El cine australiano se estrena poco en España pero últimamente está de fiesta. Después de Little Monsters, peculiar película de terror con niños y zombis estrenada la semana pasada, llega a las pantallas El glorioso caos de la vida (Babyteeth), debut en el largometraje de Shannon Murphy. Presentada en la sección oficial de Venecia, tiene un argumento que recuerda a los telefilmes o las películas de Isabel Coixet: Milla (Eliza Scanlen), es una adolescente de familia acomodada cuyos días están contados por culpa de un cáncer. Se enamora de un joven drogadicto, Moses (Toby Wallace), ante el estupor de sus padres.
La película trata de darle la vuelta al tópico de “película sobre enfermo terminal” al presentar una familia disfuncional en la que la madre se pasa la vida tomando antidepresivos y ansiolíticos para superar sus ataques depresivos. El padre es un psiquiatra un tanto ensimismado que observa con horror el deterioro físico de su joven hija. De esta manera, la película nos propone una mirada descarnada y desmitifcadora sobre la apacible vida en los suburbios ricos pero también una reflexión sobre la propagación de las drogas en Australia, un problema grave en el mundo anglosajón como puede comprobarse con la crisis de opiáceos que vive Estados Unidos. De esta manera, vemos a una sociedad próspera pero que al mismo tiempo necesita anestesiarse para superar su ansiedad.
Poco a poco, la película pasa de una especie de costumbrismo bizarro a un drama en toda regla cuando la enfermedad de la niña cobra todo el protagonismo. La idea del romance extremo juvenil forma parte del propio imaginario adolescente y se ha propagado en infinidad de novelas y películas, desde el ideario beatnik hasta la versión light y comercial de la saga Crepúsculo. En este caso, subyace la idea de que la protagonista cae rendida ante un chaval que, como ella, habita en el abismo de la vida, un lugar tan peligroso como irremediablemente romántico.
Se agradece la voluntad de Shannon por tratar de contar una historia arquetípica de una manera original. El anticipadamente frustrado despertar a la vida de la desdichada queda encarnado de manera sensual en ese joven descarriado y sexi que parece un personaje de Pasolini. La directora se mueve por un terreno tan resbaladizo como osado y aunque no logra del todo conectar la primera parte de la película, mucho más ligera, con la segunda, El glorioso caos de la vida ofrece un doloroso y palpitante retrato sobre la adolescencia.