Desde que Hitler llegara al poder en Alemania en 1933 hasta los estertores de la II Guerra Mundial, los nazis produjeron cerca de 1.000 películas que hoy en día apenas conocemos. Pero no hay razón para mirar hacia otro lado. Como escribe Luis Alberto de Cuenca en el prólogo de El cine del III Reich (Notorious), de Marcos de Costa, “cuando un tema se convierte en tabú, de alguna forma estamos alentando su culto por parte de quienes quieren apropiárselo en nombre de una ideología. Por eso es tan necesario que (el cine nazi) deje de ser un enigma para sectarios iniciados y se convierta en un capítulo más de la historia de la cinematografía mundial, sin restricciones de ninguna clase”.
A ello contribuye el ensayo cinematográfico que llega este viernes a las salas, Hitler’s Hollywood, en el que Rüdiger Suchsland sigue los postulados del estudio que elaboró el filósofo Siegfried Kracauer (1889-1966) sobre la materia: De Caligari a Hitler, una historia psicológica del cine alemán. Narrado por el actor Udo Kier, el filme describe el cine nazi como pura fantasía: teatral, ilusorio, monumental, espectacular… Un arte que aspiraba a ser más grande que la propia vida. De esas 1.000 películas, la mitad son comedias y musicales y, aproximadamente, 300 son melodramas de aventuras o detectives. Era un cine de evasión muy bien producido, a veces con momentos estéticos de gran belleza. Pero, en ningún caso, era inocente.
Joseph Goebbles, ministro de propaganda, era consciente del poder del séptimo arte para el adoctrinamiento de las masas. Por eso, desde el primer momento, se puso al frente de la política cinematográfica del III Reich hasta el punto de que, como explica el filme, solo había un autor en el cine nazi: el propio Goebbles. Él controlaba los rodajes, elegía los repartos, decidía sobre los montajes y establecía la distribución. De alguna manera, el ministro de propaganda quería crear un segundo Hollywood, el Hollywood de Hitler. Por ello no había cine de autor sino grandes estrellas como Hans Albers, Emil Jannings, Werner Krauss, Lil Dagover, Kristina Söderbaum o Ilse Werner. Incluso Ingrid Bergman trabajó en un filme alemán en la época, El pacto de las cuatro (Carl Froelich, 1938), un proyecto del que abominaría después. Sin embargo, más de 1.000 profesionales fueron vetados y muchos de ellos se marcharon a California, como fue el caso de Fritz Lang, Marlene Dietrich o Billy Wilder.
Entre los principales temas que aborda el cine nazi se encuentra la camaradería y el cumplimiento del deber, la conducta colectiva y el sentido de unidad, el sacrificio. Las películas creaban un mundo artificial perfecto sobre los ideales de la vida hogareña, de la naturaleza inmaculada, siempre con una ausencia total de ironía que era sustituida por una alegría forzada. No se producían filmes de terror o de ciencia ficción –con la excepción de Oro (Karl Hartl, 1934)– ya que, según la opinión de Suchsland, son géneros muy apegados a la realidad.
A partir del comienzo de la guerra, los nazis pretendieron legitimarse a través del cine con películas al servicio del genocidio como El judío Süss (Veit Harlan, 1940) o Yo acuso (Wolfgang Liebeneiner, 1941). Pero también hubo espacio para que surgiera un director como Helmut Käutner, casi un neorrealista alemán, que dejó un clásico con sabor a fin de fiesta como La paloma (1944).
En cualquier caso, aún queda mucho que desentrañar entre los mitos, las descaradas mentiras y las verdades ocultas del cine nazi.
@JavierYusteTosi