En tiempos en los que la propia realidad se ha convertido en una distopía, el cineasta brasileño Kleber Mendonça Filho (Recife, 1968) nos propone un viaje a un futuro próximo en el que viviremos en una especie de autoritarismo tecnológico. La acción sucede en Bacurau, un remoto pueblo brasileño con problemas de desabastecimiento de agua donde suceden cosas inquietantes. Primero, aparecen unos drones con forma de “platillos volantes de las películas antiguas” y acto seguido unos misteriosos visitantes con intenciones turbias. Después del éxito de Doña Clara (2016), en la que veíamos los desvelos de una mujer mayor (Sonia Braga, con un pequeño papel en Bacurau) por resistir las presiones inmobiliarias y mantener su casa, en este nuevo filme nos cuenta una historia en el fondo similar aunque las formas sean completamente distintas.
Bacurau, codirigida con Juliano Dornelles, arranca como una exaltación de los sencillos placeres y alegrías del campo para convertirse en seguida en un filme mucho más siniestro. Primero, los habitantes del pueblo descubren con asombro que han sido borrados del mapa para después sufrir una realidad mucho más dura y cruel. Hay ecos de Cassavetes, con el que comparte su afición por los actores no profesionales, o de Peckinpah, maestro a la hora de retratar cacerías humanas, en un filme que nos alerta sobre los peligros del auge del totalitarismo. El director nos cuenta por qué Bolsonaro, el presidente de Brasil, es un peligro público, el alarmante auge de los totalitarismos en el mundo o por qué cree que el maniqueísmo es una forma de realismo.
Pregunta. En Bacurau vemos cómo una comunidad de ciudadanos honrados es atacada por una misteriosa banda de matones. ¿Quería hacer una película maniqueísta?
Respuesta. Cuando rodé mi primera película, Sonidos de barrio (2012), hace solo siete años, te hubiera dicho que los villanos no existen y que todo el mundo tiene una parte buena y otra mala. Ahora mismo pienso, después de lo que he visto, que la maldad sí existe y está asociado al fascismo. Cuando en mi país hubo el golpe de Estado de 2016 que derrocó a Dilma Rousseff, me di cuenta de que hay gente mala. En Brasil estamos en un momento en el que horrores que creíamos atrás como el racismo o el prejuicio están institucionalizados. Creo que el cine debe seguir el ritmo de los tiempos y por eso hice Bacuraru. Quería hablar de este pueblo en el que hay gente buena aunque algunos personajes hagan cosas cuestionables. Son personas a las que podemos querer y después hay un mal que los pone en peligro. No creo que sea maniqueísta, es bastante realista. Solo hace falta ver la Segunda Guerra Mundial, está muy claro que había una división entre buenos y malos.
P. Plantea un futuro indeterminado pero cercano, ¿cómo lo imagina?
R. Lo más interesante de hacer una película futurista es que todo lo que tienes que hacer es ir a la historia. Por muy surrealista que puedan parecer cosas que pasan en la película han sucedido antes. Proyectas el futuro como una repetición de ese pasado.
P. En la película aparece un político, Tony Jr, el cacique local, un hombre de una crueldad sin límites. ¿Lo ve como una representación de los nuevos “hombres fuertes” que controlan el mundo como Orban en Hungría, Erdogan en Turquía o el propio Bolsonaro en Brasil?
R. No hay que olvidar a Donald Trump, el más poderoso de ellos. En este caso, cabe decir que Bolsonaro lo supera porque Trump aun tiene algo paródico. Hay gente que ve una asociación muy clara y es cierto que existe. Yo nunca pensé que en toda mi vida vería a un tipo como Bolsonaro gobernando el país, ni siquiera los militares de la dictadura mostraban con tanto orgullo su ignorancia y su zafiedad. En estos nuevos líderes vemos algo especialmente pérfido, como si fueran malvados de James Bond. Boris Johnson iba por ese camino y parece que después del coronavirus ha cambiado un poco el tono y es más suave. Bolsonaro quizá es el peor pero estamos ante un fenómeno mundial extremadamente preocupante. Al final, los políticos son parte de la sociedad.
P. En Bacurau, Tony Jr. no tiene ningún respeto por la vida de los ciudadanos, ¿es lo mismo que Bolsonaro cuando dice que hay que saltarse el confinamiento?
R. Desde luego es muy parecido. En Brasil tenemos dos problemas, el gobierno y el coronavirus. Antes hablábamos de maniqueísmo. Acabo de leer la historia de una enfermera brasileña a la que sus vecinos le dieron una paliza para que se marchara de casa acusándola de “apestosa” porque creen que puede infectarlos. No sé si habría sido capaz de imaginar una escena tan cruel como ésa. ¿Cómo es posible que la gente eche de su casa a una mujer que se está jugando la vida durante una pandemia? Es probable que después esa gente sea simpática con sus amigos y trate bien a sus hijos, ¿les hace eso menos malos? Cuando el propio presidente dice que salgamos a la calle durante una pandemia eso es violencia institucional y se acaba trasladando a la sociedad.
P. La explotación de los ricos sobre los pobres es otro de los temas del filme. ¿Mirar nuestro reflejo todo el día en Instagram nos está volviendo psicópatas?
R. Entiendo el razonamiento pero no tengo ningún problema con mirar mi foto en Instagram. Lo que sí creo es que estamos totalmente sobrepasados por información tendenciosa cuya única finalidad es manipular. Vivimos en una burbuja de locos en la que todo está muy bien pensado para engañar. Todo ese flujo de información es la verdadera monstruosidad. Ahora mismo, a mí solo me interesa ver películas de los años 40. Esos títulos maravillosos de Billy Wilder y Marlene Dietrich. Entiendo que haya gente que ante el horror de lo que sucede desconecte.
P. Hablemos de referencias, viendo la película he pensado en la naturalidad y densidad dramática de Cassavetes y en la brutalidad de Peckinpah. ¿Fueron una influencia?
R. Creo que las influencias existen pero son inconscientes. En el caso de Cassavetes, es un director que me gusta mucho y con el que siento que tengo en común. A los dos nos gusta trabajar con actores no profesionales porque nos enamoramos de los rostros de algunas personas. En general, hay una influencia muy grande del cine estadounidense, de Peckinpah pero también de Sergio Leone o de John Carpenter. Un referente importante ha sido Akira Kurosawa, por ejemplo en la escena del funeral de Carmelita me inspiré en la de Sueños (1990). En una cultura católica como la brasileña es difícil presentar el rito de la muerte como algo alegre como hace el japonés pero hay algo de ese espíritu, tocan música y celebran la rica vida de Carmelita. Otra influencia clara es Glauber Rocha, el gran retratista de Brasil. Lo mejor de las influencias es que no sean evidentes porque las haces tuyas.
P. En Brasil el confinamiento solo es obligatorio en algunos estados aunque Bolsonaro anima a no respetarlo, ¿se queda en casa?
R. Por supuesto aunque solo sea porque siempre hay que hacer lo contrario de lo que dice Bolsonaro. Ahora en serio, todos debemos confinarnos, es una cuestión de salud pública.