Los inútiles
La popularización del término ‘nini’ a comienzos de esta década nos puede llevar a pensar que el fenómeno de los jóvenes que no estudian ni trabajan es relativamente nuevo. Nada más lejos de la realidad, como demuestra la película Los inútiles (1953), en la que Fellini pasa revista a su generación y a sus años de juventud en Rimini a través de la historia de cinco treintañeros que hacen de la holgazanería su forma de vida. El señorito Moraldo, el mujeriego Fausto, el eterno bufón Alberto, el tontorrón Ricardo y el literato de poco fuste Leopoldo se emborrachan y deambulan por las calles desiertas sembrando el silencio de canciones y chistes tontos, molestando a las mujeres que se cruzan en su camino. Más tarde llegan a sus casas, donde duermen a pierna suelta bajo el ala reconfortante de esas familias, más o menos pobres pero siempre dignas, que cargan con sus pesos muertos. Al día siguiente, una visita al muelle para observar el triste y gris mar y, después, a aburrirse en cualquier cantina. Y así pasa la vida, sin planes de futuro, tan solo esos momentos señalados en el calendario (el concurso de belleza, el cotillón de fin de año) en los que se alcanza una euforia artificial que desemboca en el patetismo. Fellini contornea a estos personajes con una sonrisa en la cara y cierta amargura en la mirada y consigue atrapar la confusión espiritual de la posguerra. Una pena que los ‘ninis’ de hoy en día no sean tan elegantes como los de Fellini.
Gelsomina / Cabiria
Tras conocerse en la radio en 1942, Fellini y Giuletta Masina iniciaron un noviazgo que rápidamente desembocó en un matrimonio que, pese a la fama de seductor del director, se mantuvo sólido hasta el final. Pero Fellini no solo convirtió a Masina en su mujer, también la aupó a la categoría de su musa y trabajaron juntos en siete películas. De todas ellas, son La strada (1954) y Las noches de Cabiria (1957) las que han proyectado la imagen de Masina al Olimpo de las estrellas del cine italiano. Tanto Gelsomina, vendida por su madre a un patético y cruel forzudo de circo, como la prostituta Cabiria son personajes hermanos, que proceden de la marginalidad más sombría de la Italia de la época. Mujeres vulnerables y maltratadas por los hombres que sin embargo son inmunes al desaliento. De la interpretación de Massina se desprende una ternura que la emparenta con Charles Chaplin y dotan al neorrealismo primigenio de Fellini de un componente excéntrico, lírico. El director siempre valoró la importancia de su pareja en su obra: “No solo es la actriz de algunas de mis películas, sino que, y en un sentido muy sutil, es también la inspiradora”, confesaba en el libro Fellini por Fellini.
El paparazzi
Fellini no solo fue capaz de rodar grandes películas, sino que además éstas tuvieron un gran impacto en la cultura popular tanto italiana como mundial. Hasta el punto de que es de los pocos directores que ha conseguido que su nombre mute en adjetivo. Pero quizá sea Paparazzo, el personaje de La dolce vita (1960), el que ha dejado una mayor impronta en la cotidianidad de la vida moderna, ya que acabó por bautizar a los plumillas de la prensa rosa que acosan sin escrúpulos a las grandes estrellas, y también a los famosillos de medio pelo. El personaje, interpretado por Walter Santesso, estaba basado en Tazzio Secchiaroli, fotógrafo que fundó la agencia Roma Press Photo. La investigación de Fellini para crear tanto a Paparazzo como al periodista de sociedad Marcelo Rubini consistió en pagarle la cena a Secchiaroli y sus compinches para sonsacarles anécdotas.
Guido Anselmi
Si ya podíamos vislumbrar ciertos aspectos de la biografía de Fellini en Los inútiles y en La dolce vita, no fue hasta Fellini 8 ½ (1963) donde encontramos la proyección directa de su personalidad en un personaje. La película está protagonizada por Guido Anselmi, un famoso director de cine que sufre un bloqueo creativo, exactamente la misma situación que estaba atravesando Fellini en ese momento, embriagado por el éxito de sus anteriores películas. Con la gran herramienta de la imaginación más desatada, Fellini desnuda sus recuerdos, fantasías y sueños a través de este alter ego. El director seguiría profundizando en su pasado y en su psique en películas como Roma (1972), donde rememora su llegada a la capital italiana, o Amarcord (1973), en la que pinta cuadros costumbristas del Remini fascista de los años 30 a partir de la memoria de su infancia.
Los freaks
Fellini aseguró en varias entrevistas que a los ocho años huyó de casa durante un breve periodo de tiempo y se unió a un circo, aunque nunca se ha podido demostrar la veracidad de esta anécdota. Sin embargo, sí es cierto que lo circense siempre ha tenido una presencia capital en la obra del director, que llegó a rodar un emotivo y nostálgico documental sobre el tema, I clowns (1970). “El payaso es a la humanidad como al hombre es su sombra. Representa las crueldades y maravillas del ser humano a través de la risa”, opinaba el director. Quizá por eso, el cineasta siempre tuvo una fijación especial por lo grotesco y lo exagerado, sobre todo respecto al aspecto físico de algunos de los actores y figurantes que contrataba. Películas corales como Satiricón (1969) y Roma son un festival en este sentido, pero quizá sean La Saraghina de Fellini 8 ½ y la estanquera de Amarcord, con sus pechos de tamaño elefantiásico, las presencias más prodigiosas de su cine.