El tema central de la película estadounidense a concurso Never Rarely Sometimes Always, dirigida con carácter y sensibilidad por Eliza Hittman, es la interrupción de un embarazo no deseado por parte de una joven de 17 años. Pero el propósito de la película no es adoctrinar, sino construir un retrato interior desde el respeto exterior a lo que se muestra. La observación de la joven protagonista, encarnada por Sidney Flanigan (un nombre, un rosto y una voz que no debemos olvidar), es detallada, hasta insidiosa, pero en ningún caso irrespetuosa o atosigante. Digamos que Hittman encuentra el modo de trazar una crónica sobre un tema delicado poroso a todo tipo de clichés moralistas y dramáticos sin caer en ninguno de ellos, sin mostrarse superior al contenido de las imágenes que nos invita a ver. El ambiguo título quizá hace referencia precisamente a la frialdad estadística con la que el sistema lidia con una realidad compleja y extendida, que necesariamente debe ser tratada desde la visión microscópica, individualizada y humanista con la que se acerca Hitman. En verdad, el enfoque del filme no es “tratar un tema social”, sino retratar el sufrimiento y desconcierto interior de un ser humano en una situación, digamos, extrema.

En los primeros compases de la película nos vemos arrojados a la soledad de la joven, a la marginación entre sus compañeros de clase, pero también a su carácter autosuficiente y su poderoso carisma. Canta sobre el escenario del instituto una canción sobre el poder del amor como fuerza de sumisión y la película no necesita nada más para ponernos en antecedentes, para explicarnos quién puede ser el padre y por qué esta embarazada. El filme no va de eso. Va de la determinación de una joven pueblerina que, con la ayuda de una amiga (porque lee en sus ojos su soledad y su dolor), viaja en autobús a la metrópoli neoyorquina y gasta todo el dinero que tiene (y que no tiene) para resolver su problema. Es, si queremos, una historia de aprendizaje por la vía del trauma que confluye con una hermosa crónica de fraternidad femenina. Al final de la odisea le habremos puesto un rostro, una emoción concreta, a la crueldad de las estadísticas. O habremos visto, cuanto menos, una buena película.

'Isabella', de Matias Piñeiro

El joven argentino Matías Piñeiro es el más obsesivo y determinado de los cineastas que se deben al universo de William Shakespeare. Todas sus películas desde ViolaHermia y Helena confrontan la mirada contemporánea con la del dramaturgo británico mediante inspiraciones, adaptaciones o tangenciales propuestas relacionadas con la obra del autor de Hamlet. No son ilustraciones de época sino tentativas libérrimas para devolver la complejidad ética y fascinación literaria de Shakespeare a nuestro mundo. Su nueva película, Isabella, presentada en la sección de nuevo cuño de la Berlinale “Encounters”, parte de la obra Medida por medida y su personaje principal (que se enfrentó al dilema de entregar o no su virginidad a un juez para salvar a su hermano de la pena de muerte) para relatar, con carácter más experimental de lo que el argentino acostumbra, la competencia de dos actrices por obtener un papel, el de Isabella, en una obra de teatro. Un hermano (de una) y amante (de otra) se interpone entre ambas, y la estructura del filme responde a tres líneas temporales que se van solapando y entretejiendo sin solución de continuidad. 

Se trata de la obra más cerebral de Piñeiro, y en consecuencia, la que menos momentos de emoción encuentra. Paradójicamente la relación entre las dos actrices, Mariel y Luciana, deviene en una suerte de amistad a lo largo del tiempo, y es en esa construcción de una relación ambigua donde el film halla su verdadero interés, nublado en parte por las transiciones “arty”, de sentido plástico y teatral, que generan un desequilibro no del todo eficaz en su propuesta. El gran dilema al que se enfrentan ambas actrices pasa por decidir si quieren seguir actuando o no, de qué manera afecta el oficio de la interpretación a su condición personal, como amigas, amantes, hermanas y madres. Hay en todo caso en Isabella varias ideas muy valiosas, de esencias rivettianas, en torno a la puesta en escena y la estructura narrativa, que nos reafirman en la confianza de un cineasta realmente singular, lúcido, de sensibilidad fuera de la común y siempre dispuesto a desafiar las convenciones del lenguaje cinematográfico.

@carlosreviriego