Figura fundamental del teatro del País Vasco, Fernando Bernués (San Sebastián, 1961) ya adaptó en 2012 El hijo del acordeonista, la popular novela de Bernardo Atxaga, para el teatro. Fue también una manera de sublimar su frustración de no haber podido llevar al cine la obra, por un problema de derechos, viejo deseo del director. Ahora por fin Bernués ha logrado su objetivo y presenta una adaptación canónica de una novela que nos traslada a la posguerra civil en un pueblo perdido del País Vasco llamado Obaba para contarnos los padecimientos de un joven, David (interpretado por Cristian Merchan en su juventud y Aitor Beltrán de adulto), marcado por la colaboración de su padre con el régimen franquista que, decidido a limpiar la “mancha” de su familia, se alista en la ETA primitiva para combatir el franquismo. Narrada a modo de flashback, en el presente David vive en Estados Unidos alejado de ese pasado de violencia. Enfrentado a una grave enfermedad, se vuelve a reunir con su mejor amigo de entonces y compañero de acciones terroristas para una catarsis quizá imposible.

Pregunta. ¿Cómo llega a dirigir esta adaptación de una novela tan popular?

Respuesta. Hay historias que te persiguen. Hace doce años ya lo intenté pero los derechos estaban vendidos para el cine. Como no se podía, la adaptamos al teatro y nos fue muy bien, actuamos en el CDN en Madrid y en el Lliure en Barcelona. Finalmente se liberaron los derechos y conseguí hacerme con ellos. Es una historia que está pegada a mí, a mí ADN, porque refleja un paisaje social, cultural y político que es en el que yo he crecido.

P. ¿Quería mostrar el “rostro humano” de los etarras?

R. No creo que la película en ningún momento justifique el terrorismo. Yo soy un poco más joven que el protagonista pero lo que vemos es a una generación muy marcada por la represión de la posguerra. Fue un conflicto larvado con el que se encontraron. No soy un experto en la materia. En los diez primeros años ETA no hizo atentados. Creo en todos los lenguajes menos en el de las armas pero tampoco creo que podamos decir que eran unos descerebrados. Es una historia compleja en la que las razones, emociones y políticas generaron un conflicto que enfrentó a familias y llevó la violencia al País Vasco.

P. ¿Ese protagonista traumatizado es un símbolo de la destrucción que genera la violencia?

R. Hay un silencio real y metafórico que se rompe cuando se produce el reencuentro de los dos amigos en California. Ese silencio ha hecho mucho daño a las personas y a la sociedad. Hay una ruptura con ese pasado que es dolorosa y complicada porque ninguno de los dos está orgulloso de ese pasado.

P. ¿Quería contrastar el mundo idílico de Obaba con la violencia latente de fondo?

R. En la infancia vemos ese mundo ideal de los “campesinos felices” de los que hablaba Virgilio. Ese mundo se rompe abruptamente con la muerte de su amigo Lubis y el personaje no logra encajar el pasado colaboracionista de padre. David es un personaje trágico que no es capaz de sobrellevar la culpa heredada. Dirigí una obra de teatro en la que hablaban hijos de destacados nazis y vi el mismo dilema de la culpa adquirida genéticamente. Esa carga tan complicada de llevar en la mochila es la que le une a Teresa, para mí el personaje más fascinante de esta historia.

P. ¿Cuál es el sentido simbólico de Obaba?

R. Nos habla de la posibilidad de crear espacios idílicos fuera del tiempo civilizado. Los dos personajes representan dos facetas del nacionalismo vasco. Joseba es más intelectual, más político y los motivos de David son más emocionales. Joseba anhela una vida urbana y su amigo esa especie de Arcadia feliz que es Obaba. Yo veo esta película como una película sobre la amistad, un filme sobre ese terreno del descubrimiento del otro en estos tiempos tan individualistas en los que vivimos.

P. ¿Ha dejado el País Vasco definitivamente atrás la violencia?

R. Estamos en tiempos vitales muy distintos. Creo que Euskadi está en un momento mas reflexivo, si me apuras, intimista. Es un momento de mirar para adentro para que aflore el dolor de todos después de unos años de mucha violencia. Lo urgente ahora mismo no es la reivindicación sino poner especial cuidado en el terreno de la convivencia. Ya no hay la tensión que se vive en Cataluña, lo importante es cuidar esa paz que disfrutamos.

@juansarda