Son dos de los actores más cotizados de nuestro cine. En el caso de Antonio de la Torre, aún tiene reciente su primer Goya como protagonista por El reino (2018) y resuena aún el éxito de La trinchera infinita, donde bordaba uno de sus papeles más difíciles como represaliado por el franquismo. Raúl Arévalo, por su parte, se ha distinguido como uno los actores más solicitados de nuestro país gracias a películas como La isla mínima (2014) u Oro (2017) además de haber arrasado con su primera película como director, Tarde para la ira (2016), ganadora de cuatro Goyas incluido el de mejor película y dirección novel. En ese debut, de la Torre era precisamente el protagonista en la piel de un vengativo hombre.
Ahora ambos actores vuelven a reunirse en El plan, pieza de cámara que supone el debut de Polo Menárguez detrás de la cámara, adaptando una obra de teatro de Ignasi Vidal. Sin moverse del mismo apartamento, contando con solo tres actores, sumen a Chema del Barco, vemos a tres hombres a la deriva por culpa del paro que se enfrentan al mayor horror que jamás hubieran imaginado. El plan es una película con una sorpresa que ofrece una lectura totalmente distinta de la que se reflexiona sobre nociones como el fracaso, la incomunicación o la masculinidad “tóxica” a partir de una tragedia tan inexplicable como real.
Pregunta. ¿Cómo llegaron a protagonizar este proyecto?
Antonio de la Torre. Estoy contento con esta película. Me enrolé por Raúl Arévalo que me recomendó ver la obra de teatro. Yo no vivo en Madrid e hice un hueco para verla y me impresionó. Después fue el propio Raúl quien me propuso hacer la película. Dije que sí sin leerme el guion porque la obra me había gustado y su presencia era una garantía. Sin ánimo de venirme arriba, creo que tiene algo de Parásitos. La primera media hora me parecía que era una película como de sábado por la tarde. Luego da un cambio y te deja muy tocado.
Raúl Arévalo. Me fascinó la obra. Me gustaba mucho cómo estaba escrita, el texto, esa cosa como si hubieran grabado una conversación real y la hubieran transcrito. Al principio no sabes muy bien de qué va y luego te pega ese hostión. Yo también dije que sí sin leer el guion y el reto era llevar a la pantalla la historia porque los códigos teatrales son distintos. La energía del cine es diferente porque en el teatro tienes que dar más pero si bajas mucho, pierdes interés. Ese punto intermedio era lo más difícil de conseguir. Había que medir muy bien el punto emocional.
Pregunta. ¿Vemos los estragos que causa la sensación de fracaso en una sociedad como la nuestra obsesionada con el éxito?
R. A. No sé si ahora es peor que antes. El éxito y el fracaso son dos grandes impostores. Antes quizá la gente se sentía fracasada por otros motivos. Ahora estamos en un momento en el que vivimos rodeados de muchos falsos éxitos. Parece que cualquiera, de repente por una chorrada que se convierte en trending topic, tiene éxito. Esa inmediatez de algunos éxitos de ahora sí ha cambiado la línea borrosa entre uno y otro. Hay algo que tiene que ver más con ese concepto de “fracasado” que tiene que ver con la masculinidad. Como decía mi abuela, “es muy buena gente, muy trabajador y no ha faltado nunca dinero en su casa”. Parece como que un hombre si no tiene trabajo y no gana dinero es menos hombre. Estos personajes vienen de esa educación, donde no tener trabajo y dinero les provoca una inseguridad que daña su masculinidad y su relación con la vida y las mujeres.
A. de la T. Yo vine a Madrid dos veces. La primera para estudiar periodismo y la segunda para ser actor. Los 90 fueron una pesadilla, había un hecho personal, me quedé huérfano y viví con la angustia del trabajo. Estaba todo el rato en modo supervivencia. Ahora lo miro con la perspectiva y me iban saliendo cosas pero la angustia era tremenda. Volví a Canal Sur porque no podía más de la incertidumbre. Menos mal que conseguí trabajo. La gente me preguntaba si en Sevilla estaba haciendo series. No mentía pero me callaba la verdad. Me daba vergüenza cuando me encontraba con actores que triunfaban que vieran que estaba fracasando. La pregunta "¿no estás trabajando de lo tuyo?", la he oído mil veces. Entre otras cosas porque cómo puedes saber a los 18 años lo que quieres hacer en la vida.
P. ¿Es necesario comprender las motivaciones que puede haber detrás de los actos más atroces?
A. de la T. Esto se parece al terrorismo, justificación no tiene nunca, pero explicación sí la tiene. Recuerdo una película francesa, que me gustó mucho, que te explicaba cómo unos chavales que están en la mierda se convierten en yihadistas. Estas personas se encuentran en una situación personal de fracaso. Sin justificar en ningún momento el machismo o la violencia, hay una normalidad que oculta un horror. Me parece interesante como actor y como espectador, puede parecer políticamente incorrecto pero es fascinante. Estos tres personajes son tres perdedores. Yo soy el pequeño de tres hermanos y yo era el más pequeño de una familia de currelas. Hay unos valores que estaban en el franquismo y cuarenta años en el devenir de la historia no es nada. El machismo es un fantasma que aún hay que sacudirse. Y hago mía la frase de Mandela que decía que hay que liberar a los oprimidos pero también a los opresores.
P. ¿Cómo se introducen elementos de comedia en una historia en el fondo tan dramática?
A. de la T. – Esa frontera de que tú no sepas si es comedia o drama, como actor me encanta y como espectador también.
R. A. Vi la película en Sevilla y la gente se partía de risa como si fuera una comedia en cosas que no estaba previsto que la gente se riera. Luego funciona el giro final y se crea un silencio. Ves esta película con una sala llena y quizá cuando se junta gente produce un efecto distinto que si lo ves en casa.
P. ¿Querían tratar también el asunto de la incomunicación entre amigos?
R. A. Se quieren pero no se conocen. Creo que es un tema importante, la superficialidad de las relaciones humanas. La falta de educación sentimental que tenemos y la dificultad para enfrentar los tabúes y los monstruos que habitan entre nosotros.