Los psicópatas son monstruos de la vida real. Según algunos estudiosos del asunto, son un 1% de la población, algunos elevan esa cifra hasta el 5 %. Carecen de emociones positivas porque solo sienten envidia, frustración y rabia, son manipuladores, controladores, fríos y ven a los demás como objetos de los que sacar beneficio. Después de Callback (2016), ganadora de la Biznaga de Oro en el festival de Málaga, el director Carles Torras (Barcelona, 1974) vuelve a diseccionar a estos seres malignos que dejan un rastro de destrucción y barbarie a su paso.
Su nueva película se llama El practicante y quizá lo más insospechado del asunto es que un astro como Mario Casas se la juega y da vida al demoníaco Ángel, el personaje más terrible de su trayectoria. Un salto adelante del que sale muy airoso en una película con una atmósfera insana en la que vemos el proceso de radicalización del mal de un enfermero que cae a los infiernos después de un accidente que lo postra en una silla de ruedas. Con Déborah François como víctima de este monstruo, hay ecos de Hitchcock y Polanski en este thriller tenso y vibrante.
Pregunta. ¿Con El practicante quería realizar un retrato del Mal?
Respuesta. Podríamos haber caído en el error de hacer que Ángel, el personaje de Mario (Casas), te caiga bien, pero trabajamos de forma que desde el principio veamos que es un psicópata. Hay un trastorno psicológico muy bien descrito en psiquiatría, al que también podemos llamar 'perverso narcisista'. Por eso trabajamos con psiquiatras para hacer la película. Desde el minuto uno vemos ese carácter maligno por su cleptomanía o la forma en que trata a su novia (Déborah François). Son seres que utilizan el desprecio y la humillación para degradar al otro. Vemos también ese momento en el que le hace “luz de gas” cuando cambia las pastillas.
P. ¿La manipulación es la esencia de la psicopatía?
R. Esa manipulación se expresa de muchas maneras. Son seres que te intentan aislar y apartar de tus seres queridos para controlarte mejor. Por ejemplo, mediante el chantaje emocional, cuando le dice a la chica que quizá no se queda embarazada porque no quiere. En la película he tratado de recrear estas conductas. Son personas que no tienen emociones, no sienten empatía. Tienen un sentimiento de superioridad y solo sienten satisfacción cuando los demás están a su merced. Actúan para alimentar su ego destruyendo piscológicamente para sentirse superiores. Si te consiguen atrapar, se comportan como depredadores hasta que acaban contigo. Y luego no tienen remordimientos, les da igual las consecuencias de sus actos.
P. En El practicante vemos como Ángel agudiza su psicopatía cuando un accidente le deja en silla de ruedas. ¿Los psicópatas no soportan una situación de vulnerabilidad?
R. Son personas con baja tolerancia a la frustración porque siempre se tienen que salir con la suya. Esa invalidez le genera una rabia que no es capaz de canalizar y alimenta sus celos y su posesividad. Mi primera idea fue pensar qué pasa cuando alguien como un psicópata se vuelve dependiente. Es lo peor que le puede pasar. Un psicópata siempre gana, jamás aceptará una derrota. La idea de dependencia es clave en esta película, uno tiene una dependencia física y la otra una dependencia psicológica.
P. ¿Estamos rodeados de psicópatas y no lo sabemos?
R. Es algo que todos hemos sufrido de alguna manera. Todos hemos conocido a un psicópata en el trabajo, la familia, o incluso podemos haber tenido una pareja. Todos somos un poco narcisistas y tenemos defectos, pero estas personas acumulan todos los defectos que se pueden tener. Hay una línea muy clara que los distingue de las personas digamos normales y es que no sienten ningún tipo de empatía, ese es el punto de no retorno. Disfrutan haciendo daño a los demás y están dispuestos a hacer todo lo que haga falta para conseguir sus objetivos.
P. ¿Quería que Mario Casas fuera el protagonista para romper con esa imagen del psicópata como alguien totalmente marginal?
R. Estamos acostumbrados a ver a Luis Tosar o Alex Bendremühl en ese papel de psicópata. Creo que Mario a sus 34 años ha madurado mucho aunque siga siendo muy joven. Lleva un par de años asumiendo más riesgos y es perfecto físicamente para el papel de psicópata porque es guapo pero tiene esos rasgos duros. A veces pensamos en Javier Bardem y vemos al gran actor que es hoy y nos olvidamos que en la época de Huevos de oro (Bigas Luna, 1993) no se le tenía tanto respeto como ahora. Después de cuarenta películas, Mario tiene todo el potencial para explorar ese lado oscuro. Y luego es importante tener en cuenta que te tienes que creer que la chica le quiere, cuando ves a alguien como Mario es más verosímil.
P. Dicen los especialistas que los psicópatas se suelen esconder detrás de profesiones como médico o abogado que sirven como tapadera para su maldad. ¿Por eso quería que Ángel fuera enfermero?
R. Los enfermeros ven muchas desgracias y también es una profesión conveniente para estas personas porque no empatizan nada con el sufrimiento ajeno. En una profesión como ésta puede ser una ventaja no implicarte nada emocionalmente. Cuando ves a los demás como objetos el dolor te resulta ajeno.
