada. En realidad, el periodismo, la interpretación o la dirección forman parte de un mismo deseo de expresarme.
P. Las secuencias más bellas de la película surgen cuando las dos protagonistas elaboran el pan de manera artesanal. ¿Quería poner en valor la belleza de algunas costumbres ancestrales?
R. Por supuesto, hay mucha belleza en ese trabajo con la pasta o las recetas de Samia. Hay muchas cosas que adoro en nuestra cultura, tenemos que estar orgullosos de quiénes somos y al mismo tiempo, avanzar hacia una igualdad real. No se trata de que nos asimilemos a Occidente. Tenemos nuestra propia cultura y forma de ser y la tenemos que defender. Podemos acabar con el machismo sin perder nuestra identidad.
P. ¿Cree que películas como Adam pueden contribuir a que cambien las cosas en la sociedad marroquí?
R. Hay algunas asociaciones feministas que llevan más de 30 años batallando pero los cambios son muy lentos y las leyes apenas han avanzado en todo este tiempo. Mi gran esperanza está en la juventud. Las jóvenes de mi país están tomando conciencia de su poder, sobre todo a través de las redes sociales. Lo más difícil no será cambiar las leyes sino la mentalidad de la gente. Adam ha tenido un gran impacto en Marruecos, incluso personas conservadoras que la han visto después han comentado que tiene que cambiar la situación de las madres solteras.
P. Cuéntenos cómo es su relación con España.
R. Cuando era una niña no solo visitaba España constantemente para visitar a mi familia, también crecí rodeada de españoles porque entonces vivían muchos en la ciudad. Hoy esa comunidad es mucho más pequeña pero entonces existía una convivencia absoluta entre los dos pueblos, cuando ibas a un funeral daba igual que el fallecido fuera musulmán o cristiano porque nos juntábamos todos. También crecí viendo la televisión española. Más allá de las diferencias de religión, existe una cultura mediterránea común que nos une.