Realizadora y actriz con una notable trayectoria, la artista francesa Agnès Jaoui (Haute des Seines, 1964) se pone a las órdenes de Gilles Legrand en Las buenas intenciones, parodia sobre el mundo de la cooperación en la que interpreta a una trabajadora social obsesionada con ser la persona más entregada a los demás y generosa del mundo. La protagonista trabaja en un centro de acogida a inmigrantes dando clases de francés y su precaria estabilidad se derrumba cuando comienzan los problemas de convivencia con su marido, cansado de que les haga más caso a sus “pobres refugiados” que a su familia, y aparece una nueva maestra de origen alemán que revoluciona los cursos con sus modernos sistemas de aprendizaje. Celosa del éxito de su nueva “competidora”, la protagonista se vuelca de manera aún más obsesiva en sus alumnos, a los que comienza a ayudar más allá de lo razonable, como si quisiera alcanzar con un sacrificio excesivo una santidad dudosa ya que el filme se pregunta todo el rato si podemos ser “buenos” con los extraños si descuidamos a quienes nos son más cercanos.
Jaoui es una actriz excelente e interpreta con gracia e ironía el personaje de esa mujer que quiere “salvar al mundo” a toda costa como si pretendiera remediar ella sola todas las injusticias que asolan a la humanidad. De esta manera, Legrand llena su película de chistes sobre la corrección política mientras la protagonista se desespera porque no es capaz de ser tan “buena” como le gustaría. Con unos diálogos frescos y divertidos, cargados de chanzas sobre el lenguaje políticamente correcto, la película acierta sobre todo a la hora de definir ese personaje principal con tantas “buenas intenciones”, como dice el propio título, pero al mismo tiempo incapaz de superar los celos o de no perder los papeles cuando siente que sus desdichados alumnos se aprovechan de su buena fe.
Resulta lógico que el cine aborde desde la comedia la crisis de refugiados de Europa y Las buenas intenciones logra divertirnos y al final incluso emocionarnos con los desvelos de esa mujer que pretende suprimir los regalos navideños para sustituirlos por donaciones a ONGs para desesperación de su propia familia, que se siente marginada. Hay escenas muy graciosas, como esa terapia que realiza el matrimonio para superar sus problemas conyugales o ese profesor de autoescuela amargado por el divorcio de su mujer que opina que es justo “que los desgraciados ayuden a un desgraciado”. El filme comienza con un tono de parodia para terminar siendo, quizá paradójicamente, una defensa acérrima de aquello que al principio daba la impresión de ser motivo de risas en una película que viene a decirnos que si bien el infierno está lleno de buenas intenciones, nadie alcanzó el cielo con las malas.