P. ¿Existe una falsa asociación entre el psicópata y el asesino en serie?
R. Hay un componente de sadismo pero no son impulsivos, son listos y controlan muy bien sus actos. Son astutos y van con mucho cuidado con lo que hacen porque saben que les pueden meter en la cárcel. Por suerte para ellos, la manipulación emocional no está tipificada como delito. Pueden ser potencialmente violentos cuando se sienten acorralados. En el caso de esta película, Ángel solo actúa de manera violenta cuando siente que no tiene nada que perder y la le da igual todo. Se mete en ese universo asocial, solitario, y de allí de perdidos al río.
P. Otro mito sobre los psicópatas es que sufrieron infancias violentas. ¿Por qué renuncia a explicar su pasado?
R. Hay una ambigüedad. Intuimos que ha heredado la casa de su abuela, pero no quería contar la vida de este tío. La clave de la trama es la paraplejia y la relación con su novia. No se trata de hacer un ensayo psiquiátrico pero sí de describir esos rasgos psicológicos. Es un tono que también busca incomodar porque la película está contada desde el punto de vista de él.
P. Hay un agresor y una víctima. ¿Cómo construye el papel de esa novia maltratada?
R. Hay gente que no se sabe por qué es incluso reincidente con este tipo de personas. Cuando era muy joven viví relaciones tóxicas y decidí que ya no quería más. Hubo un momento en el que dije basta y comencé a cortar a cualquiera que se tomara demasiadas confianzas conmigo porque por allí es por donde empiezan los psicópatas. Estas personas son capaces de generar verdadero terror. En la escena en la que él, por ejemplo, le hace chantaje diciendo que se va a suicidar, vemos muy bien cómo funcionan. Es una secuencia que costó mucho que quedara bien y que fuera creíble porque no quería que la gente dijera ¿esta tía es tonta? Por eso quería que fuera una actriz extranjera, es una persona que no está en su país con su familia y sus amigos y por ello está en una posición más vulnerable.
P. ¿Por qué pueden resultarnos atractivos estos seres malignos?
R. El sexo es un elemento fundamental. Son muy locos y muy pasionales. Generan una intensidad a la que es fácil quedarse enganchado. Cuando se acaba, dejan un rastro de humillación: ¿Cómo he podido caer en esto y no darme cuenta?
P. Al contar la película desde el punto de vista del psicópata, ¿corría el riesgo de ser complaciente con él?
R. Eso es algo que hemos pulido porque he sido muy estricto a la hora de mantener el punto de vista. Al principio, por ejemplo, había humor negro y quedaba autocomplaciente. Provocaba el efecto de que dejaba de asustarte porque comenzabas a reírte de sus chistes. Una cosa es contar la película desde su punto de vista y otra que te estés posicionando. Lo peor que puede pasar es que parezca que estás riendo el chiste del psicópata. Otro error fatal hubiera sido tratar de humanizar al malvado, cuando ves eso en una película se te desmorona.
P. Ángel llega a hackear el móvil de su novia. ¿Son personas que invaden la intimidad sin respetar ningún límite?
R. El control y el espionaje de alguna manera suceden en todas las parejas. Aquí vemos un hackeo un poco peliculero porque no es tan sencillo como en la trama, pero no es algo alejado de la realidad. Los psicópatas funcionan como las sectas, te despersonalizan por completo y se creen con derecho a controlar todo lo que haces.
P. ¿Por qué utiliza tantas elipsis?
R. Son momentos críticos del montaje. Hemos quitado muchas escenas. Después del accidente, ¿de verdad nos interesa verlo en el hospital y la recuperación? Mi gran reto era que la gente se lo creyera, cuando secuestra a la chica, por ejemplo, y doblamos la apuesta. Por eso lo interesante era ver cómo el personaje va llegando al extremo, lo que pasa en medio nos lo podemos imaginar.
P. En una película como Átame (1990) de Pedro Almodóvar había una trama similar pero el secuestrador tiene buen corazón. ¿Fue un referente?
R. No quiso ver ni Átame ni Misery (Rob Reiner, 1990) antes de rodar para que no me influyeran. Luego sí lo hice para quedarme tranquilo y la película de Almodóvar es muy distinta a la mía. Átame hoy sería muy políticamente incorrecta y quizá estaría mal vista. El personaje del agresor es muy distinto, el de Antonio Banderas es como un niño, no es un psicópata. Almodóvar tiene esa cosa de hacer unas premisas muy locas y que le funcionen, solo él puede conseguirlo. Creo que mi mayor influencia a la hora de hacer la película fue Polanski, me sentía como si fuera el director en los 60 y Mario fuera Marlon Brando y Deborah Catherine Deneuve.
P. Ya exploraba la figura del psicópata en Callback, donde veíamos a un verdadero asesino en serie en la piel de un inmigrante en Estados Unidos que hace todo lo posible por ocultar su origen extranjero. ¿Se quedó con ganas de más?
R. La verdad que con esa película se me quedó al espina clavada porque tuvo muy poco éxito y aguantó un Telediario en los cines. La rodamos con muy poco presupuesto con un equipo de seis personas. Era una película más amarga, más sórdida, con un psycokiller que vive ocultándose. Era un perfil muy distinto, ese tipo empeñado en parecer americano que va a la iglesia. Era más como un guiñol. Me interesaba también hacer una película más abierta, que pudiera llegar a más público. Netflix te da un público potencial de 200 millones de personas y la mayoría no saben ni quién era Hitchcock ni Polanski. Eso asusta un poco. Me interesa ver cómo reacciona el público no cinéfilo.