Entre el universo desgarrado de Lorca, la tensión del western y la tragedia griega que define la cultura mediterránea, Paco Cabezas (Sevilla, 1976) presenta Adiós, un thriller que transcurre en el mundo de los gitanos de Sevilla y en el que Mario Casas se convierte en un ángel vengador. Ambientada en el oscuro mundo de las 3.000 viviendas, un barrio degradado de la periferia de la ciudad andaluza en el que no se atreve a entrar la policía. Un lugar dominado por clanes gitanos, en perpetuo enfrentamiento con las bandas de inmigrantes, en el que Juan (Mario Casas) trata de rehabilitarse como un ciudadano honrado después de salir de la cárcel para cuidar de su mujer (Natalia de Molina) y su hija pequeña. Después de la comunión de la niña, que los gitanos celebran con todo el boato, el protagonista sufre un fatal accidente de coche que acaba con la vida de la niña. Dispuesto a vengar su pérdida, la búsqueda del causante del accidente revive la vieja rivalidad de su familia con otro clan de delincuentes locales en un asunto complejo y sangriento en el que la policía podría ser no tan inocente como parece. Cabezas debutó en el año 2000 con Invasión travesti, un filme underground sobre un mundo en el que la heterosexualidad está prohibida, y después triunfó con Carne de neón (2011), un thriller con tono de parodia. Desde entonces, Cabezas ha hecho fortuna en Hollywood, donde según él mismo no consigue “que le dejen de llamar” en series como Penny Dreadful o Into the Badlands.
Pregunta. ¿Ha querido mezclar a Sam Peckinpah con Lorca en esta película?
Respuesta. Lorca, Shakespeare y Sergio Leone son referencias de todo lo que hago. La combinación perfecta es difícil y percibo que el público femenino está más abierto a dejarse emocionar. Esta es mi mejor película porque no sé hacerla mejor, lloro como un niño al verla. Es una tragedia, como una letra de flamenco, que lo dice todo en unas líneas. Como esa letra de Camarón que dice “dos corazones a un tiempo / uno pidiendo justicia / y otro pidiendo venganza” y termina con lo de “un tiro al aire y otro a la arena”. Y luego está Shakespeare que es la base de toda tragedia.
P. ¿Hay algo en esta historia de sangrientas venganzas de esa “leyenda negra” española?
R. Nos recuerda un poco a lo de Puerto Hurraco, esa brutalidad gitana, la España negra del continuo conflicto. Otro componente es el surrealismo, una amiga mía extranjera pensaba que la palabra venía del sur después de visitar Andalucía porque es verdad que es una tierra con mucho componente surrealista.
P. ¿Cómo se rueda la pérdida de un hijo?
R. La película tiene todos esos componentes que he mencionado y hay que medirlo mucho porque también se enfrenta al dolor. Hay un momento de interpretación de Natalia de Molina que me deja con el corazón en un puño porque es de las cosas más espeluznantes que he visto en mi vida. En la película la pena o el dolor explotan a través de la violencia. Yo creo en la elegancia de la violencia y por eso es una violencia elegante. Y tiene esa cosa brutal que es muy lorquiana.
P. Esa madre y abuela interpretada por Mona Martínez es una figura de terror y protección. ¿La ve como una figura de la mitología griega?
R. Mona Martínez fue uno de los descubrimientos de la película. Lo que vemos en la película, esas imágenes de la madre bañando al niño o el abrazo son imágenes de mi infancia que tengo grabadas. Por motivos que desconozco el flamenco ha estado poco presente en el cine español, quizá por esa cosa de negarnos a nosotros mismos, cuando hay determinados sentimientos como la pérdida de un hijo que quizá solo se pueden exorcizar mediante el arte.
P. ¿Cómo ha sido su relación con Mario Casas nueve años después de Carne de Neón?
R. Lo bueno de Mario es que tiene muchas caras y también tiene ese lado barriobajero. Él siempre ha dicho que considera Carne de Neón uno de sus mejores trabajos y cuando le di el guión le gustó y me dijo “vamos a muerte con esto”. Mario es un actor que se lo toma a muerte, cuando se tiene que tragar la heroína para entrar en la cárcel se tragó tres pastillas de una masa vegetal para sentirlo en su estómago. Lo lleva hasta sus últimas consecuencias.
P. ¿La venganza es siempre inútil?
R. La película no habla tanto sobre la venganza como de la redención y el perdón, no es una película de Liam Neeson. Me gusta el título “adiós” aunque me temo las bromas de algunos críticos malévolos porque de eso trata la historia, de aprender a decir adiós. Las escenas de violencia aspiran a tener una fuerza estética a lo Sergio Leone pero el sentido final es que toda esa violencia es un sinsentido.
P. ¿Cómo quería abordar el mundo de los gitanos?
R. Cuando se estrenó Carmen y Lola hubo algunas críticas de que se trataban todos los tópicos del mundo gitano; la boda, el racismo, la tradición… Yo he querido evitar todos los tópicos y el patriarca del barrio no lleva ni gorro ni bastón porque mi intención es que se normalice a estos personajes y que uno piense que la historia podría ser igual en cualquier nacionalidad o etnia. Se puede hacer un thriller con gitanos sin que sea la gran película social.
P. ¿Cuál es el papel de la paternidad y la maternidad en la película?
R. Es un tema que sale en todo lo que escribo. Prefiero no reflexionar mucho sobre ello porque si hago una autopsia está muerto. En Carne de neón se decía una frase que viene al caso en esta película: “los hijos no deberían ser responsables por los fallos de sus padres”. En Adiós se habla mucho de la culpa, del pecado y de cómo cargamos con las culpas de los demás como esa niña que no puede ver a su padre porque está encarcelado por un crimen que no ha cometido.
P. ¿Cómo compagina sus trabajos en Hollywood con las películas en España?
R. Me ofrecen cosas muy interesantes allí y no tengo más remedio que decir que sí. Ahora voy a rodar el piloto de una nueva versión de Penny Dreadful ambientada en Los Ángeles de los años 30. ¿Cómo puedes decir que no? Lo de estos yanquis es una maldición muy dulce porque no consigo que me dejen de llamar.