'La última lección': la “malaise française”
Presentada en el Festival de Venecia, la película de Sébastien Marnier funciona mejor en el plano psicológico que en el político.
27 mayo, 2019 21:42En nuestro país vecino están obsesionados con lo que ellos llaman “la malaise française”, que vendría a ser un estado de malestar latente y profundo pero difícil de describir. Cualquiera que siga la prensa gala, sabrá que como mínimo varias veces a la semana se publican artículos que reflexionan sobre un tema que se ha convertido en un cliché. Por si alguien quiere bibliografía sobre el asunto, hay un libro publicado con ese mismo título de la editorial Broché en el que disertan sobre el asunto los mejores espadas, de Edgar Morin a Jean-Marie Gustave Le Clézio pasando por Michel Onfray. No hay pensador o ciudadano francés que no tenga su propia opinión sobre esa especie de desánimo colectivo que atenaza a su sociedad. En los últimos meses, la revuelta de los “chalecos amarillos” ha dado buena prueba de ello.
Presentada en el Festival de Venecia, La última lección, dirigida por Sébastien Marnier, trata de reflejar esa “malaise” a través de un pueblo burgués de provincias en el que un grupo de adolescentes se comporta de manera extraña. Queda claro desde la primera secuencia, en la que vemos cómo un grupo de alumnos de secundaria se queda atónito cuando su maestro se tira por la ventana mientras hacen un examen, que la intención del director es, en primer lugar, darle la vuelta a los tópicos del género escolar. Aquí no vemos a un profesor entusiasta enfrentado a unos alumnos desmotivados sino lo contrario, a un grupo de chavales cerebritos elegidos como la élite del colegio para que estudien apartados de los demás que desdeñan a un profesor interino al que consideran poco para sus capacidades y ambiciones.
El protagonista del filme es ese desconcertado maestro, interpretado por Laurent Lafitte, un hombre que lejos de ser el perfecto profesional es un tipo en plena crisis de los cuarenta que siente una especie de obsesión morbosa con sus propios alumnos. La intención del director es contar a través del microuniverso de un colegio pijo algunas de las pulsiones de nuestra sociedad: el odio a las élites, su tendencia al aislamiento, el clima de paranoia sobre el futuro o la amenaza apocalíptica relacionada con los desequilibrios climáticos y los atentados terroristas. Los adolescentes del filme son una mezcla entre esa Greta Thunberg, la joven sueca que lidera la lucha por el medio ambiente, y los tenebrosos niños de la mítica El pueblo de los malditos (Wolf Rilla, 1960). Entre la salvación y el apocalipsis no queda muy claro si estamos a las puertas de uno u otro.
El filme de Marnier funciona mejor en el plano psicológico que en el político. Su gran acierto, y donde encuentra su mucha capacidad de perturbación, está en la forma en que establece la relación entre el maestro y los jóvenes. En ese punto en el que acaba de forma definitiva la juventud y empieza la madurez, el personaje de Laffite acaba enredado en un juego perverso como forma de llenar un vacío existencial. De esta manera, el personaje se convierte a la vez en un justiciero y en un voyeur porque es alguien que no tiene claro si prefiere enseñar a sus alumnos lo que es la madurez o renunciar a ella él mismo. Aterradora por momentos y magnética y desquiciante en los mejores, La última lección refleja tanto un estado social de caos y hostilidad como la dificultad de asumir el paso del tiempo.